Un canto a la fragilidad
Horacio Castillo
Horacio Castillo
Jueves 26 de mayo de 2016
Selección y notas de Alejandro Méndez.
Uno de los más grandes poetas argentinos, y a la vez unos de los más desconocidos. Además, gran traductor del griego y lúcido ensayista. Su poesía es una épica, un canto a la fragilidad de la condición humana.
Cada poema suyo es una teoría del poema. Y más también: una teoría de la poesía. Pero conviene recordar aquello del Fausto de Goethe: “Toda teoría es gris y verde el árbol de la vida”. Por eso, a la hora de escribir, Castillo decía: “Prefiero pensar que estoy caminando con Sócrates, en Fedro, a orillas del Iliso, y que nos sentamos a la sombra de los árboles. Sócrates dice: '¿No es aquí donde Bóereas raptó a la ninfa Oritya?'. Y de pronto, una brisa perfumada trae unas palabras que vienen de lo inefable, unas palabras nada más, que no entendemos bien qué quieren decir, pero intuimos que es la Musa que, como le dictó en un poema a Eliot, dice: Every poem an epitaph” (Cada poema es un epitafio).
Hice un hoyo en la tierra
y lloré dentro de él; lloré de bruces,
hasta que el llanto llegó al fondo,
hasta que todo se anegó,
hasta que brotó de la profundidad
un tallo que nadie hubo tocado.
Croar del alma
Cuando mi alma, como una rana, salte a la nada,
la oirán croar, croar toda la noche,
croar arriba y abajo, al este y al oeste,
hasta que el ojo monótono de la luna llore en los pantanos,
hasta que cese el espanto y empiece la eternidad.
Tren de ganado
Somos inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
Asomados por el tragaluz mirábamos la inmensa llanura.
De pronto un mugido nos traía el recuerdo de Ifigenia
y volviéndonos hacia nuestros hijos los apretábamos contra el pecho.
¿Qué es aquello? El sol. ¿Qué es aquello? Una nube.
Habíamos olvidado el color del mar, el olor de la lluvia.
Los que sabían de estrellas habían olvidado sus nombres
y les dábamos los nombres de nuestros hijos para orientarnos al regreso.
¿Qué es aquello? Un árbol. ¿Qué es aquello? Un río.
Y un canto gregoriano se elevaba a nuestro alrededor,
hablaba por todos los destinados al sacrificio.
Somos inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
La leche se había agriado en los pechos de las madres,
peinábamos nuestro cabello y se convertía en ceniza.
¿Qué es aquello? Un pájaro. ¿Qué es aquello? Una piedra.
Y bajando la cabeza ocultábamos nuestro rubor,
cortábamos en silencio las uñas de los muertos.
Somos inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
Bebíamos al atardecer el vino de los ciegos,
soñábamos todavía con un bosque de orquídeas.
¿Qué es aquello? Arena. ¿Qué es aquello? Niebla.
Y la vida escapaba como un murciélago entre las sombras
y nos dormíamos con una inusitada mansedumbre en la mirada.
Después nuestros ojos se volvieron como los ojos de las estatuas,
miramos nuestras manos y había desaparecido la línea de la vida,
y desde la estiba se elevó el ronco yambo
gimiendo por ti, por mí, por todos nuestros compañeros.
Sólo quedaron detrás nuestro líneas etruscas,
cantos de cera navegando hacia el sol,
y a nuestro lado siempre tú, piadoso coro,
tú, alma mía, vaca coronada de nardos y violetas.