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Prólogos

Los poemas más raros se recitan a sí mismos

Por Fernanda Laguna

"Roberta se arrodilla frente a lo natural, lo mira, lo escucha, lo huele sin tratar de traducir para que los elementos le manifiesten sus nombres". Así se presentan los poemas de Roberta Iannamico, cuya obra reunida acaba de publicar Gog & Magog.

 

 

 

Por Fernanda Laguna.

 

 

“No podía explicar con palabras lo que yo sentía.” Hay algo de una búsqueda de una luz. De la luz que engloba y baña un todo. La combinación de todos los elementos (pasto, cielo, piedra, sol, ella, etc) formarían un tipo de ecuación que Roberta intuye que existe. Una llave que abre la puerta a un paisaje natural (no el narrado) donde una misma es antes de saberse una misma. En Dantesco hay un texto sobre su obra que dice que ella usa muy pocos adjetivos, así que puse la lupa en eso y descubrí que aparte de ser cierta esta hipótesis, cuando los usa mayoritariamente son adjetivos como grande, frío, etc. Adjetivar sería hacer que eso o que aquello que nos rodea se vuelva algo cargado de nuestra personalidad. Una narración psicológica que acercaría a esa ecuación al plano de lo humano. Pero ella quiere descubrir el lenguaje matemático de las células, de los átomos, de los elementos. El lenguaje de los volcanes, de las piedras, del alambre que divide los territorios (“No se puede decir con letras el canto de un pájaro”). Roberta se arrodilla frente a lo natural, lo mira, lo escucha, lo huele sin tratar de traducir para que los elementos le manifiesten sus nombres, algo así, como universales, los apodos que los pájaros usan para llamar al vacío, al aire físico y echarse a volar. Los nombres ocultos, no clasificados. Los de la micronésima naturaleza donde una es una partícula y donde nuestra identidad se desvanece. Recuerdo que a eso de los 34 años descubrí que el sol era algo independiente de mí. Estiré mi mano para taparlo y sentí el calor en mi palma. Me di cuenta que este no era parte de mi cuerpo. El sol era el sol y ese calor no provenía de mí. Duró unos instantes esa conexión y luego volví al anti paisaje: a mí, centro del universo, idea basada en que si me duermo no existe nada. Roberta descubre cosas como esta “El sol no es con puntas es absolutamente redondo”. Nos cuenta una revelación extática a la que solo puede acceder el cuerpo físico mudo perdido del yo. El sol es física y no brilla para mí, porque yo no soy un yo. El sol es sensaciones ligadas a más sensaciones producto por ejemplo de la atmósfera o de los componentes acuosos de aire. Me da la sensación de que ella ya ni sabe si quiere decir paisaje ya que eso es algo que definimos como exterior a une, opuesto a une. Y a esa exterioridad la volvemos interioridad con las palabras que la vuelven un espejo. Entonces ella fusiona el yo y el exterior para abandonar las palabras que dicen SOBRE las cosas y descolonizar el lenguaje. Las cosas se dicen a sí mismas. Ella para escribir usa otras identidades: una piedra, un pasto aplastado para ser ella la que se vuelve paisaje y nos dice “Ni siquiera soy dueña de mi ser”. “La poesía no está hecha de palabras” dice Cecilia Pavón y lo que imagino que Roberta propondría es (según mi visión) “Las palabras no deben decir, sino hablar de sí mismas”

Si los pájaros no dicen nada mi heladera no para de hablar

Bueno, volvamos a empezar de 0 que en el infinito es un número más. Y segundo la coherencia no es una virtud y lo mejor es que ninguna de las ideas que comentamos están demostradas. Especular sobre une es lo mismo que creer que existen teorías para todo y que está todo cocinado el tema de lo que es el universo. Cuando vivía en un monoambiente me debatía entre no poder dormir y desconectar la heladera o hacerlo y que se me corte la leche. El motor hacía un ruido reflexivo ya que me pasaba horas pensando en qué hacer de mi vida, resumido: enchufar o desenchufar. Roberta no encontró mejor idea que entablar un diálogo con la misma y asumir que tiene una heladera charleta y que ella en oposición a estar tirada en el pasto tratando de fundirse, como el queso en la pizza universal, podía elucubrar y descubrir misterios a través de un electrodoméstico. ¿Por qué hablamos? aunque existan miles de teorías o una sola (no lo sé) es algo que nos preguntamos o en realidad la pregunta es ¿Para qué hablamos? Hay algo de conquista de nuevos territorios. En primer lugar del espacio que nos rodea que es siempre nuevo, día a día, hora a hora, segundo a segundo. Las palabras son kayaks, lanchitas, barcos piratas y a veces fragatas españolas. Salen de la boca para picar en las moléculas del aire (cuando hablamos soles) o en las moléculas de un tímpano para luego volver a nuestros oídos. Así medimos hasta donde llegamos (pienso en los parlantes de los shows de los Rollings Stones ¿Se acuerdan?) y esas palabritas a veces son fragatas y son arrojadas por cañones. Roberta habla con la heladera pero aquí está la trampa... nos hace creer que habla pero en realidad escribe junto a la heladera que es muy diferente. Olvidémonos de las moléculas porque estas palabras no son dichas con sonido. La poesía escrita es silenciosa aunque escriba AAAAAAAA. Entonces están los poemas hechos sin la necesidad de palabras y los que donde no para de escribir contando! Como decíamos más arriba la coherencia por ahí sea una virtud para muches, para otres es el horror ya que es abolición de posibilidades. La poesía de Roberta se expande por momentos y por otros se vuelve específica, trata de silenciar su yo para escribir desde dentro del paisaje y luego nos cuenta hasta que está por comenzar a escribir!!!!! “...así ese sentimiento me vino /por empezar este cuaderno/ pensé acá me voy a explayar/ y no pude ni esperar /a terminar el otro /se me agolpan tantas cosas/ de las que quiero hablar.” Hay más de 45.000 hilos conductores, algunos de los cuales llevan a diferentes lados y otros a ninguno. Cada poema es su poesía toda, pero a la vez hay muchas poesías. Con cada poema se podría disparar un texto crítico y al escribir sobre otro poema siguiente se refutarían todos los argumentos del anterior. “Las cosas no tienen que cerrar “ me cito a mí misma. Los poemas de Roberta no están hechos como chorizos o salchichas están bordados sobre telitas, escritos con marcadores, esculpidos en madera, soldados en metal. Unos están pegados en la heladera, otros tatuados en el diente roto de una princesa o dentro del estómago de una mulita. Algunos son piedritas apiladas y abandonadas, otros están en su corazón para siempre. Los más raros aún ni ella sabe donde están.

 

 

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