La noche de las pasiones
Por Charlotte Casiraghi y Robert Maggiori
Jueves 12 de marzo de 2020
"Es evidente que el sentimiento o el afecto pueden describirse según tipologías o características generales, pero eso se dificulta cuando están “electrizados” o encendidos por la pasión": el prólogo a Archipiélago de pasiones (Libros del Zorzal).
Por Charlotte Casiraghi y Robert Maggiori.
Un profesor y un alumno nunca se separan. Es cierto que se alejan, cada uno hace su camino, pero no se separan, porque lo que se han transmitido, lo que han intercambiado, continúa madurando. Algo así nos sucedió: un primer encuentro, evidentemente auténtico, porque abrió de pronto una historia. Mutado en amistad, ese encuentro continuó más allá del marco académico, del trabajo de transmisión y de intercambio, y se enriqueció día a día con infinitos debates, conversaciones deshilvanadas, carcajadas —incluso en este momento estamos cortando torpemente rodajas de salchichón de los Abruzos—, divagaciones, lecturas, charlas, verdaderas polémicas, falsas peleas…
—Me irritas, con tus citas de Jankélévitch…
—Tú siempre te refieres al psicoanálisis y a la poesía…
—Quisiera hacerte comprender la materia de los sentimientos, que no pasa por una construcción puramente intelectual, sino por el cuerpo y por los sentidos. El éxtasis, por ejemplo…
—Bueno, basta, después veremos…
Un día se nos ocurrió poner por escrito lo que germinaba de nuestros diálogos, que a menudo se disparaban en todas direcciones pero siempre volvían a la cuestión de lo sensible, de lo que nos afecta, de las fronteras o de la ausencia de fronteras entre las emociones, de su lógica, a veces de su confusión…
—Pero ¿por qué no hay una palabra que designe lo que hay entre el amor y la amistad?
—¿Y en las demás lenguas?
—Habrá que buscar…
—Va a ser una pesadilla escribir a cuatro manos, ¿no?
No queríamos demostrar nada, ni darle a nadie consejos ni prescripciones; no queríamos enunciar juicios de valor ni pretendíamos enseñar a dominar las pasiones, y tampoco distinguir lo que está bien de lo que está mal, ni decir “cómo se puede estar mejor”…
—¡Pero no están mal las “recetas de la felicidad”!
—Puede ser, pero yo prefiero las recetas de cocina…
Nos parecía también que la filosofía —porque nuestro encuentro se produjo y continuaba gracias a ella— no podía ser un simple ejercicio conceptual, sino que estaba arraigada en la tierra de lo sensible, de la emoción, del afecto, de la sensación, de los estados de ánimo, incluso en la materia a veces misteriosa de los recuerdos y de los sueños. En otros términos, que la filosofía era vivida y no sólo pensada, y que era interesante captar ese momento en el que un afecto, tocado por un “no sé qué”, por un lado, se desvía, se altera, se convierte en otro distinto, y por otro, cambia su régimen pasional, arde, transporta, lleva a lo desconocido, a lo incontrolable.
Entonces, diseñamos islas.
Pero si la palabra y la escritura tuvieran la fluidez del tiempo, intentaríamos representar un archipiélago, con sus istmos y sus meandros, sus arrecifes y sus canales, las olas y las corrientes que divergen, convergen, se mezclan… De ese modo, en una cartografía de pasiones, agregaríamos una dinámica de fluidos pasionales, afectivos, sentimentales.
—¿Vivir no es nada más que experimentar, o “sentir”?
—Podría pensarse eso, sí. Pero “sentir” debería entenderse, según la filósofa española María Zambrano, como la facultad que somos, primordial con respecto a las facultades que tenemos, esa es la idea.
Cuando cada uno siente, lo que experimenta estalla en campos de intensidades que se abren en nosotros y ante nosotros, campos que no sólo se resisten a ser nombrados unívocamente y controlados —pues están atrapados en un flujo donde aún se perciben las orillas de “lo que se ha vivido” y se vislumbran ya los lineamientos de “lo que se va a vivir”—, sino que también se presentan —o más bien huyen— en forma de entramados, donde se enmarañan sensaciones y sentimientos, pensamientos y ensueños, imaginaciones, emociones y pasiones. Nunca nada está aislado ni circunscripto. Un dolor, por ejemplo, nunca es “puro”, pues, en el mismo momento en que se experimenta, es captado por el pensamiento, que le da o no su repercusión subjetiva y hace inmediatamente de ella, en otras palabras, un sufrimiento: ni siquiera sé qué se rompió en mi brazo al caerme, pero ya me pienso inválido y, gritando de dolor, imagino las dificultades que tendré para trabajar. Del mismo modo, ningún pensamiento es totalmente abstracto y no piensa sin ser “tocado”, liberado, trabado, cargado, ensombrecido o iluminado por el sufrimiento, los recuerdos, la fatiga, el placer, la enfermedad y hasta por un simple estornudo, del que William James decía que borra por un instante todos los estados anímicos. Dicho de otro modo, la frase de los afectos, de los estados de ánimo, de las pasiones, de las sensaciones no sólo carece de punto, sino también de gramática y sintaxis —incluso de partitura, donde las notas pueden al menos leerse de corrido antes de que sus sonidos se abracen y se fundan unos en otros—.
—Bergson lo dice en las primeras páginas de La evolución creadora…
—Sí, habrá que citarlo: “Ahora bien, de los estados así definidos puede decirse que no son elementos diferenciados. Se continúan unos a otros en una sucesión infinita”, en un “flujo de matices fugaces que se superponen unos a otros”.
En efecto, nada “sucede a” nada, todo se entremezcla, se superpone. Aunque no sólo como “pasaje” de un sentimiento o de una volición a otra, sino también como contagio de un sentimiento por otro, sutiles e insospechadas metamorfosis de un sentimiento en otro distinto. No hay sentimiento de repugnancia que no esté salpicado de un poco de atracción, ni odio vacío de cierto amor, ni ternura que no siga o preceda a la crueldad, pues una ya está allí cuando la otra todavía cree imponerse. Esa sucesión de sensaciones, sentimientos, representaciones, voliciones es la que constituye la vida afectiva, la vida “sensible”, es decir, la vida, pues el pensamiento lógico y la más libre facultad de imaginación también se ven “alterados” por el flujo de los afectos. A veces, pensamos mal no cuando no tenemos ideas, sino cuando tenemos frío.
––En la tradición filosófica, se trató incesantemente de separar el cuerpo del espíritu, lo físico de lo psíquico, de trazar los límites entre lo que sería afecto y lo que sería sensación, sentimiento y emoción…
En realidad, en ese entrelazamiento permanente de contrastes y matices de experiencias vividas, es muy difícil —tanto más puesto que también cambian incesantemente sus intensidades y densidades— detectar el pasaje entre lo que los une y lo que los separa, captar el instante en que “mutan”, trazar una frontera más allá de la cual tal sentimiento, emoción, deseo, pulsión o estado de ánimo se transformaría en su opuesto o en un sentimiento cercano. Tampoco es sencillo, entonces, producir un improbable e imprevisible espacio que sería el del “encuentro” con la vida sensible, como si esta se compusiera de “momentos” separados y de afectos fácilmente discernibles o reconocibles. ¿Estoy realmente seguro de no experimentar sentimientos de amor cuando odio, de amar verdaderamente cuando no hago más que adorar, de estar celoso cuando en realidad envidio, de ser benevolente cuando sólo me anima un egoísmo disfrazado? En esas condiciones, ¿cómo no renunciar a una “geometría” que atribuiría su propio territorio demarcado por altos muros impenetrables a la piedad, al éxtasis, a la tristeza, a la maldad, a la crueldad, a la gentileza, a la amistad, al pudor, a la prudencia, a la maledicencia, al coraje, a la dulzura?
—Trataremos de “mostrar” lo que podría ser un archipiélago de “vivencias”…¡No es nada simple!
—Tienes razón. Además, deberemos esperar tener lectores amables, que estén atentos a los puentes a veces inestables que permiten ir de una a otra vivencia, lectores sensibles a las “corrientes” que llevan hacia una o se desvían de otra, y que se muevan sin orden entre ellas…
¿Eso implica aceptar la imposibilidad de de-terminar el mundo afectivo, porque sería irracional, desregulado, extravagante y tendría que ver con el desborde “romántico”?
—¡No, para nada!
Es evidente que el sentimiento o el afecto pueden describirse según tipologías o características generales, pero eso se dificulta cuando están “electrizados” o encendidos por la pasión, que lanza al sujeto a un escenario donde lo asalta el vértigo, donde no sabe “lo que le sucede” y, para calmarse, inventa causas imaginarias que lo encierran en la prisión de lo “inexpresado”. Hay algo que se parece a una “lógica”, pero es poco visible y difícil de conocer, porque es inherente a cada sujeto, a todas las modalidades de expresión de uno mismo: manifestaciones de su voluntad, irrupciones de su deseo, de sus fantasías, porque esa “lógica” se ha desarrollado en la noche de cada ser. Y quizá, sobre todo, porque la “verdad” de lo que uno vive nunca está en quien la vive, sino en los “ojos”, en el corazón, en la palabra del otro: yo soy malo o bueno, mezquino o generoso, yo odio o amo, pero el otro es quien sabe que mi gentileza es gentileza, mi maldad, maldad, mi amor, amor… Para orientarse en el archipiélago de las emociones y pasiones, también hay que mirar hacia el este, hacia el oriente de la ética.
—¡Me da un poco de miedo! Hablas de sentimientos y pasiones: clásicos de la filosofía, ensayos, estudios psicológicos, películas, novelas, canciones…
—¿Quieres decir que eso debería disuadirnos de pretender agregar una gota al océano?
—¡Exacto! Pero quizás hay alguna razón razonable para lanzarse a un emprendimiento tan irrazonable. ¿No crees que el propio estatus de lo “afectivo” ha cambiado un poco, al haber adoptado además las metamorfosis de la sociedad y de las tendencias actuales?
Sabemos de qué modo un sociólogo como Zygmunt Bauman describió esas metamorfosis al hablar de “sociedad líquida”: una sociedad es líquida cuando las situaciones en las que los hombres se encuentran y actúan se modifican incluso antes de que sus maneras de actuar lleguen a consolidarse en procedimientos y hábitos. Esa sociedad apareció cuando la era sólida de los productores fue remplazada por la de los consumidores, una era que fluidificó la vida misma, la hizo frenética, incierta, precaria, “apresurada”, lo que volvió al individuo incapaz de extraer una enseñanza duradera de sus propias experiencias, porque el marco y las condiciones en las cuales se viven cambian sin cesar. Por eso ya no vivimos en sociedades inamovibles, duras, que correspondían a la fase sólida de la modernidad, a la construcción de las naciones, a la impermeabilidad de las fronteras, a la verticalidad del principio de soberanía, a la estabilidad de las instituciones, a los monopolios de la información, a la centralidad de los partidos, de los sindicatos, etc. Vivimos en sociedades de exterioridad blanda, acorde a la modernidad cambiante y caleidoscópica, al multiculturalismo, a la unificación de los pueblos, a la desaparición virtual de las distancias espaciales, a la comunicación inmediata, a las interconexiones en red, constantes, pero incesantemente modificables.
—En ese contexto, ya no sabemos bien lo que tiene importancia.
—No es tan importante lo que, por su impacto, transforma la realidad (que parece transformarse por sí sola o evaporarse en el flujo de informaciones), sino lo que “retiene”, lo que de cierto modo detiene el tiempo o suscita “un minuto de silencio”.
—La emoción es lo que retiene.
El acontecimiento más “importante” es el que golpea más la sensibilidad pública y provoca el máximo de emoción o emociones. Eso explica, por ejemplo, que en diez años, según una encuesta del Institut National de l’Audiovisuel (ina), la presencia de sucesos en los noticieros de televisión haya aumentado en un 73%.2 La captación emocional se produce a través de todos los medios —la prensa escrita, los canales audiovisuales, las redes sociales—, se ejerce en todos los ámbitos —político, económico, cultural, social, deportivo, incluso religioso— y ha suscitado un nuevo modo de ejercer poderes —el gobierno de las emociones—, así como una nueva manera de someterse a ellos. Hoy en día, con la “democracia” de las redes sociales y de la “reacción” generalizada, no importa tanto dar una opinión —de todos modos, cada uno de nosotros da la suya en cualquier ocasión, lo que hace que todas se destruyan— como expresar el propio “sentimiento”, la emoción, la conmoción, la compasión, el temor, la angustia…Esa conminación a expresar la emoción y la compasión acabó por borrar todos los matices —el amor y la amistad tienden a no ser más que likes— y hacer superflua la manera en que los sentimientos, justamente, se imprimen, se crean, se mezclan en las “vísceras” (María Zambrano) de la vida afectiva, secretan de la noche de cada ser.
Por esto nos pareció oportuno “volver” a lo que eran, en sí y en la palabra del otro, la compasión o la piedad, la modestia, la dulzura o la arrogancia, la amistad o el amor… Lo hicimos sin pretensiones, mezclando estilos y enfoques, a veces demostrativos, a veces descriptivos, filosóficos, psicoanalíticos, otras veces poéticos. No queríamos “demostrar” nada, salvo que el hecho de “respetar” las emociones, los sentimientos, las pasiones o ciertos estados de ánimo era también aceptar lo que cada uno tiene de más secreto, aceptarse en lo que cada uno tiene de más contradictorio, de más frágil, de más humano, tanto como de más inhumano, y, al destacarse sobre un fondo de incertidumbre, ser capaz de acoger al otro.
Fontainebleau-París-Mónaco, verano de 2017.
