Columnas

Veraz por excedida

Historia y literatura, hechos y palabras en esta nueva columna del autor de Dos veces junio alrededor del libro de Sebastián Menegaz, La liga harapienta (Paradiso).

Por Martín Kohan.

 

 

 

 

Ocurre un fusilamiento en un momento determinado del transcurso de La liga harapienta, y a partir de ese hecho una duda: si el ruido de los estampidos habrá alcanzado a escucharse o no. Esa duda, no menos que cualquier otra, cobra una importancia especial en la novela de Sebastián Menegaz, signada por la conjetura, compuesta bajo la tonalidad que irradia la palabra “acaso” (en esa clave la leyó en la revista Ñ Emilio Jurado Naón, autor de otra notable novela: Sanmierto). Menegaz lo plantea así: “¿Y acaso (pregunto) don Berna y los suyos no oirían el sonido del pelotón de fusilamiento arriado por el viento y el escarceo de los ecos?”. Y a continuación razona de esta forma: “Una jornada y media de evasión antípoda era bastante traducido en varas, pero de a pie se resta, y allanando el terreno montaraz aún más”. Para proponer, en cualquier caso, de inmediato: “Conviene no obstante al gesto exuberante de la poesía revolucionaria que lo hubieran advertido, para ser veraz por excedida, como la revolución misma naturalmente, así fuera aquella una lejana, sorda, errática descarga”. Y en seguida concluir, con un tono de aserción revertido ironía mediante: “¡Y vaya si la oyeron! ¡Todos!”.

De los signos de interrogación a los signos de exclamación, de la especulación en tanteo a la aseveración con énfasis: este pasaje no se produce por alguna clase de verificación empírica aplicada a los hechos como tales, sino por la disposición literaria a ajustarse (y con eso, a la vez, desajustarse) a los tonos, al registro, a la modulación que resultan propios de “la poesía revolucionaria”. En La liga harapienta aparecen materiales provenientes de la historia, del siglo XIX argentino más específicamente: la partida que se aventura a vengar al general Ángel Vicente Peñaloza, vengar la muerte del Chacho en aquellos que la provocaron.

Historia y literatura se entreveran, entonces, como tantas otras veces; pero como no tantas otras veces se elige este orden de supeditación: el de los hechos a las palabras y no el de las palabras a los hechos. Ni verdad ni mentira: ficción; y aquello que la ficción puede hacer con la verdad. Ajustar (y, a la vez, desajustar) la versión de lo ocurrido al “gesto exuberante de la poesía revolucionaria”: el gesto que las palabras requieren, el gesto que las palabras imponen, para dar con la veracidad (esa clase de veracidad: la del exceso) que es propia de la poesía revolucionaria, y que la propia revolución tomará a su vez de la poesía. Ahí donde las palabras no van solamente a referir las cosas que se hicieron, sino además a dar impulso a las cosas por hacer. Así la novela de la historia, orientada hacia el pasado, conjuga a la vez un futuro a fuerza de potencia verbal, de las palabras excedidas, de las palabras en exceso, del exceso como recurso para la veracidad.

 

 

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