Tres poemas de Katherine Mansfield
De Té de manzanilla
Miércoles 29 de agosto de 2018
"Katherine Mansfield escribió poesía durante casi toda su breve vida, sin dar a los resultados demasiada importancia". Tomados de la edición traducida por Mirta Rosenberg y Daniel Samoilovich, Té de manzanilla (Bajo la luna) aquí algunas piezas de su producción.
Nacida en Wellington, Nueva Zelanda, en 1888, Katherine Mansfield (seudónimo de Kathleen Beauchamp) viviría apenas treinta y tres enfermizos años, para morir de tuberculosis en Francia. Había estudiado música en Londres, tocando el violoncello, y también se había dedicado al teatro y al cine. Comenzó publicando sus relatos en la revista New Age, y su primer libro se llamó En una pensión alemana.
"Katherine Mansfield escribió poesía durante casi toda su breve vida, sin dar a los resultados demasiada importancia, sino más bien incluyendo sus poemas o la materia prima de ellos en cartas y en sus diarios o utilizándolos como piedra fundamental de sus relatatos, que consideraba esfuerzos 'más serios'", apunta Mirta Rosenberg en el prólogo a la edición de Bajo la luna que trabajó junto a Daniel Samoilovich, de la que extraemos los tres que siguen:
Por qué el amor es ciego
El niño Cupido, cansado del día invernal,
sollozaba clamando cielos claros, abiertos,
hasta que ¡niño tonto! perdió los ojos de tanto llorar ---
y las violetas nacieron.
Cuando fui pájaro
Trepé al árbol de karaka
hasta un nido todo hecho de hojas
pero suaves como plumas,
empecé una canción que siguió cantándose sola
y no tenía palabras pero al final se ponía triste.
Había margaritas en la hierba bajo el árbol.
Les dije, sólo para provocarlas:
"Voy a arrancarles la cabeza de un mordisco
para darles de comer a mis hijitos".
Pero no creyeron que yo fuera un pájaro
siguieron bien abiertas.
El cielo era como un nido azul con plumas blancas
y el sol era la madre pájaro que lo mantenía caliente.
Eso decía mi canción: aunque no tenía palabras.
Hermano Pequeño apareció empujando
su carretilla en el sendero,
transformé mi vestido en alas y me quedé muy quieta,
cuando estuvo cerca gorjée: "Mío-mío".
Por un momento se deconcertó...
después dijo: "Uf, no eres un pájaro, te veo las piernas".
Pero las margaritas no tenían importancia,
Hermano Pequeño no tenía importancia:
yo me sentía un pájaro, ni más ni menos.
El abismo
Un abismo de silencio nos separa
Yo estoy de un lado del abismo -tú del otro-
No puedo verte ni oírte -pero sé que estás allí-
Suelo llamarte por tu nombre infantil
y finjo que el eco de mi grito es tu voz.
Cómo podemos franquear el abismo -nunca hablándonos, tocándonos-
antes pensaba que podíamos llenarlo con nuestras lágrimas,
ahora quiero destrozarlo con nuestra risa