Recuperan la novela distópica de Jack London
Con traducción de Nicolás Medina Cabrera
Lunes 15 de abril de 2019
La Pollera recupera El talón de hierro de Jack London, novela publicada originalmente en 1908 y considerada una distopía en los Estados Unidos, ejerciendo una fuerte influencia en otras obras sobre gobiernos totalitarios, la más famosa de ellas 1984 de George Orwell.
Por Anthony Meredith. Traducción de Nicolás Medina Cabrera.
No se puede afirmar que el Manuscrito Everhard sea un documento histórico trascendente. Para el historiador está plagado de errores (no errores de hecho, sino de interpretación). Al observar en retrospectiva a través de los siete siglos que han transcurrido desde que Avis Everhard completó su manuscrito, los hechos y sus magnitudes, tan confusos y velados para ella, son claros para nosotros. Ella carecía de perspectiva. Estaba demasiado cerca de los sucesos sobre los que escribía. No, más bien, estaba sumida en los eventos que describió.
Sin embargo, como documento personal, el Manuscrito Everhard posee un valor incalculable. Pero suele caer en el error de perspectiva y la anulación de la imparcialidad debido al sesgo del amor. Aun así, sonreímos y perdonamos a Avis Everhard por las líneas heroicas sobre las que modeló a su marido. Hoy sabemos que él no fue una figura colosal, y que surgió entre los sucesos de su tiempo con una estatura histórica mucho menor de la que sugiere el Manuscrito.
Sabemos que Ernest Everhard fue un hombre excepcionalmente fuerte, pero no tan excepcional como su esposa pensaba.
Fue, después de todo, uno de los tantos héroes que, a lo largo y ancho del mundo, dieron su vida por la Revolución. Aunque debe concederse que realizó una obra inusual, especialmente respecto a su elaboración e interpretación de la filosofía de la clase obrera. “Ciencia proletaria” y “filosofía proletaria” eran los nombres que usaba a este respecto, y de este modo exhibía el provincianismo de su mente; un defecto, no obstante, producto de los tiempos que corrían y del que ningún contempo- ráneo se salvaba.
Pero volvamos al Manuscrito. Resulta notablemente valioso en comunicarnos la sensación (o el sentimiento) de aquellos tiempos terribles. En ningún otro sitio podemos hallar un retrato más vívido de la sicología de las personas que habitaron el turbulento período comprendido entre 1912 y 1932. Aparecen sus errores e ignorancia, sus dudas y miedos y malentendidos; sus falsas ilusiones éticas, sus pasiones violentas, su inconcebible sordidez y egoísmo. Estas son las cosas que nos resultan difíciles de comprender desde nuestra época iluminada. La historia nos cuenta la existencia de estas cosas, y la biología y la sicología nos indican sus motivos. Pero la historia, la biología y la sicología no dan vida a estas cosas. Las aceptamos como hechos, pero quedamos perdidos, desprovistos de una comprensión empática de ellos.
Pese a todo, esta empatía nos asalta mientras leemos detenidamente el Manuscrito Everhard. Entramos en la mente de los actores de ese antiguo drama global y, por un momento, nuestros procesos mentales se asimilan a los de ellos. No solo entendemos el amor que siente Avis Everhard por su heroico esposo, sino que sentimos (como él sintió en esos primeros días) el vago y terrible ascenso de la oligarquía. Sentimos el Talón de Hierro (apropiadamente denominado) descendiendo y aplastando a la humanidad.
Y mientras leemos, advertimos que esa frase histórica, el Talón de Hierro, se originó en la mente de Ernest Everhard. Esto, podemos afirmar, es una de las preguntas discutibles que este documento resuelve. Anteriormente, el primer uso registrado de la frase provenía del panfleto “Ustedes esclavos”, es crito por George Milford y publicado en diciembre de 1912.
George Milford fue un oscuro agitador sobre el que no se sabe mucho, excepto un poco de información adicional proporcionada por el Manuscrito, que menciona que fue baleado en la Comuna de Chicago. Evidentemente Milford escuchó a Ernest Everhard hacer uso de la frase en algún discurso público, pro- bablemente cuando este corría como candidato al Congreso en el otoño de 1912. Por el Manuscrito sabemos que Everhard acuñó la frase en una cena privada en la primavera de 1912.
Esta es, sin duda alguna, la primera ocasión conocida en que la oligarquía fue designada como tal. El ascenso de la oligarquía siempre permanecerá como una causa de secreto asombro para el historiador y el filósofo. Otros grandes eventos históricos poseen su sitio en la evolución social. Eran inevitables. Su consumación pudo haber sido predicha con la misma certitud que los astrónomos actuales predicen el movimiento de las estrellas. Sin estos otros grandes eventos históricos, la evolución social no habría continuado. El comunismo primitivo, la propiedad de personas, la servidumbre doméstica y la esclavitud salarial fueron escalones necesarios para la evolución de la sociedad. Sin embargo, es ridículo sostener que el Talón de Hierro fue una etapa imprescindible; más bien hoy se asocia a un paso lateral, o un paso en falso, asociado a las tiranías que hicieron del mundo pasado un infierno, pero que fueron tan innecesarias como el periodo que nos ocupa.
Tenebroso como fue el feudalismo, su arribo fue inevitable. ¿Qué otra cosa distinta al feudalismo pudo haber seguido al resquebrajamiento de aquella máquina de gobierno centralizado conocida como Imperio Romano? No ocurre lo mismo con el Talón de Hierro. En el proceso ordenado de la evolución social no había cabida para él. No era necesario ni inevitable. Siempre permanecerá como la gran rareza de la historia: un capricho, una fantasía, una aparición, algo inesperado y que nunca fue soñado. Y servirá como una advertencia para aquellos teóricos políticos imprudentes de la actualidad, que hablan con certeza de los procesos sociales.
Los sociólogos del pasado declararon que el capitalismo era la culminación del dominio burgués, el fruto maduro de la revolución burguesa. Y nosotros, los habitantes del presente, no podemos sino aplaudir esa sentencia. Después del capitalismo, se auguraba que vendría el socialismo. Incluso gigantes intelectuales antagónicos como Herbert Spencer pronosticaron este parecer. De la decadencia del capitalismo individualista, brotaría la flor de las épocas, aquella hermandad de los hombres. En vez de eso, y sorprendentemente para nosotros que indagamos en el pasado, el capitalismo, podrido y todo, logró germinar aquel monstruoso retoño: la oligarquía.
El movimiento socialista de principios de siglo XX vaticinó demasiado tarde el arribo de la oligarquía. Incluso prevista, la oligarquía llegó para quedarse; un hecho erigido en sangre, una realidad de tremendo espanto. Ni siquiera en ese momento, tal como nos enseña el Manuscrito Everhard, se le atribuyó algún tipo de permanencia o perdurabilidad al Talón de Hierro.
Los revolucionarios creían que su derrocamiento era cosa de unos pocos años. Es cierto que se dieron cuenta de que la Revuelta Campesina fue espontánea y sin planificación, y que la Primera Revuelta fue prematura, pero bien poco notaron que la Segunda Revuelta, planeada y madura, estaba condenada a un resultado fútil y a un castigo aún más terrible. Es evidente que Avis Everhard acabó el Manuscrito durante los últimos días de preparación para la Segunda Revuelta. Por esta razón no se menciona nada del desastroso final de la Segunda Revuelta. Y también está bastante claro que ella planeaba la inmediata publicación del Manuscrito, tan pronto como el Talón de Hierro fuese derrocado, con el objeto de que su esposo, recientemente fallecido, recibiera todo el crédito de sus acciones. Entonces vino el aterrador aplastamiento de la Segunda Revuelta, y es probable que, frente ese trance peligroso, antes de huir o ser capturada por los mercenarios, escondiera el Manuscrito en el roble hueco de la cabaña de Wake Robin Lodge.
De Avis Everhard no hay más registros.
Indudablemente fue ejecutada por los mercenarios y, tal como ahora se sabe, el Talón de Hierro no guardó registro alguno de esas ejecuciones. Pero ella, incluso mientras escondía el Manuscrito y se aprestaba a escapar, ni siquiera dimensionó cuán terrible había sido el sofocamiento de la Segunda Revuelta. Poco supo que la tortuosa y distorsionada evolución de los tres siglos venideros provocaría una Tercera y Cuarta Revuelta (junto a muchas más revueltas, todas ahogadas en mares de sangre) antes de que el movimiento global de los trabajadores triunfase. Y difícilmente soñó que, por siete largos siglos, el tributo de su amor a Ernest Everhard reposaría, tranquilo e imperturbable, en el corazón del viejo roble de Wake Robin Lodge.