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Entrevistas

Natalia Romero: “Este libro me enseñó sobre la paciencia"

Con El precioso ruido de un corazón (Manos de pan), la poeta Natalia Romero publica su primer libro de no ficción. 


Por Valeria Tentoni


 

Escritora, poeta y docente, Natalia Romero acaba de publicar El precioso ruido de un corazón, su primer libro de no ficción, en la novel editorial Manos de pan. Guiada por una serie de fotografías antiguas, Romero rastrea la historia de su madre y también la suya, como hija, así como su propio deseo de maternidad.   

Licenciada en Ciencias de la Comunicación y Magíster en Escritura Creativa, Romero ha publicado los libros de poesía: Puede que la muerte mienta (2018), El principio luminoso (2019) y El amor sostiene el peso de la noche (2024). Los libros infantiles: ABC, Mi primera cocina (2018), Dónde está lo que no está (2024) y el ensayo El otro lado de las cosas: La poesía como restauración de una voz en la obra de Diana Bellessi (2017).  

  

¿Cómo fue emprender el trabajo con estos materiales autobiográficos? ¿Ante qué preguntas te enfrentaste?   

El material de mi escritura siempre tuvo lugar en la experiencia o estuvo ligado a ella. Entonces las fotos, las cartas, incluso las conversaciones, fueron la guía. Este libro apareció de forma sorpresiva, así como las fotos que forman parte del primer material con el que empecé a trabajar. Después eso fue acompañando un proceso que tiene que ver, en este caso, con la reconstrucción de una memoria, mi propia historia y la historia de mi madre. La historia de una pérdida que puede transformarse en la historia de una recuperación. Las preguntas que venían tocaban mucho más al presente de lo que yo me hubiera imaginado. Ir hacia atrás me llevó hacia adelante. ¿Qué es lo materno para mí? ¿Quién fue mi madre? ¿Quién soy yo sin ella? ¿De qué forma nos vinculamos con nuestras madres y abuelas, el linaje que nos trajo hasta acá? Todo esto me llevó también a las preguntas sobre la pareja, la familia, mi concepción y mi deseo sobre esa construcción. ¿De qué está hecho mi deseo de ser madre, de qué está hecho mi deseo de amor?  

¿Qué diferencias encontraste con el trabajo poético?  

Al principio muchas, sobre todo en el proceso que se sostiene en el tiempo, estuve casi cinco años con este libro, y eso es mucho en comparación con el trabajo dentro de un libro de poemas. Este libro me enseñó sobre la paciencia. Después vino un aprendizaje con la forma. Los fragmentos, algunos más breves y otros más extensos, se impusieron y en algún punto siguen siendo una forma de quedarme cerca de la poesía, del poema que es mi centro siempre. Ese fue luego un trabajo que mis editoras respetaron y también ayudaron a que esta escritura pudiera estar cerca del poema.  

El recuerdo se desenrolla a partir de fotografías, ¿cómo funcionaron estos elementos al interior de la estructura narrativa?  

La estructura se impuso, no la pude planear de antemano (nunca puedo) y eso me hizo mucho bien. Las fotos que encuentro son de un viaje que hizo mi mamá a Bariloche a sus 18 años, que es la edad que yo tengo cuando ella muere. Ese fue el disparador, que entendí después. Qué miraba ella entonces y qué miraba yo. Pero las fotos me atraparon por su belleza. Marco blanco, tamaño Polaroid, paisaje. En una sola foto sale ella. Después es todo el sur argentino. Luego las fotos mismas me fueron marcando en un sendero que iba hacia atrás en el tiempo a la vez que llegaba a tocarme en el presente incluso a un futuro que no sabía. La novela tuvo muchos finales que no fueron. Quise terminarla muchas veces y aprendí no solo que eso no funciona, sino que no es el sentido que la escritura tiene para mí. Cuando me entregué al proceso, todo estaba ahí. Por eso lo que terminó pasando es que a partir del mapa de las fotos se terminó armando algo circular. El eje estuvo marcado por la visión. Dónde había estado la visión de mi madre y dónde estaba ahora la mía. Así es como término yendo a la Patagonia, al lugar de las fotos, sin haberlo pensado previamente. El libro me guió al cerro Tronador otra vez. 

La maternidad y la familia son dos temas capitales de El precioso ruido de un corazón. ¿Qué obras fueron referente al momento de encarar estos tópicos?  

Leo todo lo que puedo sobre madres y maternidades hace muchos años. Por su puesto, sin darme cuenta fue un tema que me obsesionó. De hecho, coordinábamos un espacio sobre maternidades y escritura con mi amiga Bárbara Duhau que se llamó El silencio de las madres, durante varios años. Leer muchas mujeres, mujeres madres. Leer literatura ligada a la experiencia me habilitó, me enseñó, me acompañó. Algunas de estas lecturas: Sheila Heti, Maternidad,Terry Tempest Williams, Cuando las mujeres fueron pájaros y Refugio, los poemas de Sharon Olds, Cecilia Fanti, A esta hora de la noche, Ana Wajszczuk, Fantasticland, Rachel Cusk, El trabajo de una vida, Kate Zambrano, Mi libro madre mi libro monstruo, que fue un gran compañero en el final de esta escritura. También, en términos visuales, la obra gráfica de Marion Fayolle que me encanta. 

En la contratapa te acompaña Isabel Zapata, autora de In vitro, y de hecho en tu libro también desarrollás el tema de la fertilización asistida. ¿Considerás que es importante escribir sobre estos temas, abrir el espacio para contar estas historias?  

Absolutamente. Y hoy cada vez más. Poner el tema de las maternidades y el deseo. (El primer título que tuvo este libro era ese: El deseo). De todos modos, el libro por el que llego a Isabel es primero Alberca vacía (acá publicado como Maneras de desaparecer), que me envía una amiga desde México y se transforma en una especie de talismán. Luego tuve el honor de que Isabel acompañara el último tiempo de la escritura de este libro. Y sí, creo que es importantísimo abordar estos temas porque por lo menos en mi caso yo me encontré con una situación que no esperaba, recién separada, sin hijos y con 38 años y tuve que tomar decisiones al respecto. La escritura durante este proceso me sostuvo, así como las lecturas sobre estos caminos. 

El duelo es otro de los temas grandes, la búsqueda del ser querido en el pasado. ¿Con qué elementos compusiste este rastreo?  

Durante el primer tiempo me peleé con la idea de que este fuera un libro sobre un duelo, pero luego me di cuenta de que no había forma de que no lo fuera. De hecho, ¿por qué no lo sería? Lo necesitaba. Aunque no sepamos bien de qué se trata hacer el duelo o dónde empieza y donde termina. Pero con este libro pude entrar a esa memoria que era mía pero también de una familia. Incluso de ese mundo que era de mi mamá antes y más allá de mí. Por eso hablé con algunas de sus amigas, fui a buscar notas, cartas, más fotos. Hablé con mi hermana, le pedí permiso para contar algunas cosas, aproveché lo más que pude los momentos con mi abuelo que era el que más recordaba. Y durante años, sin darme cuenta, había estado registrando todo yo, para mí, como un gesto de recuperar algo. Así fui juntando una especie de material de archivo que fue armando el libro. 

Participaste de una residencia de escritura en España, ¿podrías contarnos algo acerca de la importancia de ese espacio para la conclusión de este libro?  

Esta residencia, Canserrat, en El Bruc, cerca de Barcelona fue muy importante porque fue la primera vez que me habilité casi dos meses enteros para hacer exclusivamente eso. Escribir, editar, re escribir, escribir más, leer, escribir, y así. Me ayudó mucho y disfruté mucho el proceso de estar ahí dentro del mundo de mi escritura, además al estar lejos y rodeada de personas que no te conocen, todo fue más sencillo. Y la montaña, el paisaje alrededor también fueron propicios. 

¿Cómo fue el trabajo con las editoras, en este sello novel?  

Trabajar con el equipo de Manos de pan, Elvira Sastre, Miranda Maltagliati, Paola Soto y María Gutiérrez, fue un lujo. El trabajo que hicimos juntas fue muy delicado, certero y sobre todo, y para mí muy importante, amoroso y respetuoso. Fue como un regalo para mí que este libro estuviera acompañado por mujeres que admiro y que fuera en el país del cual vienen mis raíces maternas. Y es un proceso muy fructífero el intercambio con editoras que leen y cuidan así la obra, lo que está escrito.

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