Filba

Flor y los cactus y la tridimensión

Jiniva Irazábal / Filba

La bitácora de Romina Paula en el último Filba Internacional nos trae una visita a un herbario, un viaje en taxi, una visita internacional y el poder de la vida aferrada a la vida.


Por Romina Paula.



¿De qué se compone un presente? ¿Cuántas cosas se intersectan en él? ¿Interseccionan? ¿Intervienen? ¿Superponen?


Cristóbal María Hicken fue un botánico argentino de fines del siglo XIX. Discípulo de Eduardo Ladislao Holmberg, otro naturalista y escritor argentino, del mismo siglo.

En 1911 Hicken instaló en Acassuso, partido de San Isidro, un herbario y una biblioteca particular que llamó Darwinion; que con el paso del tiempo se convirtió en un reconocido centro botánico de Conicet. Su biblioteca llegó a reunir 10000 volúmenes, y su herbario más de 150 mil ejemplares de plantas.

Jon, Flor y yo llegamos al Darwinion una tarde de sol de primavera. En el auto Flor y yo hemos forcejeado en una serie de semáforos con la ventanilla del lado del acompañante que ocupo. El auto es de su madre, el suyo entró al mecánico la noche anterior, el de su madre la salva pero tiene sus mañas. Flor, al volante, me explica cómo manipular el vidrio. Debo empujar hacia arriba y hacia atrás y ella sube la ventanilla desde su botón. Lo intentamos un par de veces, no ejecuto bien el movimiento de hacia arriba y hacia atrás, la ventanilla cada una de esas veces vuelve a enfundarse, nos reímos. En un semáforo finalmente Flor se estrecha por encima de mí, ejecuta el efecto ese que me venía pidiendo pero con pericia, ahora que lo veo lo entiendo, la ventanilla sube, podemos avanzar. Flor, también, ofrece caramelos. Trae junto a la palanca de cambios una bolsita de caramelos duros, de forma de gajo de fruta, acepto uno, Jon no, son intensos en su tamaño, antes de disolverse sobre la lengua ocupan gran parte del paladar. Elijo el único blanco, que suele ser de ananá en la convención entre frutas y los colores que las representan. Flor dice que prefiere comer caramelos a tomar café para estar despierta al volante. Flor se presenta como chofera. No chofer, chofer no, chofera dice que es. Y que escribe también, que escribe poesía. Cuenta que volvió de estar viviendo en Méjico algunos años y que ahora está acá, trabajando de chofera, hasta que decida qué hacer, si quedarse, si volver. Que por ahora vive en un departamento con luz pero sin sol directo y que por eso tuvo que readaptar su jardín amigo a plantas de sombra. Las de sol se las deja a su ex. Pero eso ya es parte de la conversación del regreso. A la ida también averiguo que Jon Bilbao vive en Bilbao ahora mismo pero que ni nació ni se crió ahí. Que de niño hablaba y entendía el vasco pero que ya casi que no aunque la escolaridad de sus hijos transcurra en vasco absoluto. Coincidimos con Flor en que Jon Bilbao parece un nombre de ficción. Podría tratarse del alter ego de este Jon en alguna de sus novelas. También descubrimos que es la primera vez de Jon en nuestro país y nuestra ciudad y eso nos hace gritar al unísono. Jon aterrizó hace un par de horas nomás, de ese vuelo eterno, y estas son sus primeras impresiones en nuestra ciudad. Por nuestro grito, creo que eso nos entusiasma. Nos da una sensación de trascendencia, de inauguración. En un momento, cerca de nuestro destino, circulando por la Avenida del Libertador, le señalo a Jon que mire hacia la derecha por una de las calles perpendiculares, si mirás ahí al fondo vas a ver el Río de la Plata, Flor baja la velocidad, Jon mira, pero lo cierto es que lo único que se ve al fondo, barranca abajo es un trapecio invertido marrón, un cajoncito de marrón en el horizonte, Jon se ríe, fue lo contrario de heroica esa imagen, que así recortada, para quienes conocemos la orilla del río abierto, representa lo que conocemos, pero que, como única muestra de aquello que pretende representar, no es nada válida.

Y no lo sé aún entonces pero ese será en gran parte el tema de la tarde en el Darwinion, un poco algo que podria llamar una Synechdoque, o la parte por el todo: si esos dibujos que hace Marcelo Moreno, nuestro anfitrión, ilustrador del Darwinion, representan fidedignamente al ejemplar o no.

Marcelo es quien nos recibe en Acassuso, la casa de Hickens que se convirtió en centro de estudios y herbario nacional. Marcelo nos explica que son pocos hoy en el edificio porque se realizan unas jornadas de botánica en Mar del Plata y la mayoría está allá. Marcelo, junto a Francisco, de quién solo conoceremos algunas ilustraciones, son los responsables de dibujar los ejemplares del herbario para acompañar ese registro con su ilustración más fiel. Para eso usan tinta china, y/o un programa de computadora. Observan los ejemplares bajo lupas e intentan devolverle a la planta el volumen que ha perdido al ser deshidratada y aplastada. Dice Marcelo que su dibujo del ejemplar completo, entonces, de algún modo, no existe para el ojo humano, o para el de la cámara, que solo puede regsitrar al mismo tiempo un único punto de vista. El intenta, si entendí bien, darle una tridimensionalidad al dibujo, que la foto no puede tener, ni mucho menos el ejemplar sin vida entre dos hojas. El trabajo del Marcelo es meticuloso, preciso, fascinante y profundo. En relación a esta idea del punto de vista, de la reconstrucción, de la representación, de la clasificación.


En la segunda parte de la visita Fernando, el biólogo que se ocupa del herbario (que al principio, debo confesar, confundida por el nombre, pensé que se trataba de especies vivas), nos exhibe los estantes especialmente diseñados en los que se almacenan las especies secas y prensadas junto a su descripción. Hay algunas del siglo XIX, algunas de otros países. Dice que es uno de los herbarios más completos de la región. Saca de las estanterías algunos ejemplares para mostrarnos. Unos helechos muy antiguos que ahora son marrones pero conservan su forma perfectamente y parecen de madera, así a simple vista. Después nos exhibe un cactus, que se archivan en un corte longitudinal, por supuesto deshidaratado. También se conserva una parte del exterior de este cactus, lleno de espinas y pelos. Las muestras del cactus son macabras. Su textura disecada parece cuero, sus filamentos, cabello humano. Estas muestras cosidas a las hojas tienen algo de jibarismo: esto parece pelo y piel. Nunca habría asociado un cactus con un humano. Este parecido/ analogía irrefutable me hace pensar que tanto ellos como nosotros estamos compuestos mayormente de agua. Con unas membranas que contienen a esa agua y algunas cosas más. Necesito decirles que deshidratados, o más bien, momificados, el cactus y nosotros, nos parecemos escandalosamente.

En el viaje de regreso le hago algunas preguntas más a Flor. La oí toser en varias ocasiones, Marcelo le ofreció agua, ella no quiso, dijo algo como solo tengo tos. En el auto de vuelta, una vez más desde mi lugar de copiloto, le pregunto por esa tos. La pregunta es exactamente si está saliendo de una gripe y me dice que sí pero también, que tiene una enfermedad crónica que se llama fibrosis quística. Creo saber de qué se trata cuando lo oigo pero cuando me lo explica me doy cuenta de que no tenía idea. Es una enfermedad que se detecta en niños (que en su mayoría, casi nunca alcanzan la mayoría de edad). Afecta a las mucosas, produciendo problemas sobre todo en los pulmones y en el páncreas. Causa todo tipo de problemas respiratorios e infecciones pulmonares y en cuanto al páncreas, no permite que se absorban las grasas y hace que la persona que lo padece no consiga aumentar de peso, coma lo que coma. Escribo de lo que recuerdo y de lo que googleo ahora. Pero al googlear descubro que Flor me explicó perfectamente toda la sintomatología. Dice que su madre y padre eran portadores de la enfermedad sin que se les manifestara y que de sus hermanas, sólo a ella le tocó. Dice que toma medicación a diario, para absorber los alimentos, que se nebuliza varias veces al día también. Que cada tanto tiene crisis pero que, si no, vive bien. Que no quiere ser sólo una paciente. Que a veces la segregan por la tos, sobre todo después del covid. Que hace poco cumplió los 34 y que ya vivió mucho más de lo que se pronosticaba con su enfermedad. Dice que a los 14 años googleó por primera vez de qué se trataba su enfermedad y que ese momento fue un abismo, un portal. Ella no usó esas palabras, estas palabras las traigo yo. Que desde entonces se dedicó a vivir todo lo que pudo, como si fuera siempre el último año, que viajó con la mochila, que fue a fiestas, que salió de noche, todas cosas no tan compatibles con su enfermedad. Dice Flor que ya vivió mucho más de lo que la medicina o los médicos le habían vaticinado. Dice Flor que ahora tiene que ver qué va a hacer, porque no se había preparado para vivir tanto. Le agradezco a Flor su apertura, su claridad. Bajo del auto de Flor en una esquina soleada del barrio de Palermo. Solo alcanzo a decirle sos crác, antes de cerrar la puerta de la ventana mañosa detrás de mí. ¿Sos crác? Qué estúpida.

Ayer le escribo a Amalia para pedirle el contacto de Flor y le escribo a ella para preguntarle si puedo mencionar su historia en mi texto. Ella, por supuesto, me dice que sí, con absoluta onda y generosidad. Y, claro, es crác.

De todas estas cosas puede estar hecho un presente en un par de horas en la ciudad de Buenos Aires. Pienso también en Jon en el asiento trasero, expuesto a todo esto por primera y única vez: estas calles, el río en trapecio, el herbario, las mujeres intensas. Que habrá sentido bajo la bruma del jet lag. La intersección de todas estas especies e historias, una coyuntura perfecta de cuerpos, hidratados y de los otros, historias, del presente y de las que aúllan desde un pasado en las piedras y el ejemplar prensado. El ilustrador, el botánico, la chofera, el escritor y yo, que doy este punto de vista, sesgado, amoroso, lleno de admiración, por lo que está vivo y se aferra, por lo que ya no lo está y comunica, enseña, lega, desde un pasado remoto, suponiendo que el tiempo sea -como nos dicen- lineal.

Artículos relacionados

El elefante roto

Compartimos el texto que el escritor español Jon Bilbao leyó en la lectura inicial del MALBA junto a Lina Meruane, Nelson Specchia, Lucas Soares y Gabrielle Boulianne-Tremblay.

Filbita vuelve junto a Sinfín: tres días de literatura para las infancias

En su edición número 15ª el Festival Filbita + Sinfín tendrá más de 30 propuestas de actividades para chicas, chicos y familias en el Espacio Cultural del Sur. Conversamos con su directora, Larisa Chausovsky.

El otro

Compartimos el texto que el argentino Nelson Specchia leyó, junto a Jon Bilbao, Lina Meruane, Lucas Soares y Gabrielle Boulianne-Tremblay en la inauguración del Filba 2025. 

En las manos, el paraíso quema

Compartimos el texto que Pol Guasch leyó frente a la obra de Mondongo, en ArtHaus, en el último Filba Internacional. 

Soy marrón

Compartimos el cruce epistolar del Filba entre dos artistas que vienen de lugares muy lejanos, comparten un color y con él, una identidad: Florencia Alvarado y Sheena Patel. 

Hija de sí misma

Compartimos la lectura de la invitada canadiense al Filba, traducida en editorial Metalúcida. 

×
Aceptar
×
Seguir comprando
Ver carrito
0 item(s) agregado tu carrito
×
MUTMA
Seguir comprando
Checkout
×
Se va a agregar 1 ítem a tu carrito
¿Es para un colectivo?
No
Aceptar
×
Suscripción Eterna
Suscribite
Y recibí nuestro newsletter semanal con lo mejor del blog, todas las novedades y la agenda de la librería.
SUSCRIBIRSE