Los mareados
La gran ola de la escritura
Jueves 03 de agosto de 2017
"Suele decirse que para escribir hay que tener algo para decir. Pero yo creo que el secreto está en el secreto, en saber cómo callar, hacerle lugar al silencio, en no saber; en lo que se dice nunca está lo que se nombra, sino otra cosa, oculta. Escribir es profanar. Arrancarle a la palabra lo que tiene de sagrado: su definición, el significado unívoco".
Por Virginia Cosin.
Casi todos los poemas de Héctor Viel Temperley hablan del mar. Del mar, de la muerte, del tiempo, de Dios y del cuerpo.
Decir sobre qué trata un poema o sobre qué habla, quizás no esté bien. Está bien, en todo caso, decir de qué me habla a mí. A mi, que leo, en este momento. En otro momento, quizá, el mismo poema, me diría otra cosa.
Son casi las 12 de la noche y no sé en qué se me fue el tiempo desde que terminó la reunión del taller que coordino en casa. Tengo en este momento, sobre la mesa, la misma mesa en la que trabajo, como y escribo, una copa de vino, un plato con restos de pollo que me hice a la plancha y tres libros de poemas.
Hace semanas que pienso en sentarme a escribir una nota para este blog -ya tenía el esqueleto armado-, la idea tenía que ver con la importancia o la trivialidad de las descripciones en una novela. Pero ahora abrí la computadora y de los dedos me sale otra cosa. Esto.
Uno de esos poemas de Viel Temperley, breves y concisos, como el mazo de un martillo, dice:
Me imagino que soy el mar
y que la tabla con los diez mandamientos
golpea mi superficie
y se va a lo más hondo.
No sé qué va a pasar.
Son pocas palabras, pero se pueden leer de muy diferentes modos. La tabla con mandamientos se hunde porque es pesada, todo mandato pesa y más si está tallado en piedra; cómo no hundirse. Pero la palabra tabla, junto a la palabra mar, me hace pensar en una tabla para barrenar. La incertidumbre del final es la de la muerte. Y la del poema. Eso que se espera y no se sabe qué es, ni a dónde te va a llevar.
Nunca es eso lo que uno quiere decir.
Al grupo que se reunió en mi casa hace un rato, cada uno con su pilita de fotocopias para repartir y leer en voz alta, les leí, antes, el poema de Pizarnik: En esta noche, en este mundo.
No
las palabras no hacen el amor
hacen la ausencia
si digo agua
¿beberé?
si digo pan
¿comeré?
Suele decirse que para escribir hay que tener algo para decir. Pero yo creo que el secreto está en el secreto, en saber cómo callar, hacerle lugar al silencio, en no saber; en lo que se dice nunca está lo que se nombra, sino otra cosa, oculta. Escribir es profanar. Arrancarle a la palabra lo que tiene de sagrado: su definición, el significado unívoco.
En Partes del todo, Fogwill dedica a Viel Temperley sus Versiones sobre el mar. “El mismo mar nos pierde; nos encuentra y nos pierde. Tema de las olas: se arman, desobedecen, las crea el viento -¿su amor?- y se derrumban para volver a armarse con restos de olas anteriores, idénticas. Historia de amor: la planicie del mar, el viento que la oprime, y todo se levanta para perderse. Y todo tiende a disolverse contra una línea de aguas eternas y sol dilapidado llamada mar. Mar: abundancia de sinsentido humano. Alegorías: mostrar que desde un fondo de mar, marino, vendría la vida. Marina, salina, inmensidad de fuerzas paralizadas.”
¿Sobre cuántas cosas me habla este poema? De Viel, del mar, de Fogwill hablando de Fogwill, de la poesía, del tiempo, de la muerte, de lo perecedero, de lo eterno, de la fuerza y la debilidad, de la omnipotencia, del amor, de mí. El mar está en la palabra amar, en la palabra amargo, en el nombre de Marina. Es mar y es alegoría del mar. La evocación del mar, de las olas y de la arena nos lleva y nos trae, en su vaivén de palabras, a asociaciones que van de la arena que se mete entre los dedos descalzos hasta la arena política,de las frases hechas a las inventadas, del sedimento del inconsciente a las aguas vivas, del recuerdo al presente, del mar de la playa al mar representado, y el poema, mientras tanto, se hace y se deshace, como el mar, me envuelve y me marea con palabras que son de una materia más maleable que la del agua: el lenguaje.
A veces creo que mi trabajo es igual al de un guardavidas, que en lugar de tener un puesto en una casilla frente al mar, se sienta en una mesa con gente que escribe o quiere escribir y muchas veces, como yo, tiene la sensación de zozobrar. Cada día tengo que izar la bandera que alerta, roja y negra, peligro. Porque un artista, como dice Piglia, “es aquel que nunca sabe si va a poder nadar: ha podido nadar antes, pero no sabe si va a poder nadar la próxima vez que entre en el lenguaje.”