Columnas

Río de Janeiro y Machado

Otra columna del autor de El país de la guerra

"En la esquina de Río de Janeiro y Machado, en la pared de ladrillo a la vista de la ochava, luce pintada, como mural, una de las imágenes del peronismo que más me gustan: la de Evita abrazada a Perón, abrazada por Perón".

Por Martín Kohan.

 

 

En la esquina de Río de Janeiro y Machado, en la pared de ladrillo a la vista de la ochava, luce pintada, como mural, una de las imágenes del peronismo que más me gustan: la de Evita abrazada a Perón, abrazada por Perón. La contemplo desde una ventana del Café Río, justo enfrente. Recuerdo la foto de origen, tomada en el balcón de la Casa Rosada, más atrás, alcanza a verse a Cámpora. En el mural ese contexto se desvanece, los vemos solamente a ellos dos: Perón en camisa blanca, los pantalones calzados muy arriba, como se estilaba; Evita con ropa bordó, con un poco de ganas de rojo. La mano de ella en la espalda de él, ella va a morir y lo saben. Se despiden en la intimidad del abrazo a la vista de todo el pueblo. ¿Qué mejor intimidad que esa? El abrazo oculta los rostros y, en los rostros, las miradas (ni Sartre ni Emmanuel Levinas vienen a cuento en este asunto). Es otra la verdad que se ofrece en esta escena: verdad de dos cuerpos unidos, de amparo y desamparo, de consuelo y desconsuelo; abrazo de la que se va con el que se queda, de la Jefa Espiritual (para siempre) y del Jefe del Estado (por ahora); la muerte los va a separar y, en el futuro, los unirá tenebrosamente el odio de la profanación de los restos.

Debajo de la imagen pintada en esa ochava, hay una leyenda que hace las veces de epígrafe: “Los días felices fueron son y serán peronistas”. Cada uno de los tiempos de esa triple conjugación verbal es por sí mismo una hipótesis. Pero en la escritura de la pared, resalta un detalle: la palabra “son” está corregida. La escritura en pantalla, la electrónica, puede habernos desacostumbrado a la tachadura, al liquid paper; pero perduran en el papel y en cierto modo en las paredes. Las letras de la leyenda son blancas sobre el fondo rojizo de los ladrillos. Con ese mismo trazo blanco se tapó un error, y la palabra “son” fue escrita encima, con color negro. No seré yo quien raspe ese palimpsesto. Baste saber que hubo un tiempo que precisó una enmienda y a la vez, por eso mismo, un subrayamiento, una forma de insistir y enfatizar, y ese tiempo fue el presente, nada menos.

 

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