Tres poemas de Ósip Mandelstam
Miércoles 10 de abril de 2024
Cuadernos de Vorónezh es un libro de poemas que son testimonio de una época, de una belleza transgresora e impactante. Con él abre su colección de clásicos modernos Blatt & Ríos.
Poemas de Ósip Mandelstam. Traducción directa del ruso de Fulvio Franchi. Ilustración de Isol.
Con traducción directa del ruso, Cuadernos de Vorónezh es un libro de poemas que son testimonio de una época, de una belleza transgresora e impactante, del que tomamos los tres poemas que siguen.
Con él abre su colección de clásicos modernos Blatt & Ríos.
Amo el aliento helado
y el vapor de la confesión invernal:
Yo – soy yo, lo real – es lo real…
Y un niño, rojo como linterna,
amo y señorcito de su trineo
pasa volando a nado.
Y yo –en mi desencuentro con el mundo,
con la libertad– consiento el contagio
del trineo, sus bordes y flecos plateados,
y el siglo caería más leve que una ardilla,
y más leve que ardilla en blando arroyo,
medio cielo en botas de fieltro, en los pies…
24 de enero de 1937
Yo supe, él supo, tú supiste,
y después llévame donde quieras,
a la parlanchina espesura de la estación,
a la espera junto al río poderoso.
Lejos está ahora aquella parada,
aquella cisterna de agua hirviendo,
en la hilera de jarros de hojalata
y la oscuridad que los ojos vela.
Pasaba la fuerza del habla de Perm,
de los pasajeros pasaba la lucha,
y me acariciaba y me horadaba
desde los muros el reproche de esos ojos.
Hay muchas cosas próximas ocultas
en nuestros pilotos y segadores,
en los camaradas de los ríos y espesuras,
en los camaradas de las ciudades…
No hay que recordar lo que ocurrió:
labios calientes, palabras duras,
la cortina blanca golpeaba, llevando
el ruido de la hojarasca de hierro.
De hecho, todo estaba en calma,
sólo pasaba un barco por el río,
y detrás del cedro florecía el alforfón,
e iba el pez en el fluvial susurro.
Y en su casa, en su núcleo,
entré en el Kremlin sin permiso,
desgarrando un lienzo de distancias,
pesado por la cabeza culpable…
Enero de 1937
* * *
¿Dónde meterme en este enero?
La ciudad abierta es locamente tenaz…
¿Es que estoy borracho por las puertas cerradas?
Y quisiera mugir por las cerraduras y cerrojos.
Y los zoquetes de ululantes callejones,
y las despensas de calles chuecas,
y se ocultan en los rincones, presurosos,
y de las esquinas salen corriendo los muchachos…
Y al pozo en la barbada sombra
me deslizo en el depósito de agua congelado
y, tropezando, como aire muerto,
salen volando afiebrados los grajos
y me quejo por ellos, gritando
hacia una helada caja de madera:
—¡Al lector! ¡Al consejero! ¡Al médico!
¡En la escalera de espinas, un diálogo!
1 de febrero de 1937