Oda a las cosas, de Pablo Neruda
De Navegaciones y regresos
Sábado 10 de febrero de 2018
Uno de los poemas del Premio Nobel de Literatura chileno, autor de libros indelebles como Residencia en la Tierra, Tentativa del hombre infinito, Canto general
y Odas elementales.
Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto: así se llamó cuando nació en Parral, Región del Maule, en Chile, un 12 de julio de 1904, hijo único del matrimonio formado por el conductor de ferrocarril José del Carmen Reyes Morales y la maestra Rosa Basoalto.
Pablo Neruda, Premio Nobel de Literatura en 1971 (recibido dos años antes de morir en Santiago), es sinónimo de poesía en castellano en todo el mundo y figura capital de la poesía de su país -país en el que llegó incluso a postularse como candidato para Presidente.
La Fundación Pablo Neruda mantiene vivas tres casas museos del poeta: La Sebastiana, La Chascona e Isla Negra.
El poema que sigue está tomado de Navegaciones y regresos (1959), el último libro del ciclo de las odas elementales.
ODA A LAS COSAS
AMO las cosas loca,
locamente.
Me gustan las tenazas,
las tijeras,
adoro las tazas,
las argollas,
las soperas,
sin hablar, por supuesto,
del sombrero.
Amo
todas las cosas,
no sólo las supremas,
sino las infinita-
mente chicas,
el dedal,
las espuelas,
los platos,
los floreros.
Ay, alma mía,
hermoso
es el planeta,
lleno
de pipas
por la mano
conducidas
en el humo,
de llaves,
de saleros,
en fin,
todo
lo que se hizo
por la mano del hombre, toda cosa:
las curvas del zapato,
el tejido,
el nuevo nacimiento
del oro
sin la sangre,
los anteojos,
los clavos,
las escobas,
los relojes, las brújulas,
las monedas, la suave
suavidad de las sillas.
Ay cuántas
cosas
puras
ha construido
el hombre:
de lana,
de madera,
de cristal,
de cordeles,
mesas
maravillosas,
navíos, escaleras.
Amo
todas
las cosas,
no porque sean
ardientes
o fragantes,
sino porque
no sé,
porque este océano es el tuyo,
es el mío:
los botones,
las ruedas,
los pequeños
tesoros
olvidados,
los abanicos
en cuyos plumajes
desvaneció el amor
sus azahares,
las copas, los cuchillos,
las tijeras,
todo tiene
en el mango, en el contorno,
la huella
de unos dedos,
de una remota mano
perdida
en lo más olvidado del olvido.
Yo voy por casas,
calles,
ascensores,
tocando cosas,
divisando objetos
que en secreto ambiciono:
uno porque repica,
otro porque
es tan suave
como la suavidad de una cadera,
otro por su color de agua profunda,
otro por su espesor de terciopelo.
Oh río
irrevocable
de las cosas,
no se dirá
que sólo
amé
los peces,
o las plantas de selva y de pradera,
que no sólo
amé
lo que salta, sube, sobrevive, suspira.
No es verdad:
muchas cosas
me lo dijeron todo.
No sólo me tocaron
o las tocó mi mano,
sino que acompañaron
de tal modo
mi existencia
que conmigo existieron
y fueron para mí tan existentes
que vivieron conmigo media vida
y morirán conmigo media muerte.