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Las últimas palabras: notas de suicidio literarias

"La nota de suicidio es el último intento de comunicación con otro ser humano". La escritura más allá de la muerte: leemos la novedad de Interzona por el catalán Marc Caellas.

Por Marc Caellas.


Edouard Levé no escribió una nota de suicidio. Escribió una novela que tituló Suicidio. Se la envió a su editor y se mató diez días después. Suicidio es una bellísima nota de suicido escrita en forma de carta de amor ¿A quién va dirigida esa carta? El filósofo Simon Critchley especula que es una carta de amor del autor al autor, de una versión más vieja a una versión más joven de sí mismo, en lo que se trataría de una especie de bucle narcisista. Suicidio es una obra de arte que sobrevive de manera infinita a su autor.

“No eres de los que terminan enfermos y viejos, con el cuerpo marchito y espectral, parecidos a la muerte antes de haber dejado de vivir. Para ellos morir es consumar su decrepitud. Una ruina que muere ¿no es una liberación, o es la muerte de la muerte? En tu caso, te fuiste en plena vitalidad. Joven, vivaz, sano. Tu muerte fue la muerte de la vida. Sin embargo, me gusta pensar que encarnas todo lo contrario: Ia vida de la muerte. No me explico cómo has sobrevivido a tu suicidio, pero tu desesperación es tan inadmisible que con ella nace esta locura: creer en tu eternidad».

Durante un tiempo estuve obsesionado con Levé. Me descolocaba que un tipo que hubiera escrito Autobiografía, libro tan inteligente como vitalista como juguetón, se hubiera matado a los cuarenta y dos años. Escribí unas páginas tratando de imitar su estilo para una novela que una malvada editora no quiso publicarme. Pasé horas divertidas observando sus series de fotografías. En una de ellas, la titulada Pornografía, recrea posturas y gestos del cine porno en personas con indumentaria de oficinistas. El resultado es una coreografía surrealista, una extraña colección de gestos, posturas, miradas que nos hacen pensar en el sexo, pero que al mismo tiempo revelan el absurdo del cliché sexual. La pornografía remite al sexo, pero los artificios nos alejan de todo deseo. La literatura remite a la vida, pero sus representaciones estereotipadas nos aburren, por simples, por obvias.

Levé escribió un libro, lo tituló Suicidio, y se suicidó a los diez días. Esto sería la primera capa de sentido, la que envuelve todo lo demás. No podemos leer Ia novela obviando el envoltorio, pero una vez abierto el tesoro, Ia caja es lo de menos y termina en el contenedor del olvido. El libro se cierra con unos tercetos que bien pudieran ser lo último que escribió, su nota de suicidio literaria.


Nacer me ocurre

Vivir me ocupa

Morir me remata


Lo rojo me agita

Lo negro me activa

Lo blanco me calma


El cansancio me calma

El hastío me desanima

El agotamiento me detiene


La felicidad me precede

La tristeza me sigue

La muerte me espera.


Como le esperó la muerte en París al poeta rumano Paul Celan. Le faltaban unos meses para cumplir cincuenta años. Pocas horas antes de arrojarse al Sena, Celan dejó sobre su mesa de abajo su poesía inédita, bien ordenada, y un ejemplar de la biografía de Holderlin abierto por una página con esta frase subrayada:


Aveces el genio se oscurece y se hunde en lo más amargo de su corazón.


Los textos, había dicho Paul Celan, no se imponen: se exponen.

El poeta japonés Tamiki Hara también dejó un libro como nota de suicidio. Hay veces que no da para sintetizar en una nota. Nacido en Hiroshima en 1905, Tamiki se casó en 1933, meses después de una primera tentativa de suicidio sucedida cuando una prostituta, a quien pagó sus servicios durante un mes, lo abandonara al terminar el plazo acordado, pese a su resistencia. Su mujer murió de tuberculosis en 1944. Un año más tarde, decidió volver a Hiroshima, donde vivió la explosión de la bomba atómica en la casa de sus padres. Sobrevivió. Su obra final, El país que mi corazón desea, publicada póstumamente en 1951, se lee tanto como su testamento literario como una nota de suicidio. Efectivamente, apenas unos días después de escribirla, Tamiki se lanzó a las vías del tren, en Tokio.

Años después, Anne Carson le hizo un homenaje, en forma de poema (Entrevista con Hara Tamiki), que funciona como una nota de suicidio poética escrita desde el futuro, una nota de suicidio ajena. Solo los miedosos y los miopes creen que cualquier tiempo pasado fue mejor. En realidad, todos los tiempos son mejores porque son el mismo tiempo y yo, colocado en el centro, hago correr las puertas que me abren al presente eterno, que es dónde quiero estar.


Yo: Muerte

HT: La muerte me hizo crecer

Yo: Amor

HT: El amor me hizo resistir 

Yo: Locura

HT: La locura me hizo sufrir 

Yo: Pasión

HT: La pasión me ofuscó 

Yo: Equilibrio

HT: El equilibrio es mi diosa

Yo: Sueños 

HT: Los sueños lo son todo ahora 

Yo: Dioses

HT: Los dioses hacen que guarde silencio

Yo: Burócratas

HT: Los burócratas me vuelven melancólico

Yo: Lágrimas 

HT: Las lágrimas son mis hermanas

YO: Risa

HT: Me gustaría tener una risa espléndida 

YO: Guerra

HT: Ah la guerra

YO: Humanidad 

HT: La humanidad es cristal

YO: Por qué no tomar el camino más corto a casa

HT: No había un camino más corto a casa 


Para el también japonés, también poeta, Misao Fujimura, no había un camino más corto a casa que el que pasaba por la tumba. Tenía apenas diecisiete años cuando se desplazó a las cascadas Kegon, en el Parque Nacional de Nikko. Un imponente escenario para un suicidio que se dice fue causado por un desengaño amoroso. Fujimura escribió su nota de suicido poética directamente en la corteza de un árbol.


Es delicada la línea entre el cielo y la tierra...

La quietud de las edades,

todo lo valioso del mundo.

Una medida tan minúscula

aunque la pensamos grandiosa...

Sólo cinco partículas de pequeñez, 

esta pequeña y silenciosa tierra

tan frágil y efímera.

Verás al final

que la filosofía de Horacio era un simple sueño 

A decir verdad, 

toda la creación

y los secretos de antaño

pueden ser dichos en un instante:

para entonces ya no están 

Ah, lo inefable,

las implacables preocupaciones,

el corazón roto e irresoluto;

todas las preguntas sin respuesta

serán resueltas con la muerte.

Ya nos balanceamos 

sobre este acantilado tan alto; 

tras corrompernos 

mueren las inseguridades.

El fin es el principio,

rendirse es el saber.

Desesperación y desdicha

crecen siempre juntas.

La esperanza conocerá al desesperanzado

cuando ya no haya a dónde ir. 


Tras corrompernos, mueren las inseguridades, escribe el poeta, con una sorprendente madurez adolescente. Además de poeta, Fujimura estudiaba filosofía y esa impronta se percibe en este precioso texto con el que pasó a la historia. Fue una vida breve, la suya, cercenada con el hacha de su desesperación, que le hizo creer que una rendición temprana era lo conveniente para su alma desdichada. 

Es delicada la línea entre el cielo y la tierra. 


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