Prólogos

Un libro que reúne mapas de países minúsculos que nadie conoció jamás

Por Graziano Graziani

Desde una isla de basura que flota por los océanos, y que fue consagrada como nación por una artista y la ONU, hasta una isla construida por un ingeniero italiano, que fue una nación libre e independiente por 55 días: entrá en la novedad de Ediciones Godot. 

Por Graziano Graziani.

 

 

Este atlas reúne historias y las fichas geográficas de países minúsculos que nadie conoció jamás: las micronaciones. ¿De qué tipo de entidad política hablamos? Según Wikipedia, una micronación es “una entidad creada por una persona, o por un pequeño número de personas, que pretende ser considerada como nación o Estado independiente, pero que aún no es reconocida por los gobiernos o las mayores organizaciones internacionales”. ¿Qué la vuelve distinta, entonces, de un Estado independiente no reconocido, como Somalilandia o Transnistria, o del principio de autodeterminación de los pueblos? El hecho de que no hay pueblos por autodeterminar, sobre todo porque las micronaciones involucran a un número limitado de personas; su extensión territorial es por lo general muy limitada; a veces, su naturaleza es excéntrica.

La práctica de proclamarse independientes a sí mismas y a una pequeña porción del territorio se desarrolla preferentemente en la segunda mitad del siglo xx (aunque por cierto la fundación unilateral de un Estado no es una novedad en la historia humana). Las motivaciones que impulsan a hacerlo son las más variadas: políticas, goliárdicas, económicas, utópicas, incluso fraudulentas. Muchas de estas historias sobrevivieron como recuerdos de historias “locales” excéntricas, hasta que resurgen en tiempos recientes gracias a Internet, que permitió recuperar la memoria, dando la posibilidad a muchas micronaciones de ponerse en contacto entre ellas. De reconocerse, incluso oficialmente, firmando por ejemplo tratados y acuerdos bilaterales.

En la red, por otra parte, uno se puede topar con muchísimas naciones virtuales, que solo existen en la web y en la fantasía de quienes las fundaron. Para definir este fenómeno se acuñó el término “Quinto Mundo”, que hace referencia a la vieja teoría de los tres mundos, a los que se les agrega un cuarto, que incluye las zonas más pobres del planeta. Estos experimentos a veces tienen una vida breve, aunque a veces quedan fluctuando en la web hasta que el host gratuito que los hospeda decide darlos de baja. Desde este punto de vista, Internet es verdaderamente el reino de las utopías, porque cualquiera puede abrir un sitio y declararse soberano de un reino imaginario. ¿Pero con qué fin? Según algunos micronacionalistas, a pesar de que la fragmentación pueda parecer una involución de la sociedad, el destino del hombre es el de superar la idea de Estado nación para arribar a una federación global de Estados individuos en los que cada individuo será plenamente ciudadano de sí mismo.

Sin embargo, las naciones virtuales no son el objeto de este libro. Para redactar este atlas nos orientamos hacia aquellas realidades que ostentan una extensión territorial, aunque sea minúscula, o reivindican una. La única excepción son los proyectos artísticos, porque en esos casos es justamente la reivindicación de una idea de ciudadanía desligada de la pertenencia territorial lo que constituye el punto de apoyo del proyecto. Además, este largo excursus es precedido por una serie de “precedentes históricos” que fueron inspiración y referencia imprescindible para los micronacionalistas de nuestro tiempo.

Las historias recogidas en este atlas son todas rigurosamente verdaderas, incluso cuando pueden parecer inventadas. Si hay invención, esta proviene por completo de los protagonistas de estas epopeyas en miniatura. Porque de epopeyas se trata, siempre y, no obstante, incluso si los motivos que llevan a fundar una nueva nación son los más disparatados. En cualquier caso, estamos frente a verdaderas anomalías estatales, o que quisieran ser tales. En otros casos se trata de ingeniosas demostraciones con fines políticos. Algunos de estos países fueron inventados de la nada como “proyectos artísticos”, otros nacen de controvertidas reconstrucciones de antiguas herencias dinásticas. Alguno trata de forzar el derecho internacional para afirmar su propia definitiva soberanía. Por espíritu de libertad, o bien para pagar menos impuestos. Lo que por cierto las une a todas es la búsqueda irreductible, a veces surrealista, de autonomía e independencia.

Se podrá objetar que estos presuntos Estados no tienen ninguna validez, ni jurídica ni sustancial (y en efecto su objetivo primario a menudo consiste en obtener cierto grado de reconocimiento). Pero, bien mirado, ¿qué puede decidir qué es un Estado? Las convenciones. Es cierto, pueblos, culturas y tradiciones cumplen un papel importante, pero no siempre son decisivos, si es verdad que poblaciones como los kurdos, los gitanos y los saharaui no tienen un Estado propio. Otro rol importante lo cumple la fuerza pública: pero policía y ejércitos solo pueden imponer lo que fue decidido por ley, no pueden dar lecciones de geografía. En definitiva, lo que vuelve a un Estado reconocible como tal es el hecho de que nosotros aceptamos, de un modo u otro, que existe. Y que junto con nosotros algo más, Estado o individuo, comience a hacer lo mismo.

 

 

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