Tres poemas de Katherine Mansfield
En traducción de Laura Wittner
Miércoles 08 de diciembre de 2021
Desde Villa Ventana, Pájaro de invierno en la Colección los libros del Lagato Obrero de Editorial Maravilla. Con selección y edición de David Wapner y Roberta Iannamico, e ilustraciones de Ana Camusso.
Compartimos tres poemas de Pájaro de invierno, la traducción de los poemas de Katherine Mansfield a cargo de Laura Wittner en la Colección los libros del Lagato Obrero de Editorial Maravilla, desde Villa Ventana.
Con selección y edición de David Wapner y Roberta Iannamico, e ilustraciones de Ana Camusso, la traducción fue de Laura Wittner, quien escribie para presentar el conjunto: "Pensé en las chicas y los chicos de 1910, de 1920 –cuando estos poemas fueron escritos– y en ustedes, las chicas y los chicos de 2021, que son quienes van a leer estas traducciones. ¿Cómo dejarlos entrar cómodamente a estos mundos de palabras y que ahí puedan encontrarse, chicas y chicos separados por un idioma, muchos kilómetros y un siglo? En los poemas de Katherine Mansfield hay chicos y chicas que juegan en jardines que limitan con bosques; alguno se pierde por el bosque y no vuelve, alguna se mete en el bosque y tiene un encuentro curioso. Hay fiestas de cumpleaños, tormentas terribles, pájaros raros, pájaros menos raros, pájaros que cantan, o que vuelan alto, o que están heridos. Hay una niña que tiene un hermanito y los dos parecen pasarla muy bien con su abuela. Esa abuela creo yo que es genial. Acá por donde vivimos nosotros, y ahora, también hay un poco de cada una de esas cosas. Tal vez no idénticas, pero parecidas".
Un día en cama
Ojalá no me hubiera resfriado.
El viento sopla y grita.
Ojalá fuera vieja, muy muy vieja
en vez de una niñita.
El día se me vuelve interminable,
en soledad bostezo
y no me gusta la canción del viento
que ruge por un hueso.
Es parecido a un perro que tuvimos
que entraba sigiloso
y arrebataba cosas: su ladrido
era un ruido espantoso.
Me senté y la niñera me ha obligado
a usar un chal que pica;
ojalá no tuviera tanto miedo;
qué horrendo que es ser chica.
Siento que fue hace muchos, muchos días
cuando tomé mi té;
¿Será que todos se fueron de viaje
y solo yo quedé?
Y no me puedo volver a dormir
aunque ya esté en la cama.
El viento espera que alguien lo alimente
y brama y brama y brama.
Cuando fui pájaro
Me trepé al árbol de karaka
llegué hasta un nido hecho de hojas
suaves como plumas.
Inventé una canción que siguió cantándose sola
y no tenía letra pero al final se volvía triste.
Debajo del árbol había margaritas
y las quise provocar:
"Les voy a arrancar la cabeza para alimentar a mis pichones".
Pero no me creyeron que era un pájaro;
siguieron de lo más abiertas.
El cielo era como un nido azul con plumas blancas
y el sol era la mamá pájara que le daba calor.
Eso decía mi canción, aunque no tenía letra.
Vino Hermanito por el pasto, con su carretilla.
Me hice alas con el vestido y me quedé muy quieta.
Cuando estuvo bien cerca dije: "¡chiqui, chiqui!".
Por un momento se sobresaltó;
después dijo: "Buu, no sos un pájaro; se te ven las piernas".
Pero qué me importaban las margaritas
y qué me importaba Hermanito.
Yo me sentí todo un pájaro.
Nuestra pelea
Nos pareció gigante la pelea,
la habitación se vio chiquita, extraña.
Cada libro, la lámpara, los muebles,
se nos vinieron encima con saña.
Nos miramos, sentadas cara a cara,
en un pálido miedo silencioso.
"¿Para qué te quedás?", dijo, "mi cuarto
nunca será tu sitio de reposo."
"Antes de despedirnos para siempre,
caminemos, Katinka, te lo pido."
Y recorrimos juntas, en silencio
ese camino oscuro y conocido.
¡De pronto el cielo llameaba de estrellas!
"¡Katinka, mirá arriba, por favor!"
Así las dos, como niñas sedientas
bebimos de ese cuenco del amor.
"Qué par de bobas", me dijo Katinka.
"¿Por qué ese susto, pasó algo, acaso?"
Entonces suspiramos y reímos
y felices nos dimos un abrazo.