Traducen a una de las grandes escritoras portuguesas del siglo XX
Agustina Bessa-Luís
Jueves 10 de marzo de 2022
Publicada en 1954 y celebrada como una de las grandes novelas del siglo XX, esta epopeya rural supuso para Agustina Bessa-Luís la confirmación, con poco más de treinta años, de una carrera literaria marcada por la calidad de la escritura y la singularidad de la mirada. Isaac Alonso Estravís la tradujo para Serie Gong y aquí va su prólogo.
Por Mónica Baldaque. Fuente foto: Folha de Sao Paulo
Entre la Sibila y Agustina hay, enlazándolas, un cordón de oro con un corazón, una paloma y un nombre inscrito. Estaba destinado a Agustina desde antes de que ella naciera, mediante un presagio; la ofrenda de una raíz de oro.
De aquella raíz nació una vida, y una obra grande y singular que la ornamenta y la eterniza. Solo de esa manera vale la pena la vida —si somos capaces de eternizarla.
En 1948, Agustina, con 26 años, escribió la novela Mundo cerrado, en la que se paseaba como un arquitecto sobre la proyección del terreno, esbozando la edificación que lo ocuparía; se trataba de un ensayo de la novela que surgiría cinco años después: La Sibila.
Agustina escribió La Sibila en la pequeña salita de un segundo piso, poco iluminada, en la Rua de Boavista, en Porto. La ventana daba a una calle por la que pasaban los tranvías hacia Foz. Se oía aquel rodar de los raíles, pesado, lento y rítmico; ese era el sonido que acompañaba a la escritura, como un compás. Sentada en un orejero forrado de terciopelo verde; una manta en las rodillas. Y sobre una tabla, las hojas de papel que iba rellenando de arriba abajo, con una letra menuda y perfecta, sin un margen blanco, sin manchas.

Cada página parece el mecanismo de un reloj donde las palabras encajan como engranajes en un sistema de alta precisión.
Esta sala, en aquella época, fue también uno de sus mundos cerrados, de recogimiento y escritura.
Bien, en esta novela tan aclamada, tan fundamental en la carrera y en la vida de Agustina, hay dos personajes principales, Quina y Germa. Quina es la tía Amélia, la hermana menor del padre de Agustina, y Germa, Germana, es la propia Agustina. Todo lo que se cuenta, está sacado de la vida de cada una de ellas como si fuese un registro biográfico, sin sentimientos benevolentes ni reservas.
Más bien con la aplicación de un método riguroso de análisis de las complejas relaciones de la vida.
Quina y Germa son la misma persona, una es la prolongación de la otra.
El mundo cerrado de la Sibila no necesita ser revelado más allá del horizonte. Allí todo se conoce, todo se explica con un conocimiento de gran exactitud. Al final, el mundo de todos es cerrado y enigmático.
Las palabras de Agustina nos introducen en Quina: «Para empezar, es una figura de ficción porque permite que se imagine y se cree el momento en el que ella se mueve. Y, por otra parte, es una persona real. Vivió y murió en lugares que, todavía hoy, pueden ser visitados, cerca de Vila Meã, donde la autora, ella misma, nació».
La Sibila existe, a la vez, en un momento real y en un tiempo mítico. Como la misma Agustina.
Hay dos momentos en los que, simbólicamente, se equilibra toda la historia —la ruina de la casa después del incendio, que marca un final y un renacimiento, no solo de un patrimonio, sino también de la confirmación de un contrato como la vida—; y la matanza del cerdo, como ritual fantástico que mueve una ancestral violencia contenida en aquella tribu de mujeres para las que la sangre simboliza una fuente de la vida y de purificación.
Y el tiempo que pasa se va regulando por el movimiento de una rocking chair, la mecedora, en la que, ahora Quina, ahora Germa, se van balanceando.
A lo largo de la novela se van sucediendo muertes de jóvenes y viejos, unas sorpresivas y otras anunciadas, todas ellas acompañadas por el relato frío y justo de Agustina, hasta la muerte de la propia Quina.
Pero con la muerte de Quina la novela no termina.
Se anuncia la continuación con estas últimas palabras, proféticas, bíblicas:
Ante nosotros, Germa; he aquí, de manera simultánea, el ahora y el momento de interpretar la voz de su sibila. […]
[…] porque… porque…