Columnas

Una novela comunitaria, virtualmente infinita

Mañana es mejor

"¿La vida está en otra parte?", se pregunta Luciano Lamberti en otra de sus columnas. "¿Qué hay en las redes sociales que hacen necesario que la gente saque el celular en cualquier espera (excepto en la del banco, loados sean) y las chequee? Literatura. Eso es lo que hay".

Por Luciano Lamberti.

 

El hombre casado no tiene celular. Cada vez que lo dice provoca un ligero levantamiento de cejas, como si su interlocutor no fuera capaz de concebir la vida sin un celular. El hombre casado puede vivir. Dejarlo fue más fácil que dejar de fumar (fue posible, directamente): un día se le rompió el viejo celular y ya no se compró otro. Listo. Durante su convivencia con ellos siempre habían sido celulares toscos, de todas formas, celulares de letras pixeladas, los más viejos del mercado, los Nokia 1100 que pueden usarse en una manifestación para arrojar contra la policía. Después de dejarlos, ya no los extrañó. Por supuesto que el hombre casado tiene Facebook, Twitter y una casilla de Gmail, y que eso reemplaza muy bien al celular. Por supuesto que tiene un teléfono fijo, el viejo teléfono fijo con el que llamábamos a las novias en los 90. El hombre casado dice: se puede vivir sin celular. Estuvo hasta los treinta y pico viviendo sin ellos, y era posible.

¿Por qué no se compra un celular el hombre casado? Porque tanta comunicación le da fiaca. Porque últimamente hay exceso de comunicación. Porque no necesita, si está a dos cuadras de encontrarse con alguien, escribirle: “Ya llego, estoy a dos cuadras”. ¿Hay un juicio moral en eso? No. El hombre casado no le tiene miedo a la tecnología. La tecnología le gusta. Cree que el hornero que hace su casita de barro o que un hormiguero también son tecnología. Los chiches nuevos que aparecen acá y allá le hacen caer la baba. ¿Hay nostalgia por el pasado? Nones. El hombre casado tiene siempre en mente esa frase de Artaud, el disco de Spinetta, “Mañana es mejor”, en la que cree sinceramente. Una frase que te enfrenta con los prejuicios y las simplificaciones que a medida que llegás a la mitad del camino de tu vida se hacen más fuertes: la música que escuchábamos nosotros era mejor, nuestra educación era mejor, éramos mejores personas. Shut up, viejitos. ¡A sus cuevas que viene la lluvia!

El hombre casado mira, sin embargo, a gente de su edad con el celular, en el subte, en la plaza, mientras llevan a sus hijos en cochecito, y se pregunta qué buscan ahí adentro. ¿Buscan siempre lo que no hay? ¿La vida está en otra parte? ¿Son tan poéticos, tan insaciables de poesía? ¿O buscan una experiencia que no tienen, una experiencia vedada? ¿Es tan patética la vida que hay que sumergirse en historias de Facebook para aliviarse? ¿Gatitos saltando, gente indignada, historias de vida (quimioterapia, muerte de parientes, cosas que le salieron bien, pensamientos cursis)? ¿Qué hay en las redes sociales que hacen necesario que la gente saque el celular en cualquier espera (excepto en la del banco, loados sean) y las chequee?

Literatura. Eso es lo que hay. Una novela larguísima, virtualmente infinita, comunitaria, en la que los personajes se levantan de buen (o mal) humor, se van de viaje, conocen a alguien, están en una relación, van a publicar un libro o a sacar un disco o a hacer una obra de teatro, acaban de tener un hijo, se separan y ya no están en una relación, buscan departamento en zona Congreso, preferentemente por dueño, se mueven en bicicleta, conocen a alguien, etcétera. Las redes sociales, sobre todo Facebook, con su democracia y su ingenuidad, son literatura pura, por eso generan adicción, como la literatura del siglo XIX la generaba en los lectores. Una obra total, una obra casi comparable a la biblia, una obra en la que todos somos escritores y a la vez personajes, como en los sueños. Una obra que deja en pañales a los grandes proyectos totalizadores del siglo pasado. Facebook logró lo que no logró Balzac, ni Dante Alighieri, ni Dickens: ser el reflejo más fiel y simultáneo del universo en términos de palabra escrita y fotos de gatitos.

            Eso es lo que busca la gente en su celular, piensa el hombre casado: leer. Consumir la gran novela universal que todos escribimos incesantemente. Eso lo alegra. Si tanta gente quiere leer, entonces a los libros les va a ir bien. Hay esperanza para los escritores. Otra vez: mañana es mejor.

 

 

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