Mi bosque
Literatura austríaca contemporánea
Martes 30 de noviembre de 2021
"Todos los días entro al bosque como si fuese mi habitación. Conozco las piedras, los arbustos y los árboles": leé uno de los bellísimos textos que las rutas de autor del Filba Internacional nos regalaron. Aquí, el de la autora nacida en Austria en 1947.
Por Monika Helfer. Traducción de Gabriela Adamo. Foto de Isolde Ohlbaum.
Todos los días entro al bosque como si fuese mi habitación. Conozco las piedras, los arbustos y los árboles. Cambian según la época del año. Reconozco los olores. Si otra persona entra en mi habitación, me escondo entre los matorrales y espero hasta que se haya ido. El camino a través del bosque lleva hacia arriba, a una colina con un castillo. Setecientos cuarenta metros por encima del nivel del mar. Hace años, mi hija Paula caminó por este sendero con su amiga, se trepó a una roca y cayó. Una piedra se desprendió de la montaña. La piedra la mató. Paso por ese lugar, queda más abajo. Me persigno y me detengo delante de la imagen que mi marido clavó en el tronco de un árbol. Ahí se puede ver la cara querida de nuestra hija Paula, veinte años apenas. Tiene esa mirada íntima que dice: veo tu interior, mamá, te veo hasta al fondo. Todos los días le traigo flores frescas; rosas de mi jardín, helechos y escolopendrias del bosque. Campanillas azules, también, si se dejan cortar. Todo tiene un alma. Los días de lluvia, las salamandras alpinas se aparean en el sendero. Brillan negro-noche, relucientes. Son dadoras de vida y puedo imaginarme las minúsculas salamandritas. Presto atención para no pisarlas sin querer. La mirada siempre en el suelo. Los escarabajos-ciervo se trepan por mis zapatillas.
Hay un banco delante de la imagen. Allí se sienta, al mediodía, una mujer muy vieja. Hace una seña para que me acerque y yo le digo que alguna vez quiero ser como ella, tan calma, tan bondadosa incluso hacia lo malo. Una vez la sorprendió un ladrón. Entró de noche por la ventana de la cocina y la amenazó con un destornillador. La anciana le dijo: “Le caliento un poco de café, pobre hombre. Sólo tengo un par de euros en la billetera. ¿Quiere llevárselos?”. Al hombre le dio vergüenza y salió por la misma ventana de la cocina, hacia el pasto alto. Al día siguiente volvió, esta vez por la puerta principal, y le trajo a la anciana una porción de torta de damascos. Se persignó y desapareció.
Me mira un poco desconcertada. Ya casi fuera de este mundo. Una vez me prometió que saludaría a Paula de mi parte cuando llegara al más allá.
Una semana más tarde, cuando me acerco con flores frescas a la imagen de Paula, veo a la anciana. Yace sobre el banco. Se resecó. La toco, y se convierte en polvo.