Los premios literarios
Temporada de fallos y fajas
Miércoles 07 de noviembre de 2018
"Premios literarios los hay muy distintos. Los hay a manuscritos inéditos y a libros editados. Los hay para casi cualquier tipo de género. Los hay para jóvenes y para jubilados. Los hay de nueva literatura que ganan autoras de noventa años (Venturini, siempre en el corazón). Los hay institucionales y los hay amateurs".
Por Antonio Jiménez Morato.
Premios literarios los hay muy distintos. Los hay a manuscritos inéditos y a libros editados. Los hay para casi cualquier tipo de género. Los hay para jóvenes y para jubilados. Los hay de nueva literatura que ganan autoras de noventa años (Venturini, siempre en el corazón). Los hay institucionales y los hay amateurs. Premios hay muchos, y llega un momento en que es complicado ser un autor con una trayectoria más o menos continuada y no tener algún premio, voluntariamente o no, en el currículum. Los premios, en todo caso, y en eso estaremos de acuerdo, son algo considerado noticiable. Pese a que la mayoría de las veces no deberían serlo, pero no vamos a conseguir ahora que en las redacciones de los periódicos, las radios y los noticieros televisivos comiencen a usar la cabeza. Es, incluso, peligroso acostumbrarse a ser un periodista que piensa en el mundo que nos ha tocado vivir. Hoy los periodistas son los quintacolumnistas de la promoción empresarial. Los que antes eran periodistas, esos que escribían cosas que los poderosos no quieren que se sepan, ahora son héroes. No hay ningún héroe en las secciones de cultura y espectáculos. Si alguien intenta venderles lo contrario sospechen. Desde luego el que tienen delante es cualquier cosa menos un héroe. Pero posiblemente sea un periodista. En todo caso, me he ido por las ramas, yo hablaba de premios literarios. Y además les voy a hablar de premios literarios franceses, que es algo que muy posiblemente a casi todo el mundo le da completamente igual. Por eso lo hago, porque la literatura es el dominio de lo inútil, así que nada hay más literario que los premios que dan en una nación extranjera a autores que, en la mayoría de los casos, desconocemos.
Posiblemente ustedes sepan lo que es la rentrée littéraire. Si no yo se lo explico, no hay problema. Desde mediados de agosto hasta primeros de octubre en Francia aparecen unas seiscientas novedades literarias. Sí, han leído bien, 600. De ellas casi cien son las primeras novelas de sus autores. Entre esas seis centenas hay traducciones también, no se preocupen. Ahora el lector avispado se estará haciendo dos preguntas. Seguramente la primera sea: ¿pero no sacan más libros el resto del año? Sí, las editoriales continúan sacando libros, y de hecho a comienzos de año, en torno a enero y febrero es otra época predilecta para acumular novedades, que en ese caso son habitualmente de autores de prestigio o libros muy decantados que no precisan de un refuerzo promocional. Lo sé, están preguntándose de qué refuerzo hablo. No sé preocupen eso quedará contestado junto a la segunda de las preguntas que usted, lector atento, tenía en mente: ¿por qué sacan todos esos libros en esas fechas? Por los premios. ¿Lo ven, no estaba tan desencaminado el título? En Francia no hay premios a manuscritos inéditos, o, de haberlos, son marginales. En cambio los premios se otorgan a libros publicados, libros que han obtenido ya el apoyo intelectual y comercial de una casa editora que los ha puesto en circulación. Hay bastantes premios, e incluso cada vez más, porque hay empresas como la Fnac que organizan su propio galardón, pero los más famosos, por prestigio histórico y eco mediático, son cinco: el famoso Goncourt (que tiene, además, un hermano «joven» destinado a las primeras novelas), el Renaudot, el Femina, el Médicis y, de un tiempo a esta parte, el Interallié. Seguro que son nombres que les suenan de las fajas promocionales de los libros, o de las solapas. El año pasado, por ejemplo, se llevó el Goncourt un estupendo libro, El orden del día, de Éric Vuillard, que era una novela horrorosa. Este año se lo ha llevado Nicolas Mathieu, que también sacó su novela en Actes Sud, la editorial de la que salió la ministra de cultura de Macron. ¿Causalidades? Hagan sus propios razonamientos. En la faja del libro de Vuillard decía que había ganado el premio, seguro que lo recuerdan. En fin, cuento corto: si uno gana alguno de estos premios se asegura muchas ventas. Pero muchas. Las estimaciones ofrecen cifras de vértigo, de esas con las que sueña todo editor (y también los autores, claro): 407 000 ejemplares de media desde el año 2013 para el premiado con el Goncourt, el Renaudot unos 257 000, el gran premio de la Academia francesa unos 120 000, el Femina 60 000, Interallié 54 000 y finalmente el Médicis 45 000. Ahora es más fácil de entender que los editores apuesten sus lanzamientos para llevarse alguno de esos premios, ¿no? El premio que parece colocarte menos libros te hace vender casi cincuenta mil ejemplares. Son muchos libros esos.
Pero, ¿a qué libros se premia y quiénes los premian? Aquí comienza lo gracioso. En los jurados, que son públicos y cuya selección final se hace también pública dos o tres semanas antes de la fecha del fallo final (con el consiguiente empujón de venta para todos los finalistas), hay de todo. Desde viejas glorias que en cualquier momento pasarán al otro barrio hasta rompedores y contestatarios autores jóvenes, como Virginie Despentes en el caso del Goncourt. Esto ya hace pensar que quizás hay algo que no se está haciendo bien o que, por ser más exactos, se está haciendo igual en todas partes. Todos los jurados tienen viejos y jóvenes. Todos los jurados pretenden acertar con «el» libro de la temporada. ¿No sería más lógico establecer líneas estilísticas? No sé, un premio para novelas tradicionales y otro para novelas más revolucionarias, por ejemplo. O sea, establecer estéticas definidas que le puedan servir al lector como guía y, cosa no menos importante, justifique la creación de jurados menos abarcadores. No, obvio, por descontado cada una de las asociaciones responsables de los premios quiere ser «el» referente. Competitividad que no falte. Así se producen fenómenos que, como el de este año, son bastante poco lógicos. Como que una misma novela, Frère d’âme de David Diop sea candidata a cuatro de los cinco premios. La misma novela, sí. No se crean que es algo tan extraño, Le lambeau de Philippe Lançon es candidata a tres (y en el momento de escribir estas líneas se ha llevado ya uno de ellos, el Femina), y hay otros cuatro títulos que son finalistas en dos de los premios (Idiotie de Pierre Guyotat se ha llevado el Médicis apenas unas horas antes de que escriba esto). Se da además el caso de que las editoriales de esos libros son las empresas más renombradas dentro del panorama literario galo: Seuil, Gallimard, Actes Sud y Grasset. Las otras tres novelas con al menos dos candidaturas son de Gallimard, Flammarion y P.O.L. Nada nuevo bajo el sol, me temo. Y eso es lo que vuelve todo esto más inquitante, ¿para qué publicar un libro en esa fecha si no es una de las editoriales que controlan los jurados que premian? Guillaume Contré, que es traductor del español al francés entre otras cosas, acaba de publicar su primera novela en la mínima editorial Louise Bottu (el nombre de la empresa proviene, como se habrá percatado el lector curioso de un personaje de Robert Pinget incluido en su Monsieur Ponge). Discernement, que es como se llama la novela en francés, se publicará en breve en español como Sensatez. No es una traducción, las dos novelas son la misma y siendo la misma novela son dos, porque se han escrito al mismo tiempo, con un tronco argumental común, pero soluciones estilísticas concretas para cada una de las dos lenguas, como ya deja entrever en sus títulos. A Contré le pregunto por qué, si hay casi seiscientas novelas en liza cada año, los finalistas son siempre de las mismas editoriales y además suelen repetirse los nombres que los jurados seleccionan. Él prefiere no responder directamente a eso, porque le parece, como a mí, obvio. Yo le explico que la labor periodística consiste en hacer las preguntas cuyas respuestas uno conoce. Yo quiero que me diga que los jurados leen poco y siempre lo que les viene ya recomendado, que dichas recomendaciones vienen de los mismos editores que los editan a ellos, y que en esta fiesta donde todos se conocen y siempre pagan los mismos es muy complicado ser un convidado de piedra. Ni siquiera lo dejan pasar a uno a ver cuál es el menú. «Para ganar premios acá el secreto es simple: ser víctima de una cosa horrible (y sobrevivir para contarlo a lo largo de 500 tediosas paginas) o escribir una novela sobre una cosa horrible. O sea que no gana la literatura, ganan los temas.» Yo le cuento a Guillaume que en eso no se diferencia mucho la literatura francesa de la de cualquier parte del mundo. Pero, bueno, no me responde lo que yo quería, y mi venganza es incluirlo en el artículo para que el lector vea lo rencoroso que es, y soy, al no dejarme rematar el texto con una opinión potente. Mañana se fallarán el Renaudot y el Goncourt, puede ser que incluso lo gane algún autor ya premiado. Los dos laureados hasta ahora en esta semana de galardones, Lançon y Guyotat, entran dentro de la categoría acotada por Contré. Uno fue un superviviente del ataque al semanario Charlie Hebdo, el otro se sumerge en un texto de tema autobiográfico con Idiota. Como uno quiere ser profesional me lanzo a buscar a los premiados de los años recientes en internet. La verdad es que salvo los del Goncourt la mayoría me suenan poco, y si comienzo a remontarme mucho en el tiempo casi nada de ninguno de ellos. Los premios, se conoce, dan más presente que futuro, o terminan por disolverse, como todo lo que era sólido. Pero, además, ahí, en medio de la lista de uno de los premios, me encuentro con un compañero en la residencia de escritores donde paso este otoño parisino, un tipo de camisas estampadas y abrigos repujados que van más allá de la fantasía y con el que comparto, involuntariamente, tardes de tabaco y lectura en el jardín de la residencia. Por lo visto fue el primer autor congoleño en ser premiado en uno de esos certámenes. Voy a preguntarle, mañana mismo, en qué cambia tu vida ganar uno de estos premios.
Pero, eso sí, quedará para otro texto.