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Marx y Foucault: constitución y excedencia

Por Diego Sztulwark

"Marx es el nombre de la determinación real e histórica (el hoy); Foucault, el de la subjetivación, la creación de dispositivos de apropiación creativa y de apertura de nuevos horizontes (el mañana): Marx es el ahora, Foucault, el porvenir". Leé el prólogo a Marx y Foucault (Cactus Editora), de Antonio Negri. 

Por Diego Sztulwark.

 

I. Una escritura salvaje

La experiencia de Toni Negri se funda en una decisión biográfica, intelectual y política que afecta por completo su escritura: el ser es excedencia y constitución. Lo que es se da como apertura y producción. Si hay violencia en la ontología se debe a la ruptura que el ser opera respecto de toda medida impuesta. La vivencia de lo real es la del disfrute de la materia y del cuerpo, la alegría del fenómeno y el despliegue de la desmesura dentro de y contra los límites que supone toda síntesis dialéctica. Esta decisión inicial se despliega en una serie de oposiciones generativas: potencia contra poder, singularidad contra individualidad, dinámica constituyente contra fijación, expresión contra representación, antagonismo contra antítesis, anomalía contra normativización, común contra privado-público, historicidad contra teología, desborde contra adecuación. Siendo proceso abierto, el ser o lo común solo existe como aquello que debe ser construido y verificado en el plano de la historia efectiva, a lo largo de una vida, a través de unos textos, por medio de una praxis.

¿Cómo procesa la prisión, la frustración de los proyectos colectivos un comunista de esta índole? Según sus palabras, sosteniendo el deseo de “mantener más allá de la derrota una verdad que de lo contrario habría desaparecido, y una lectura del destino político de mi generación que de lo contrario habría sido falseada por la represión”. Había una línea fuerte que defender, una potencia producida por una pasión. Así comienza Historia de un comunista, su autobiografía. El problema que atañe a Negri es el siguiente: ¿es convincente el dispositivo existencial, intelectual y político que le permite investigar la productividad del ser –la irreversibilidad del tiempo y la determinación histórica– soportando el peso de una profunda derrota?

Gombrowicz escribió en su Diario argentino que los comunistas le causaban una doble impresión: le fascinaba la lucidez crítica de su diagnóstico del presente y lo irritaba la puerilidad que se apoderaba de ellos cuando describían el tiempo de la emancipación por venir. Crítica y utopía como momento fuerte y débil. Este libro pretende romper ese tipo de teleología blanda, crítico-profética. Captar este esfuerzo es imprescindible para leer a Negri. Su creencia en el movimiento de la historia surge de una razonada conversión personal –realizada sobre la base de una temprana adhesión al inmanentismo bruneano– desde la militancia cristiana al materialismo comunista. Esa conversión fue intelectualmente intensa y dio como resultado una articulación original entre ontología e historia que intenta problematizar y resolver la relación entre necesidad y contingencia, crisis e innovación, decisión y estructura. En Marx y Foucault se retoma esta labor articulatoria a partir de la tensión específica que se plantea entre determinación y subjetivación: Marx es el nombre de la determinación real e histórica (el hoy); Foucault, el de la subjetivación, la creación de dispositivos de apropiación creativa y de apertura de nuevos horizontes (el mañana): Marx es el ahora, Foucault, el porvenir. La propia noción de horizonte es tratada de un modo anti-utópico: nada abajo, nada arriba. Solo espacio para el juego conflictivo de las fuerzas. El comunismo de Negri, despojado de trascendencia y nostalgia, se da como el conjunto de las percepciones y afecciones que se experimentan dentro y contra el poder.

Excedencia y constitución son las categorías principales de la dialéctica negriana en la que el Uno se divide en dos. Siendo la ambición de lo Uno desafiada por el movimiento de una diferenciación interna y antagonista. Lo Uno sueña que persiste igual a sí mismo (régimen de la representación) mientras resulta socavado-desbordado por un movimiento de constitución que rompe y va más allá de toda mistificación (régimen de la expresión). ¿Qué mistificación? La que conduce el monismo hacia lo Uno. Porque el ser no es Uno, término substancial, homogéneo y permanente, sino relación, multiplicidad, dinamismo productivo. Excedencia y constitución son los rasgos fundamentales de una ontología materialista del devenir que se localiza en el nivel de los cuerpos, de los afectos y de los conocimientos, es decir, en el nivel de una vivencia común continuamente enriquecida de interacción de las singularidades. El carácter concreto de esta experiencia da su sentido particular al léxico negriano: historicidad, fundación, investigación, crisis, tendencia, común, composición y apertura.

 

II. El método de la autonomía

La obsesión central de Negri ha sido siempre el método: cómo aferrar lo real. ¿Qué nociones permiten agenciar, en el plano de la historia y de la acción política, esta manifestación de excedencia –que se impone como determinación efectiva– en términos de una nueva constitución, es decir, de apertura de nuevos horizontes subjetivos, ético-políticos? La primera resolución es spinozista: el método es insurreccional, determinista y abierto. La excedencia como generosidad de la diferencia se expresa como potencia que anima y explica la composición constituyente de las singularidades. La segunda será un historicismo absoluto, la exigencia de elaborar las categorías capaces de operar una comprensión y una transformación sobre la realidad. En Negri, esta exigencia historicista está dominada por la experiencia de su militancia en el autonomismo obrerista, corriente fundada en los años sesenta por Alquati, Panzieri y Tronti en torno a la subjetividad del trabajo vivo en la fábrica (rechazo a la explotación, autonomía de la lucha por el salario, reapropiación de la tecnología, coinvestigación obrera), núcleo central de lo que Negri llama “la diferencia italiana”. Este es el énfasis de Marx y Foucault. Se trata de aprehender sobre el terreno de la historia la dimensión ontológica y práctica del antagonismo a partir del surgimiento de deseos organizados en luchas concretas, en las que se forjan conocimientos, afectos, modos de vivir. El método es, en tercer lugar, entonces, investigación militante o coinvestigación en el plano de las luchas, atención analítica y creación de conceptos a la altura de este ensamble antagonista entre ontología e historia, excedencia y constitución, determinación y subjetivación. Lo que la investigación persigue es una completa recomposición de la razón bajo los efectos –aprendizajes– de los deseos comunes que emergen en las luchas (Negri las llama “mutaciones antropológicas”). El instrumental autonomista se vale aquí de dos nociones operativas: composición técnica y política del trabajo. El método es, en cuarto lugar, un composicionismo: deduce la determinación y la subjetivación obrera de las mutaciones de la composición orgánica del capital (trabajo vivo que produce valor sometido a trabajo objetivado que lo conserva y que es utilizado como dispositivo de explotación). Al investigar el proceso de producción de capital desde abajo, como una relación conflictiva cuyo dinamismo fuerza la mutación de la composición orgánica, se distinguen las figuras anticipatorias del trabajo según una dimensión técnica que remite a la determinación objetiva (la relación con las máquinas, las disposiciones laborales, las cualidades puestas en juego en el proceso de trabajo), y según una dimensión política (que refiere a la subjetivación, a los procesos de autonomización, de organización, de reapropiación).

El método entonces tiende a profundizar en la dinámica real y concreta de la lucha de clases. Lukács, Merleau-Ponty, Kosík. La insurrección adquiere rasgos concretos en la composición técnica y política de la clase obrera. En la época actual, definida por el pasaje del obrero masa al obrero social, cuando la subsunción del trabajo vivo en el capital es completa y la explotación se extiende al conjunto de la actividad social, la composición técnica se define por el hecho ultra-significativo de la aparición del sujeto maquínico, que apropiándose de cuotas de capital fijo, es decir, de medios de producción, adquiere una composición política que tiende a la autonomización de la cooperación productiva respecto del mando del capital. Composición técnica y composición política definen, en el pasaje del fordismo al posfordismo, un nuevo concepto de clase que Negri llama multitud. Este nuevo concepto de clase se caracteriza por su inclinación a valorizarse a través de conexiones cognitivas, lingüísticas y afectivas que escapan (excedencia y fuga) al consumo del capital. Esta valorización autónoma es creación de subjetividad. El antagonismo viene dado, entonces, por la resistencia que en este contexto oponen los modos de vida a la traducción del valor en valor capitalista. Cuando esta resistencia deviene bloqueo del proceso de la acumulación de capital, cuando el carácter excedentario del trabajo inmediatamente social ya no se deja capturar por el comando del capital, la crisis se convierte también en posibilidad de crear representaciones, traducciones e instituciones no capitalistas del valor socialmente producido.

El método deviene diagnóstico y política. El diagnóstico se revela dispositivo productivo. En la época de la subsunción real de la sociedad en el capital –predominio de la plusvalía relativa sobre la absoluta–, cuando el conocimiento deviene fuerza productiva tendencialmente dominante, el antagonismo se da sobre el inmediato plano de lo social (la vida, los modos de vida), de tal manera que ya no es posible distinguir antagonismo social, lucha de clases y ciencia política. Cuando la productividad del trabajo es la actividad colectiva (virtuosismo del lenguaje, de los afectos, del conocimiento, de los cuidados, de la comunicación) capaz de reapropiarse de segmentos de los medios productivos y de profundizar en concreto su deseo de autonomía dentro de la fábrica social (por medio de las luchas del trabajo metropolitano en todos los planos de la existencia), la exigencia de renovación del método se agudiza y necesita corroborarse en el plano de la organización de lo que Negri llama lo “común” (y que hace corresponder con la “biopolítica” foucaultiana).

La importancia de la dimensión metodológica se corrobora no solo en la práctica de la co-investigación y en la experiencia de la política sino también en la polémica y en las enemistades filosóficas de Negri: su relación con la dialéctica hegeliana, a la que adhirió de joven (Negri fue traductor de Hegel y autor de Estado y derecho en el joven Hegel, nunca publicado en español) y a la que reprocha su racionalización idealista de los procesos reales y una solución reaccionaria de las oposiciones reales (de clase), por medio de una mediación sintética que reúne y limita; su ambigua reacción ante el diagnóstico de los pensadores de la Escuela de Frankfurt de una sociedad alienada, completamente reorganizada por el mando del capital, y una dialéctica en suspenso o negativa, que Negri reconstituye críticamente mediante la exaltación de la noción marxiana de la subsunción real de la sociedad en el capital y también de la distinción entre biopoder y biopolítica en Foucault, que le permite admitir la hegemonía del capital reabriendo al mismo tiempo la asunción de un espacio de antagonismos y crisis; su rechazo terminante del pesimismo ontológico heideggeriano, asociado a una ética impotente y a una desactivación de la praxis, que se vuelve contra las tecnologías bloqueando toda comprensión de los procesos de reapropiación de la máquina por el trabajo; su rechazo práctico de la llamada “autonomía de lo político” tal y como la formuló el pci a partir de Togliatti y que abrió paso a la política del “compromiso histórico” como apuesta a la participación en el control del aparato del estado, que reduce lo político como un ejercicio del poder soberano sin atender al problema de los valores, es decir, a la continuidad de la representación del valor trabajo como valor capital, cuestión medular que lleva a Negri a realizar una lectura izquierdista de Foucault, acentuando el dominio de las micropolíticas (el juego cualitativo que se da en el plano de las relaciones sociales), y nos lleva a nosotros, lectores sudamericanos, a reflexionar en la reducción de lo político sobre lo estatal realizada por los gobiernos llamados progresistas; por último, las refutaciones a los más importantes filósofos actuales tales como Bruno Latour (cuya antropología de la vida afirma una cosmopolítica que anula, según Negri, la historicidad biopolítica del mundo), Rancière y Agamben (pensadores de lo político como sustracción, en los que se debilita la dimensión histórica y se disuelve el peso de las singularidades) y, sobre todo, Alain Badiou, cuyo platonismo sería una reacción contra la materialidad de la lucha de clases, el comunismo una idea y la noción de acontecimiento una formalización de la ruptura que rechaza toda inmanencia con la materialidad del antagonismo.

 

III. De la renta al fascismo

El método aspira a captar lo real, es decir, el modo en que la actividad humana crea valor, pero también el modo en que el capital se representa ese valor (el modo en que se lo apropia), y el antagonismo que mediante la lucha del trabajo vivo anticipa las nuevas figuras subjetivas. La secuencia podría formularse así: en primer lugar, dar con la excedencia; en segundo, comprender las formas de explotación (siempre conectadas con las formas de dominio); y finalmente, determinar el antagonismo hacia la autonomía. La investigación muestra hasta qué punto la actividad productiva se extiende al conjunto de la actividad humana (poniendo en el centro el conocimiento y el intelecto general del que habló Marx); verifica el pasaje por el cual la vieja clase obrera cede lugar a nuevas formas del trabajo y a la cooperación social, esparcida ahora al conjunto del territorio y la vida (biopolítica); se esfuerza por comprender los modos de explotación capitalista sobre las conexiones afectivas, intelectuales, lingüísticas; y elabora hipótesis antagonistas sobre las tendencias autonomistas de los modos de vida.

¿Qué resultados arroja hoy la investigación? En primer lugar, la nueva figura del trabajo inmediatamente cooperativa (social, cognitiva), ligada a la máquina, extendida al territorio; en segundo lugar, el papel del capital financiero como representación del valor, que se despliega a partir de las funciones del dinero como medida, comando y control de la actividad social y de la renta como dispositivo privilegiado de apropiación de plusvalor (y, por tanto, de creación de clase dominante); en tercer lugar, las luchas por el salario social, la reproducción y la creación de modos de vida que exceden los dispositivos financieros de captura y bloquean la acumulación generando crisis continuas.

Esta comprensión del capital financiero como modo específico de acumulación se enfrenta a la comprensión habitual de la crisis como oposición de una figura “mala” del capital (las finanzas como especulación parasitaria) frente a una “buena” (el capital como desarrollo, industria), y recupera la correlación entre lucha de clases y crisis. Según Negri, hay un tejido inmanente entre nuevas figuras productivas y hegemonía de las finanzas. Pero se trata de un tejido complejo y opaco. A diferencia del patrón metido en la fábrica, el comando financiero no organiza la producción sino que explota la cooperación. La ganancia deviene renta.

La crisis de la acumulación de capital es explicada por Negri por la presencia, en su interior,  de la actividad cooperativa cuya demanda de un salario social y defensa del welfare tiende a la autonomía por la vía de la reapropiación de las condiciones de su auto-organización y auto-valorización. El carácter biopolítico de las luchas impugna la relación de representación tanto en el nivel político, el nivel de la legitimación electoral del estado neoliberal, como en el nivel de la representación capitalista del valor-trabajo al interior de la relación de la subsunción real. Esta doble impugnación está en el corazón de la crisis del neoliberalismo y le impide consolidarse sin acudir a elementos del fascismo que apuntan a destruir la excedencia y a interrumpir momentos constituyentes por la vía represiva (racismo, sexismo, clasismo).

El fracaso del llamado populismo de izquierda en constituirse en alternativa fuerte de lo neoliberal se sitúa exactamente en este punto. Su incapacidad de cuestionar la doble representación en la que se basa la hegemonía del capital se evidencia en la pobreza de las hipótesis sobre los usos posibles de las finanzas en una perspectiva de lo común, y en imaginar formas constitucionales que devuelvan poder de decisión a las figuras de la cooperación. Sin embargo este fracaso puede convertirse en una buena noticia si redunda en un nuevo alineamiento de alianzas y estrategias en el enfrentamiento con las élites neoliberales, si redunda en una nueva comprensión de la hegemonía como protagonismo de las luchas biopolíticas, si –a diferencia de planteos como el de Ernesto Laclau– la producción de hegemonía queda a cargo de estas luchas: en torno a la reproducción, las formas de reapropiación de las tecnologías (para que no queden del lado de la soberanía y de la acumulación), la defensa del welfare, la lucha contra el racismo, el sexismo, el clasismo y la invención de la infraestructura y los derechos para disfrutar el común.

 

IV. Foucault para leer a Marx más allá de Marx

En Historia de un comunista, Negri describe la evolución de la academia europea como el ámbito en el que madura una filosofía reaccionaria y contrarrevolucionaria que decanta en la filosofía de Heidegger. Marx y Foucault opone una contrahistoria: la de la fragua de un nuevo materialismo filosófico que corona en los intelectuales del obrerismo italiano, en ciertos pensadores del postestructuralismo francés, sobre todo Michel Foucault y, junto a él, Gilles Deleuze y Félix Guattari. Nuevo materialismo quiere decir aquí reinmersión del pensamiento que surge en contacto con las luchas, (68 francés; 68-77 italiano). Una mención especial le dedica Negri a Mario Tronti, fue él quien le enseñó a concebir el trabajo vivo como subjetividad, auténtica singularidad de la italian theory. El nexo a identificar es entonces aquel que liga a Tronti con Foucault. A propósito, Negri cuenta que leyó a Foucault mientras escribía su trabajo Marx más allá de Marx. Y agrega que su lectura de Foucault fue particularmente cuidadosa de ciertas categorías de Gramsci (en concreto, sugiere cierta relación posible entre biopoder y “revolución pasiva”). Foucault representa para Negri una renovación del método: actualización de la ontología y reconocimiento de las nuevas determinaciones, pero sobre todo comprensión del nuevo espacio de subjetivación de las luchas dentro de y contra un biopoder. Es ese proceso de subjetivación el que se acentúa en Negri, en polémica con una lectura de Foucault (sobre todo anglosajona) que anula la diferencia entre biopoder y biopolítica. Contra la presentación de un Foucault fascinado con los biopoderes neoliberales, Negri insiste en identificar en los últimos años de la enseñanza de Foucault el momento metodológico decisivo, que funda una versión fuerte y productiva de lo posmoderno, que capta el antagonismo al interior del capitalismo contemporáneo. Es forzando esta distinción, creando la noción de biopolítica, que se abre el espacio para reconocer y participar de las dinámicas de subjetivación de las determinaciones materiales. Si el biopoder es el medio en el que se extienden y explotan las nuevas formas de cooperación (la subsunción real desde el punto de vista del control de la vida), la biopolítica es el dentro, contra y más allá que permite captar la riqueza de las resistencias en cuanto que plus (reapropiación-autonomía-invención de modos de vida): excedencia y constitución.

 

V. Un príncipe para las micropolíticas

Marx y Foucault ayuda a plantear un nuevo concepto de lo político. La inspiración maquiaveliana de la política como división del campo social, como pragmática del deseo y como distinción entre poder y potencia (que está por detrás de la diferencia biopoder/biopolítica), funciona como polémica con la teología política de Carl Schmitt (la “decisión soberana” y la “excepción”). La noción negriana de antagonismo provee criterios materialistas capaces de retomar el dinamismo de la relación amistad-enemistad fuera de toda mistificación.

En torno al príncipe se juega, entonces, un nuevo momento del método: el de la construcción de la decisión por parte de la multitud. Se trata del momento de la organización, de la creación de los dispositivos que crean subjetividad, del paso del “en sí” al “para sí”. Con una salvedad fundamental: que este pasaje es fuertemente inmanente y se da en el interior del antagonismo. Es el momento de mayor creatividad del pensamiento de Negri, donde mejor se resuelve la continuidad entre su propia experiencia militante y su encuentro con Foucault. El príncipe como multitud se constituye en un pasaje fuertemente micropolítico, que implica inventar prácticas de neutralización y reapropiación de cada una de las tecnologías de producción que operan al mismo tiempo como tecnologías de mando (tecnologías, moneda, medios de comunicación).

Así como Panzieri, Alquati y sus compañeros de los Quaderni Rossi enseñaron a Negri, a comienzos de los años sesenta, la práctica de la autonomía obrera, de la coinvestigación con los trabajadores de la Fiat como un instrumento directo de organización, y donde se trataba de comprender cómo el poder del capital sobre la clase obrera pasaba por el uso de la máquina como dispositivo de mando, pero también cómo sabotear ese comando, Foucault le ofrece las claves para actualizar el método de la coinvestigación/organización en el nuevo espacio de los biopoderes. El príncipe como multitud emerge en el pensamiento de Negri como forma política de expresión de los deseos de no ser gobernados, rechazo al trabajo, apertura de modos de vida contra el poder soberano subsumido en los biopoderes.

Solo resta comprender cómo este nuevo maquiavelismo funciona dentro de la crisis de la democracia y el estado de derecho liberal (y esto es particularmente claro en América del Sur en las últimas décadas), es decir, buscar las conexiones internas entre el papel de las luchas micropolíticas/biopolíticas y las dificultades de expansión del neoliberalismo. Y volver entonces (para precisar aún más el momento imaginativo en el esfuerzo de la organización) al encuentro impensado entre Maquiavelo y Foucault. Un encuentro que se da a nivel conceptual a través de la filosofía que Deleuze y Guattari ponen en marcha en El Anti-Edipo y Mil mesetas. Deseos, agenciamientos y máquinas abren una nueva vía para escapar del mando y abrir nuevos territorios.

También aquí se detecta una respetuosa conversación con Gramsci, para quien el príncipe no es una figura del realismo del poder soberano sino al contrario, el operador revolucionario que conecta excedencia con constitución, praxis de clase con conocimiento histórico, hegemonía con nueva institución. Negri retoma a Gramsci, sitúa al príncipe sobre la senda spinoziana de las nociones comunes tal y como se producen en la relación antagonista, y lee las nociones “fortuna” y “virtud” con el par determinación/subjetivación. Si para Maquiavelo el príncipe poseía un saber finito y debía una y otra vez abrirse a lo incalculable del azar y a las circunstancias cambiantes en función de una determinada tarea histórica (la unidad burguesa de Italia), en Gramsci el moderno príncipe se vuelve una instancia colectiva (partido comunista), que hace una filosofía (virtud) de la praxis (fortuna) para realizar la tarea histórica del comunismo. Negri recupera esta tradición para dar forma a su Príncipe-Multitud, modalidad organizativa que busca construir decisión política dentro de la trama de las luchas biopolíticas, dentro de y contra el mando del capital financiero y en función de un commonwealth, más allá de la relación convencional entre partido y Estado-nación.

 

VI. ¿Una nueva constitución? (Brasil y Argentina)

El método reconoce un último momento en el que excedencia y constitución devienen derecho, institución, articulación entre una materialidad concebida en mutación dinámica y formalización plástica y abierta. La coyuntura política es leída, entonces, a partir de un ángulo institucional. El derecho debe captar y dar curso al acontecimiento. No hay política de izquierda, en el sentido ya argumentado de una política que sustituya la representación capitalista del poder y del valor (es decir, más allá de la propiedad estatal y privada), sin un deseo de constitucionalización de la excedencia.

Marx y Foucault propone este tipo de cuestiones a la discusión política y leído desde la coyuntura sudamericana actual, tanto de la situación brasileña como de la argentina, permite pensar productivamente la crisis de legitimidad del programa neoliberal así como su último recurso a elementos neofascistas tendientes a reprimir, como en el caso de Brasil, los elementos de excedencia (negros, favelados, mujeres, comunistas) a fin de estabilizar el orden, pero también permite problematizar el horizonte de una posible derrota electoral del programa neoliberal, que sería completamente insuficiente sin un impulso constituyente ausente en los partidos políticos, pero presente en movimientos sociales de mujeres, de las diferencias sexuales, antirrepresivos, en defensa de los bienes comunes o de trabajadores precarios. Marx y Foucault ayuda a plantear el problema de la reforma de la constitución como una cuestión absolutamente central para refundar una idea de izquierda que no se disuelva en un populismo centrista ni en una izquierda impotente.

¿Qué nos dice Negri respecto de una reforma de la constitución? Primero, que las constituciones liberales que organizan la racionalidad del estado en nuestros países tienen un a priori sólido en la propiedad privada y no en la producción del común. Este es el primer bloqueo a la representación no capitalista de la actividad social que haría falta remover, por la sencilla razón de que la producción y la innovación, la expansión de la riqueza social depende del acceso a los bienes comunes (recursos naturales, conocimientos, información, infraestructuras). Lo que implica inventar un nuevo humanismo, el humanismo de la época poshumana, es decir, asumir las condiciones en que los humanos producimos humanos (welfare), un pensamiento radicalmente alternativo frente a aquel que sostiene las actuales condiciones fundadas en las exigencias de la renta financiera. Construir criterios para sustituir el fundamento liberal de tal representación por otro del común sería una primera tarea estratégica de los constituyentes.

En segundo lugar, y tomando en cuenta el papel del conocimiento en la producción social, resulta absolutamente estratégico desplegar políticas de autoformación y formación del común en torno al mundo laboral, las comunicaciones, las universidades y el mundo educativo y cultural como dinámicas de valorización e integración –construcción– de lo social mismo. Este punto adquiere una importancia coyuntural de primer orden, además, en la confrontación con los neofascismos y populismos de derechas, puesto que sin la expropiación de instrumentos de producción y comunicación capaces de elaborar verdades comunes, el entero mundo de la esfera pública queda soldado al poder de las finanzas.

Deducido de lo anterior, y esto es lo tercero, hace falta implementar –dice Negri– políticas de democratización de las finanzas, orientarlas a la producción de lo social como tal, rediseñando los bancos pero también los mecanismos de inversión: “se trata de inventar instrumentos democráticos de big governance, volviendo permanentes los instrumentos utilizados en momentos agudos de la crisis”. Tomar la moneda como momento del común e imaginar inversiones no dominadas por la noción de ganancia.

En cuarto lugar, se trata de superar la política sustentada en prácticas de representación y profesionalización. La propia experiencia de movimientos de masas y la multiplicación de organizaciones sociales es la base desde la cual es posible esta superación. En quinto lugar, y correlativo a lo anterior, se trata de imaginar una descentralización federalista del poder lo más pegada posible a esa base. 

Estas y otras propuestas para una reforma de la constitución tienen el valor de abrir el horizonte de la coyuntura política en lo que quizás sea la más delicada fase del método: el de la adecuación continua de los procesos formales y de gobierno a las modificaciones ocurridas en el sistema social (constitución material). En este punto resurge toda la problematicidad de la relación entre método y coyuntura, que no puede ser resuelta sin dar pasos efectivos en la reinvención de dispositivos de investigación militante capaces de crear en y desde las luchas los lenguajes, los diseños y las reformas, pero también la fuerza con la que atravesar cada vez el orden jurídico.

 

 

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