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Poesía

Las tuberías negras

Yehuda Amijai

Comienza hoy la curaduría de Elena Anníbali, poeta oriunda de Oncativo y autora de libros como Tabaco mariposa y La casa de la niebla (Del Dock). Inicia su serie con el más traducido de los poetas israelíes contemporáneos, considerado por muchos el más importante también.

Por Elena Anníbali.

Yehuda Amijai (1924-2000) es considerado por muchos como el más importante poeta israelí contemporáneo. Ciertamente, es el más traducido: su obra se ha volcado a unos cuarenta idiomas. Raquel García Lozano ha sido quien ha traducido –de manera admirable– la mayor parte de su obra al español.
Nació en Alemania y emigró a Palestina en 1935. Si bien su lengua materna es el alemán, Amijai (nacido como Ludwig Pfeuffer) hablaba ya hebreo antes de llegar. Su familia se radica en Jerusalén. Participa como soldado en la segunda guerra mundial y en la guerra de la independencia. Esta experiencia bélica influye de manera decisiva en su producción, que marca un quiebre en el uso del idioma y en la experiencia poética israelí. Obtiene significativos premios locales y el reconocimiento internacional, que le llegaría de la mano del poeta Ted Hughes.
Muere en septiembre del año 2000, en Jerusalén.
Cuento con estos datos gracias a la generosidad del poeta y traductor Gerardo Lewin.
Entre los textos que actualmente circulan en español de Yehuda Amijai se encuentran: Ahora y otros días (1955), Amén, Incluso un puño fue una vez una palma con dedos, Poemas de amor, Abierto cerrado abierto, Poemas de Jerusalén, Poemas, Cantos de Jerusalén y míos, La gran tranquilidad: preguntas y respuestas, Una vida de poesía (1948-1994). Traducciones al español: Un idioma, un paisaje - Antología poética (1948-1994), de Raquel García Lozano, de 1997; Detrás de todo esto se oculta una gran felicidad, de Raquel García Lozano (2004) y Los viajes del último Benjamín de Tudela, traducción a cargo de Alberto Huberman, entre otros.
La traducción de estos poemas es parte de la tesis doctoral de Raquel García Lozano bajo la dirección de Judit Targarona Borrás, Universidad Complutense de Madrid, Facultad de Filología, Departamento de Hebreo y Arameo.


De Ahora y en otros días

Dios se apiada de los niños del jardín de la infancia

Dios se apiada de los niños del jardín de la infancia,
algo menos de los niños de la escuela.
De los mayores ya no se apiadará,
los dejará solos,
y algunas veces tendrán que arrastrarse a gatas
sobre la ardiente arena,
para llegar al hospital de campaña
derramando sangre.

Tal vez de los que aman de verdad
tenga piedad, y les dé protección y sombra
como un árbol al que duerme en un banco
del bulevar.

Tal vez nosotros también gastemos en ellos
las últimas monedas de bondad
que nuestra madre nos dejó en herencia,
para que su felicidad nos proteja
ahora y en otros días.

 


De todos los espacios

De todos los espacios entre los tiempos,
de todos los huecos en las filas de los soldados,
de las grietas de la pared,
de las puertas que no cerramos bien,
de las manos que no estrechamos,
de la distancia entre cuerpo y cuerpo que no traspasamos,
se nutre el gran y extenso terreno,
la llanura, el desierto,
por donde caminará nuestra alma sin esperanza, después de la muerte.

 

Como el agua que fluye de los depósitos
por tuberías negras

y espera, modestamente, dentro
de gruesas paredes la apertura del grifo,

también yo, que vine de lejos,
ahora, cerca de ti, en mi oscuridad estoy retenido,

esperando que me quieras. Y siempre
que me quieras, a servirte

y amarte, como es mi deber,
iré hacia ti desde mi oscuridad.

 

Ahora, cuando el agua presiona con fuerza

Ahora, cuando el agua presiona con fuerza
los muros de las presas,
ahora, cuando las cigüeñas blancas que vuelven,
se transforman en medio del firmamento en grupos de aviones a reacción,
volvemos a sentir qué fuertes son las costillas,
y qué poderoso es el aire caliente dentro de los pulmones,
y qué osadía se requiere para amar en la llanura descubierta,
cuando los elevados peligros se curvan arriba,
y cuánto amor es necesario
para llenar los cubos vacíos
y los relojes que dejaron de contar el tiempo,
y cuánto aliento,
una tormenta de aliento,
para cantar la cancioncilla de la primavera.

 

XV

Son las seis menos cuarto ahora. Los sueños se han serenado,
y la flor del olvido brotará en mi cráneo.
Las uvas redondas de mis días se han vuelto dulces
en tu racimo - y no conmigo.

Las altas torres todavía están calladas
y lo roto no sabrá quien lo rompió.
El que separó las aguas
nos separará de nuevo a nosotros, y sin puente.

Levantaste tu cara hacia mí, como desde una cárcel,
tu cara abierta - que yo cerraré,
tus manos encendidas - que yo apagaré.

Y te dejé: con tu cara abierta.
Mi cara quedará cerrada,
y tus dos manos - ardiendo.

 


De Poemas de cesárea

VI

Iba nadando solo,
hacia el otro lado del muelle, y de pronto dejé de moverme,
como el barco que se para en alta mar
sin que los viajeros excitados sepan la causa.
No me ocurrió eso por cansancio. El mar estaba tranquilo
y mis fuerzas no me habían abandonado. Pensé que no tenía sentido
volver. ¿Para qué vuelve un hombre a la playa?
La vi amarilla y gris, no como tierra firme
sino como horizonte. Como el del oeste,
que señala con una fina línea el comienzo de otras lejanías.
¿Para qué voy a volver?
Después comenzó un agitamiento en mi interior
como un motor apagado que estremece un barco.
Fue el olvido que comenzó a golpearme:
un motor mucho más fuerte que las necesidades de mi vida,
más grande que mi cuerpo y más potente que todos mis recuerdos
y me llevó lejos hacia el otro lado de mi muerte.

 


Una tarde de final de verano en Motza

Una excavadora solitaria lucha con su monte
como un poeta, como todos los que se dedican a ese oficio solos.
El deseo pesado de los higos maduros
arrastra el cielo de la tarde hacia la tierra.
El fuego ya ha devorado las zarzas
y la muerte no podrá hacer nada excepto
inclinarse como llamas desilusionadas.
Puedo apiadarme: un gran amor
puede ser también amor a un paisaje.
Un amor que haga profundos los pozos, que queme los olivos,
o que corte como las excavadoras solitarias.

Mis pensamientos han pulido mi infancia sin cesar
hasta hacerse como un diamante duro
e irrompible que puede cortar
el cristal barato de los días de mi juventud.

 


Expulsar recuerdos que se confunden

Estos días pienso en el viento que estaba en tu pelo
y en los años que estuve en el mundo antes que tú
y en la eternidad a la que saldré antes,

en las balas de la guerra que no me mataron a mí,
sino a mis amigos,
que eran mejores que yo porque no
siguieron viviendo como yo,

en cómo estabas en verano desnuda ante la estufa
y en cómo te inclinabas sobre el libro para ver mejor
con la última luz del día.

Mira, teníamos más que vida,
ahora debemos sopesarlo todo
con sueños pesados y expulsar
recuerdos que se confunden con lo que fue presente.

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