La señora vieja
Rodrigo Ruiz Ciancia / Gentileza Filba
Por Rae Armantrout
Jueves 29 de setiembre de 2016
"La edad es un país extraño en el que nos encontramos viviendo de forma inesperada", aparece en el texto que la Premio Pulitzer estadounidense leyó alrededor del cuerpo en la primera mesa del Filba. Bonus track: su versión de un poema de William Carlos Williams.
Por Rae Armantrout. Traducción de Patricio Grinberg.
Hay muchas palabras en inglés que se refieren específicamente a las mujeres viejas: arpía, vieja bruja, viuda, vieja gruñona, vieja gaga o urraca, vieja o viejita. No hay tantos términos para los hombres viejos. Todas estas palabras tienen una connotación negativa o, al menos, despectiva. Todas -y esto es un lugar común- sirven para diferenciar "a las mujeres de cierta edad" y para convertirnos en una especie aparte.
Para esta discusión, se nos ha pedido que escribiéramos sobre nuestros cuerpos. Pero, ¿poseemos nuestros cuerpos? ¿Son nuestros? (el inglés hace trucos extraños con el verbo "poseer"). Definitivamente, nuestros cuerpos hacen cosas más allá de nuestra voluntad. Sangran. Envejecen (y dejan de sangrar). El poeta George Oppen escribió, "El viejo / nuevo a la edad como los jóvenes / a la juventud". Es verdad. La edad es un país extraño en el que nos encontramos viviendo de forma inesperada, sin importar cuánto hayamos pensado en llegar. Como cualquier cosa que desconocemos, puede ser aterrador, pero también interesante. Soy vieja desde hace algunos años, eso creo. Pasé los 60. ¿Debo esperar hasta cumplir 70 para decir que estoy vieja? Algunos lo hacen. Yo decidí no esquivar las palabras nunca más.
Entendí que era vieja no por cómo me sentía sino por cómo me trataban. La mayoría parecía no verme en absoluto. Aquellos con los que me relacionaba, mozos o barmans, me llamaban de forma condescendiente “señorita”, como si eso me gustara. Tal vez podría gustarme, si fuera tan loca como ellos creen. Otras veces me llamaban “querida”. Si los cuestionaba, y claro que lo hacía, contestaban que solo trataban de ser amables. Lo voy a creer cuando se lo digan a alguien de 30. Pero claro, no nunca se atreverían, el cliente podría pensar que están coqueteando y ofenderse. Que te llamen querida es lo mismo que te digan linda. Los chicos son lindos, pero los chicos tienen futuro aún. Una vieja es el epítome de lo inútil. Es incluso vista como más inútil que un viejo. Tal vez, se deba a su corta vida reproductiva y tal vez porque no se espera de ellas nada demasiado importante, menos aún en su madurez. ¿Qué deberíamos hacer o cómo deberíamos sentirnos ahora que nos percatamos de nuestra inutilidad? Celebrarla, tal vez. Las viejas son inútiles como los poetas también lo son. Soy doblemente inútil, entonces. Estamos a la vanguardia del descubrimiento de nuestra propia inutilidad. ¿Pero, no somos todos en realidad inútiles? ¿Quién necesita a la especie humana? Claramente, no otras especies, ni siquiera el universo.
¿Por qué la gente tiene la necesidad, apenas nos ven, de referirse indirectamente a nuestra diferencia, a nuestra edad? Porque eso los hace sentir incómodos. Les recordamos la muerte y el cambio, todas las cosas que no pueden controlar. Somos emisarios de otro país, un lugar al que le tienen miedo pero por el que no pueden dejar de sentir curiosidad, un lugar donde finalmente van a vivir. ¿Deberíamos decirles lo que se siente? No nos creerían. Los viejos, incluso las viejas, todavía tienen esperanzas, ambiciones, pasiones, deseos. No sé si eso es bueno o malo. Algunos de nosotros, los que hemos aceptado nuestra inutilidad, podemos tomar con pinzas esos deseos y ambiciones.
A veces, de hecho, es un alivio ser invisible. Pero, por otro lado, si quiero ser un emisario de esta tierra extraña, debo aparecer. Y, como poeta, debo hablar. ¿Siempre tengo que decirles cómo es? No. ¿Por qué cargar con ese peso? Debemos recordar la ventaja que tenemos sobre los jóvenes: nosotros nos recordamos jóvenes, ellos en cambio no pueden imaginarse viejos.
En mis poemas obviamente puedo ensayar distintos roles, elegir qué voz usar. Puedo imponer autoridad, o un tono de autoridad, ese que nunca me dejaron usar. Entonces, puedo alterar la autoridad desde su interior. En un poema puedo ser alegre, provocadora, sexy o sarcástica -formas que nadie asocia con la vieja, la vieja gruñona, o puedo ser directa y confrontativa. Este próximo poema mío “El lamento de una vieja en otoño” hace alguna de estas cosas. Es una especie de caricatura (o imitación satírica) del poema de Williams Carlos Williams “Lamento de una viuda en primavera”. En su poema una mujer no encuentra razón para seguir viviendo luego de la muerte de su esposo. Ella piensa ahogarse en un estanque. Williams es uno de mis poetas favoritos, pero este poema me molesta. Empieza así “el dolor es mi jardín”. Voy a leer mi poema basado en el suyo. Es bastante corto y termina conmigo apropiándome de la palabra vieja
EL LAMENTO DE LA VIEJA EN OTOÑO
Para WCW
El dolor es el negocio de la esquina
Donde los globos de halloween
se colocan con el último helio
El mostrador es dorado
Con bolsas numeradas
De caramelos Werthers
Nadie es Werther
Ayer por la noche un periodista
Mencionó a una “víctima anciana”
No me llames así
Soy vieja
Y obstinada.