La memoria selectiva
Martes 28 de febrero de 2012
Entrevista a Paul Auster por su nuevo libro de memorias Diario de invierno (Anagrama). "La gran elección consiste en destacar qué es lo relevante, qué es lo interesante para ser compartido", dice.
Por Fabricio Tocco (desde Barcelona) Fotos: Angel Monlleó.
El martes 21 de febrero, Paul Auster regresó a Barcelona para presentar Diario de invierno (Anagrama, 2012), su último libro de memorias. Tal y como comentábamos en la reseña, se trata de un trabajo publicado primero en eBook a mediados de enero y luego en papel a principios de febrero. Junto a esta innovadora estrategia comercial en el ámbito editorial español, es interesante también destacar que tanto la traducción castellana como la catalana (Diari d'hivern, Edicions 62, 2012) salen al mercado con seis meses de antelación con respecto al texto original inglés. El autor de La trilogía de Nueva York acudió al Centre de Cultura Contemporània de Barcelona para comentar su nuevo trabajo, tanto con la prensa por la mañana como con sus lectores por la noche.
Entrevistado por el novelista canario Antonio Lozano, ante un público de más de ochocientas personas que se acercó al CCCB, Paul Auster habló sobre Diario de invierno, reflexionó sobre sus otros trabajos autobiográficos y sobre los temas de actualidad, que parecen de respuesta obligada para todo intelectual que visite Barcelona. En la rueda de prensa matutina, el estadounidense ya había mostrado optimismo por el movimiento Occupy Wall Street, mientras que frente a Lozano apostó por un nuevo mandato de Barack Obama. En este sentido, debo decir que no deja de sorprenderme hasta qué punto se le puede exigir a un escritor de ficción una dosis de sabiduría tan elevada como para que le permita juzgar cualquier conflicto social contemporáneo: a Auster hasta llegaron a interpelarlo sobre conflictos tan distantes y ajenos para un escritor que reside en Brooklyn como el narcotráfico en la frontera mexicana, y hasta le pidieron que explicara por enésima vez la polémica con el Primer Ministro de Turquía, Remo Erdogan, pese a que la misma ya había colmado los suplementos culturales de la prensa española los días previos a su llegada.
Jorge Herralde, presente en la rueda de prensa, describió a Paul Auster como “una estrella de rock”, aludiendo irónicamente a su doble envergadura: un escritor de culto que también es un escritor mediático. Por la noche, el novelista se granjeó la complicidad de su público (mayormente, compuesto de jóvenes) recurriendo también a la ironía, al definirse como un “hereje” o “un dinosaurio” mientras confesaba que sigue redactando con máquina de escribir y que no utiliza ni celular ni email. Más allá de la ironía y de su distancia frente a los avances tecnológicos, es importante recordar que a diferencia de algunos escritores de su generación como Philip Roth (en la literatura escrita en español podemos citar los ejemplos de Javier Marías y Mempo Giardinelli), Paul Auster nunca se posicionó como un apocalíptico ante el impacto de la tecnología en la literatura.
Más allá de estas declaraciones esperables, Auster contó una anécdota muy interesante a propósito del tema de la censura, al exponer una vez más sus motivos para no presentar su libro en Turquía. Cuenta Auster que durante algunos años sus obras fueron traducidas al farsi y que fueron publicadas en Irán de forma ilegal hasta 2009, año de publicación de Sunset Park. En su última novela, el escritor nombra a Salman Rushdie y la fetua a la que se vio sometido por el ayatolá Jomeini en 1989. A partir de este breve pasaje, surgió un altercado con la traducción. Al parecer, en Irán, las palabras “Salman Rushdie” y “fetua” no pueden aparecer escritas en ningún texto, de modo que el libro no podría publicarse legalmente. Auster decidió entonces detener la traducción de su ficción en farsi pero el traductor le advirtió que sucedería lo mismo que con sus obras anteriores: Sunset Park aparecería de todos modos en ediciones clandestinas con las palabras suprimidas. Fue entonces cuando el traductor le explicó a Auster que si en un escaneo general las computadoras no detectan estas palabras en el texto, el libro tiene autorización para ser publicado: no hay un análisis semántico riguroso del libro, sino apenas un rastreo informático de significantes prohibidos. El traductor reveló a Auster que existe una codificación para referirse al autor de Los versos satánicos con palabras clave: “X”, por ejemplo, significa en realidad “Salman Rushdie”. De modo que tanto el traductor como el autor concluyeron que la mejor manera de eludir la censura era autocensurando el texto antes (ni que sea de forma parcial) para que Sunset Park viera la luz también en farsi. Auster clausuró la rueda de prensa con esta anécdota y luego tuvimos la oportunidad de dialogar con él acerca de algunas aristas de su nuevo libro:
—Diario de invierno aparece treinta años después de La invención de la soledad. ¿Cuáles fueron sus sensaciones al escribir nuevemante unas memorias, ya no desde la juventud sino desde la madurez?
—Es verdad que ya han pasado tres décadas, pero de hecho escribí otros dos trabajos autobiográficos entre ambos textos. En A salto de mata: crónica de un fracaso precoz (1997), hablo sobre el dinero, sobre mis dificultades por no tener suficiente dinero durante gran parte de mi vida. En El cuaderno rojo (1994), escribí historias de no-ficción sobre experiencias que me ocurrieron no sólo a mí sino también a personas que conozco. De modo que supongo que llevo este impulso autobiográfico conmigo. Pero es importante hacer hincapié (y quisiera no dejar lugar a dudas en este punto) en que realmente no estoy muy interesado en mí mismo. No creo ser alguien muy atractivo, pienso que mi vida es mucho menos fascinante que la de otras personas. Creo que he escrito sobre mí en estas obras casi de la misma manera en que se escribe un estudio de caso. Me observo, estudio mis conductas como si fuera un ratón de laboratorio. Utilizo mi caso como ejemplo de la humanidad, porque mis experiencias son muy similares a las de los demás. Si soy capaz de transmitir lo que yo siento, lo que yo pienso, entonces podré compartirlo con el lector. Con un poco de suerte, podré lograr que se sienta reflejado en mis páginas, que pueda descubrir junto a mí los misterios en torno a qué significa estar vivo.
—¿Qué nos puede contar acerca de los desafíos que afrontó al utilizar un tono tan íntimo para representar sus experiencias?
—En realidad, no tuve demasiadas dificultades. Fue más una cuestión sobre decidir qué contar y qué ocultar, porque obviamente estos fragmentos son sólo algunas de las historias que he vivido. Diario de invierno no es un relato exhaustivo de mi vida, no es una historia pormenorizada de mi cuerpo. Creo que me ocupé de los momentos que permanecieron en mi vida de forma más intensa, aunque no sepa bien por qué lo hicieron. Por ejemplo, aproximadamente en la mitad del texto, cuento la historia de la última vez que perdí los estribos y estuve a punto de pelearme con alguien. Sucedió en París y la persona en cuestión era un taxista. Estaba tan enojado que le arrojé una mochila que contenía el manuscrito de la novela que estaba escribiendo, ¡era la única copia que tenía y la lancé contra el taxi! El taxista salió del coche y estaba listo para pelearse conmigo, pero yo también, así que se echó para atrás. Es una historia aburrida, no contiene nada interesante. Pero la incluí en mi libro porque se me quedó grabada una imagen de un hecho que sucedió en ese mismo momento. Mientras todo esto estaba ocurriendo, mientras tuvo lugar este ataque de furia, una africana muy deslumbrante pasó por ahí. Iba vestida con ropa africana, cargaba un bebé colgado en su cuello, llevaba bolsas de supermercado no sólo con las manos sino también con sus caderas. Pese a todo esto, iba caminando con la postura más recta y hermosa que vi hasta el día de hoy. Caminaba con tanta tranquilidad... Había cierta sabiduría en la manera en que movía su cuerpo. Y ahí estábamos nosotros: dos hombres blancos histéricos, volviéndonos locos por nada, frente a esta aparición de la gracia, que permaneció en mi memoria de forma tan intensa que debía incluirla en mi libro.
—¿Qué le dicen estas decisiones entre qué contar y qué ocultar sobre los límites entre la ficción y la no-ficción?
—Esta historia en París, por ejemplo, fácilmente podría no haberla contado. En un libro como Diario de invierno, todo es cuestión de tomar decisiones: no es ficción, no es una novela. La gran elección consiste en destacar qué es lo relevante, qué es lo interesante para ser compartido. Nada de lo que he escrito es ficticio, cada anécdota es real, es autobiográfica.
Después de más de dos horas de haber firmado ejemplares de sus libros con una paciencia admirable, Paul Auster se despidió de Barcelona, seguramente por no mucho tiempo. La recepción crítica y comercial de Diario de invierno en España ha sido muy exitosa, estaremos atentos para ver qué sucede en Argentina y en Estados Unidos a mediados de este año.
