Luisa Valenzuela: “La literatura es más necesaria que nunca”

Foto por: Jiniva Irazábal
Jueves 20 de marzo de 2025
La autora de ¿De dónde vienen las historias? Viajes hacia el centro de la ficción participó del Club Eterno y su ciclo "De cháchara".
Por Anne-Sophie Vignolles.
En la apertura del Club Eterno de Eterna Cadencia, nos encontramos con Luisa Valenzuela para hablar de su último libro, ¿De dónde vienen las historias? Viajes hacia el centro de la ficción (Factotum, 2024), un texto que se mueve entre el ensayo, el diario y la ficción, donde la escritura se vuelve territorio de exploración. En sus páginas, Valenzuela convoca a Alfonso Reyes, Grace Paley, Borges, Derrida, Freud, Sontag y hasta al Comisario Masachesi, aquel personaje recurrente de su obra. Con el humor como brújula y el lenguaje como geografía, nos invita a un recorrido sin certezas, pero lleno de preguntas que alumbran senderos.
Valenzuela ha hecho de la pregunta un arte y su libro no es más que un testimonio de que, en literatura, lo importante no es encontrar respuestas, sino seguir indagando. Antes de despedirnos, la autora anunció la futura publicación de “La biblioteca Luisa Valenzuela” (un proyecto de su editorial, Factotum, junto con Fondo de Cultura Económica): “Una biblioteca un poco falsa, porque las bibliotecas de los escritores son todas las ediciones idénticas”.
¿Cómo surgió este libro?
Todo empezó con un juego. El comisario Masachesi, ese personaje que apareció en La mancha roja, regresó sin previo aviso, en ese umbral del duermevela donde las historias se insinúan. Empezó a contarme algo, lo seguí, nos divertimos. Pero entonces mi editor me propuso otra cosa: "Vos siempre te preguntás de dónde vienen las historias, ¿por qué no escribís sobre eso?" Así, lo que iba a ser el inicio del libro se transformó en su desenlace. Porque escribir es eso: abrirse a lo inesperado. No hay una sola respuesta, y por suerte. Las preguntas abren mundos, las respuestas los clausuran.
Tu editorial dice que este libro es tu Ars Poética. ¿Cómo lo definirías vos?
Podría ser eso, enciclopedia, diario, ensayo, incluso un diccionario íntimo del lenguaje. Es un compendio de hallazgos fortuitos, de esas casualidades que se presentan cuando una abre un libro en la página exacta. Todo está conectado, y la escritura, cuando fluye, es una especie de azar organizado. Prefiero pensarlo como vos dijiste: un caleidoscopio. La escritura tiene algo de eso: movimiento constante, fragmentos que se reconfiguran, reflejos inesperados. No lo escribí de manera fragmentaria, pero sí con la lógica de las conexiones impredecibles. Cortázar hablaba de eso, de las antenas que se activan cuando se escribe.

Foto por: Jiniva Irazábal
En el libro decís "el escribir con el cuerpo se vincula con la esencia más profunda de lo que es el escribir". ¿Podrías ampliar esa idea?
Siempre lo he dicho: se escribe con el cuerpo. Todo está implicado. No es solo la mente, es la piel, la respiración, el pulso. Las palabras tienen su propia carga eléctrica. En El mañana abordo cómo las mujeres tenemos una relación diferente con el lenguaje. Neurológicamente, nuestros cerebros conectan los hemisferios de manera más fluida. Tal vez por eso accedemos distinto a la intuición, al ritmo, a lo que no se dice pero está ahí.
También decís que "las palabras pueden delatar las falsedades del discurso de quienes intentan dominarnos". ¿Cómo ves el lenguaje hoy?
Vivimos un tiempo donde la velocidad ha devorado la reflexión. Y eso me inquieta. La ficción, cuando es buena, ofrece una verdad más honda que cualquier discurso político. Nos da herramientas para leer entre líneas, para cuestionar. La literatura es más necesaria que nunca. Pero estamos perdiendo ese ejercicio. Todo se reduce a consignas, a titulares. Y cuando el lenguaje se empobrece, el pensamiento también.
Heidegger decía que "el lenguaje es la casa del ser". ¿Cómo es tu relación con esa casa?
El lenguaje nos habita, nos modela, pero el lenguaje también es una trampa. A veces, una palabra te desvía, te obliga a cambiar de rumbo. La escritura es un hallazgo: empezás con una idea y el texto te lleva a otra. Lo importante es escuchar ese ritmo, seguir la respiración propia de cada historia. Cortázar hablaba mucho de eso.
¿Para vos es una gimnasia la escritura y la lectura?
¡Ojalá lo fueran, porque estaría mucho más delgada! Sí, hay algo del hábito de lectura. Es una inspiración también, de alguna extraña manera. No tengo un ritual, no tengo nada de eso.
¿Nunca tuviste rituales?
Antes escribía de noche, ahora de día. Nunca tuve rituales. Sería incapaz, no quiero sufrir. Tengo cuadernos llenos de la desesperación de no estar escribiendo. Muchas veces pensé pero si escribiste y publicaste unos 40 libros, más artículos, etc., cómo podés pensar que no estás escribiendo... Pero nunca era suficiente, no en el sentido de cantidad, sino en el sentido del “estar ahí”. Creo que lo que una hace al escribir es estar derivando sentido de esta realidad que no entendemos nada. Entonces, de alguna manera hay una pequeña conexión con el sentido en ese momento, en esa instancia de la escritura. Y después, con la relectura, ves que has tocado un punto que nunca más vas a poder tocar, algo que ni siquiera aprendiste en la vida cotidiana, pero que está ahí, en ese texto.
El escritor franco suizo Joël Dicker dice que la lectura es "una cuestión de salud pública". ¿Coincidís?
Absolutamente. Cuando di la conferencia inaugural de la Feria del Libro en 2017, investigué sobre biblioterapia. En algunos países, los psicoanalistas recomiendan novelas como parte del tratamiento. Leer amplía la mente, nos da otras perspectivas, ayuda a entender nuestros propios laberintos.
Leopoldo Brizuela decía que los mejores escritores son los que dan ganas de escribir. ¿Quiénes son esos autores para vos?
Cortázar, sin duda, aunque su exigencia puede intimidar. Y Leopoldo mismo, con quien compartí largas conversaciones. Incluso llegamos a escribir juntos un cuento “El Oñol”, una suerte de castellano deformado. Fue un juego delirante, pero de eso se trata también la literatura: de encontrar nuevos caminos para decir.
Foto por: Jiniva Irazábal
PING-PONG DE PREGUNTAS
¿Cuál sería cuál es el olor y el sabor de Buenos Aires y el de Nueva York, donde, como dijimos recién, viviste muchos años?
El olor de Buenos Aires son los paraísos en flor. En cuanto a New York, sería el olor de la fuente que no huele de Washington Square.
¿Cuál es el olor y el sabor de tu infancia?
Los scones.
¿El humor puede salvar el mundo?
Sin duda. Más que la literatura, incluso. El humor, aunque sea negro, feroz, nos permite tomar distancia del horror. Nos saca de la tragedia, nos da respiro. En estos tiempos, la patafísica, con sus soluciones imaginarias, es más necesaria que nunca. No tomarse en serio en serio es una forma de resistencia. A mí, por lo menos me salva de muchas circunstancias horribles, porque si estás en medio de una tragedia espantosa y de golpe le ves el lado cómico, el lado aventura, te salís de esa negación total: ves las excepciones que confirman las reglas, ves las soluciones imaginarias y no tomarlo serio en serio.
Leí que cuando arrancás un nuevo proyecto decís estoy en novela. ¿Cuando estás en novela, qué tal te llevas contigo misma a la hora de escribir?
Creo que me llevo mejor conmigo misma en esos estados. Pero el estar en novela no es cuando empiezo a escribir. Son años de estar en novela, en el caso de La Mañana, fueron unos siete años. La novela funciona en una parte de atrás, un backburner, para decirlo en inglés, “la hornalla trasera”. La cosa sigue funcionando.
¿Y estás en novela en este momento?
No, estoy en Eterna Cadencia, rodeada de novelas ajenas.
¿Si tuvieras que elegir entre liberté, egalité y fraternité, qué elegirías?
¿Libertad, igualdad y fraternidad? Creo que elijo la fraternidad, porque ahí hay libertad y hay igualdad. Está todo resumido, ¿no te parece? Ah, y sororidad, porque ¡viva el 8 de marzo!