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Sobre el culto a los escritores

"Pretender que un escritor sea especialmente digno, decoroso, intachable, virtuoso, no es en el fondo distinto que agitar celebratoriamente su malditismo: tanto en un caso como en el otro, se le atribuye una condición excepcional. Yo no creo que la tenga ni que quepa esperar nada en especial al respecto". Otra columna del autor de Dos veces junio.

Por Martín Kohan.

 

Estoy de acuerdo con las críticas que Gabriela Wiener formuló contra el malditismo literario. Lo estoy porque discrepo, en general, con cualquier rito de veneración de los escritores en tanto que escritores; y el culto de los escritores malditos no es, después de todo, más que una de sus variantes. El foco del malditismo se pone en los propios autores, y no, para el caso, en la línea de Georges Bataille por lo pronto, en la indagación de las relaciones entre la literatura y el mal. El culto del malditismo es culto personal; es culto del escritor antes que de lo escrito, y a eso apunta Gabriela Wiener en un artículo que publicó The New York Times y reprodujo la Revista Ñ. Wiener se ocupa allí de un caso terrible: el escritor Reynaldo Naranjo, que obtuvo, entre otros, el Premio Nacional de Poesía en Perú, fue recientemente acusado de haber cometido abusos sexuales contra una hija y contra una hijastra: contra la hija, a sus quince años, y contra la hijastra, entre sus siete y sus nueve años.

Admito que me dejó un tanto pasmado que Wiener hable de misoginia y de violencia contra mujeres, y no de niñas o de pedofilia. En cualquier caso, su denuncia es contundente y concita nuestra indignación; sobre todo cuando especifica que hay protecciones para Naranjo en el medio literario y que el delito que se le endilga prescribió para la justicia. Lo que hizo el Ministerio de Cultura de Perú fue retirarle el Premio Nacional, hasta tanto deslinde su responsabilidad en los hechos que se le imputan. Wiener especifica: “No se condena la obra –eso sería censura-, sino que se suspenden los honores a una persona cuestionada gravemente”.

A propósito de otros graves cuestionamientos (como, por ejemplo, el nazismo, el fascismo o el antisemitismo), se discutieron larga y sabidamente los dilemas éticos de esta índole: qué de la obra se ve afectado o no debe verse afectado por algún aspecto deleznable de sus autores (la obra genial de Céline, la obra genial de Pound). La literatura argentina actual se ve eximida de tales debates, porque sus escritores nazis, fascistas o antisemitas producen textos de muy escaso valor (aunque hay uno cuyos poemas en parte me interesaron).

Pretender que un escritor sea especialmente digno, decoroso, intachable, virtuoso, no es en el fondo distinto que agitar celebratoriamente su malditismo: tanto en un caso como en el otro, se le atribuye una condición excepcional. Yo no creo que la tenga ni que quepa esperar nada en especial al respecto. Se repudian los abusos sexuales cometidos por un escritor, se cuestionan su filonazismo o su odio a los judíos, de la misma manera y por las mismas razones por las que se los repudiaría y cuestionaría en cualquier otra persona. No hay ninguna superioridad intrínseca en los escritores: ni para el mal ni para el bien, ni para el malditismo ni para la santidad, ni para erigirse en la contramoral ni para erigirse en referentes morales. Les cabe, en cualquier caso, lo que a cualquier otra figura pública que cuente con repercusión (pero son muy pocos los escritores que son figuras públicas y cuentan con repercusión).

Wiener separa nítidamente la obra (“no se condena la obra”) de la persona (“se suspenden los honores a una persona”). La pregunta, entonces, antes de ser, ¿a quién se condena?, sería: ¿a quién se premió? Y si el premio fue dado a la obra (estos premios, en general, se dan a las obras), ¿por qué derivó en honores personales? El culto de los escritores malditos y el culto de los escritores, sin más, son partes complementarias de un mismo dispositivo: el que mezcla persona con obra, el que mezcla escritor con escritura.

Sin esa previa confusión, que arrastra todo, se podría, y acaso se debería, haber mantenido el Premio Nacional de Poesía otorgado a la obra de Reynaldo Naranjo. Y avanzar sin concesiones, y más allá de los vencimientos judiciales, en la investigación irrenunciable de lo que Reynaldo Naranjo hizo o no hizo.

 

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