La creación
Por Diana Beláustegui
Lunes 22 de abril de 2019
La autora participó en los recorridos de terror del último Filba Nacional en Santiago del Estero y aquí el texto original que produjo, inspirado en la leyenda de la Salamanca.
Por Diana Beláustegui. Foto Exequiel Paoletti.
Era indispensable hacer las ofrendas para atraer al demonio, caso contrario el baño sería solo un baño y los ajustes realizados… al puro pedo.
La bañera estaba cubierta de tierra de cementerio.
Las paredes manchadas con sangre de cabra y las velas rojas ubicadas en lugares estratégicos le daban al ambiente un aura de película gore clase B. El habitáculo parecía un mal chiste y no el acondicionamiento necesario para crear una salamanca en el muy elegante departamento de un séptimo piso en pleno centro de la ciudad.
El monte era casi inexistente y había que tener ingenio para crear el nicho adecuado que albergue la deidad indicada.
A ellos no les importaba la blancura de los ángeles sino la belleza de la podredumbre en su estado más corrupto.
El terror del caos había quedado dormido en el escepticismo de lo urbano y como nietos de brujas, era su deber casi atávico, recobrarlo y resucitarlo.
Sus tres primogénitos dormían en una de las habitaciones, la tierra de la bañera debía ser nutrida con la sangre de los infantes.
La danza del horror comenzó a las 3 de la madrugada cuando las cuerdas vocales se negaron a emitir cualquier sonido que pudiera delatar el nacimiento del engendro a partir del desmembramiento de los niños.
Los sujetos A, B y C se dirigieron a la habitación.
A tenía el hacha en las manos y cuando la levantó para tomar impulso dudó dos segundos, sujeto B le dio un codazo, sujeto C suspiró impaciente.
-Pegale fuerte para que no le duela –susurraron desde atrás y los tres giraron tan rápido que el hacha describió una maniobra confusa y se clavó en el cuerpo de B mientras C chillaba orinándose encima.
Sujeto A ni siquiera intentó sacar el hacha de la carne equivocada, las manos le temblaban ante la presencia de la hembra que los miraba desde la puerta.
La mujer medía aproximadamente dos metros, estaba desnuda, sucia y el hedor que se alzaba les recordaba que estaban haciendo cosas para las que tal vez no estaban preparados. La hembra olía a muerte y era un olor que les evocaba imágenes de sus propios cuerpos en avanzado estado de descomposición.
Ella le guiñó un ojo al sujeto A mientras B se desangraba en el piso y C seguía descargando la vejiga como si ésta hubiese contenido 4 litros de meados.
El cabello negro y enmarañado le llegaba hasta las rodillas y cuando sonreía mostraba dientecitos amarillentos que se movían inquietos como si fuesen parásitos enamorados de sus encías.
La hembra levantó los brazos orgullosa y sentenció.
-y dije sea la oscuridad y fue la oscuridad. Y vi que la oscuridad era buena para procrear.
Las luces se apagaran tras un parpadeo de duda y quedaron abandonados al infierno mientras escuchaban ruidos acuosos y pasitos que corrían alrededor, rozándoles las piernas, clavando garritas en los talones.
¿Cómo te explico el horror que se puede sentir en las tripas cuando la oscuridad te oculta lo que te roza y quiere comerte?
¿Cómo te explico el terror en la incertidumbre?
-Dale que tengo hambre, dale que me debes un sacrificio –le susurran en el oído al sujeto A y siente cuando los dientes de la hembra le hace cosquillas en la piel, no se anima a retroceder por temor a pisar las crías de la mujer que imagina que son los que corretean por todos lados llenando el habitáculo de risitas histéricas.
Sujeto C aun se orina en un rincón de la pieza y siente que los riñones se exprimen en una agonía dolorosa. En la oscuridad no logra ver que el líquido pasó de ser amarillo a naranja oscuro.
Sujeto B ya no respira.
Sujeto A tantea el aire, quiere encontrar la cama donde duermen los 3 primogénitos para terminar con el trabajo y que la salamanca pueda quedar establecida para que otros se animen a invocarla porque él ya ha tenido demasiado y se quiere ir a rezar un padrenuestro donde haya dioses machos más empáticos y piadosos.
-Dale, dale que tengo hambre –le insiste y siente cuando le escupe en el cuello y la saliva se convierten en miles de patitas que se cuelan por el cabello y comienzan a hacerle nido en la cabeza.
La escucha respirar, está tan cerca que la piel puede percibir el frío que desprende el otro cuerpo.
Quiere recuperar la movilidad de sus músculos pero están atenazados ante el horror de su presencia.
Hay ruiditos de líquido cayendo, de quiebres. Evisceraciones. Mentalmente imagina las tripas resbalando y los huesos siendo separados a través de sus articulaciones.
El habitáculo huele a sangre y la escucha masticar.
¿Qué mastica? ¿Qué come? ¿Logrará saciar su hambre? ¿Existe alguna posibilidad de salir vivo?
Las luces se prenden y está ella frente a él, tiene un bracito pequeño en una bandeja plateada y se lo ofrece.
-Ahora esta es mi casa y vos mi invitado, te toca comer primero, después sigo yo –le dice mientras se limpia la boca llena de sangre con la palma de la mano.
Le planta la bandeja bajo la nariz y lo obliga con la mirada, la mujer tiene el horror en cada gesto y se puede adivinar el infierno en el iris de esos ojos muertos.
Sujeto A toma el bracito que aun tiene pedazos de tela de la remerita que supo tener y el primer bocado le produce un dolor punzante en su propio brazo, grita y ella aprovecha para obligarlo a comer más, morder más, la agonía de las mordidas, de la carne lacerada, del hambre que no cesa, de la glotonería que se abre paso y lo lleva a un punto insano de placer ante el dolor.
Grita, come, llora, traga, se atraganta he ahí el sacrificio de sangre que el demonio necesitaba para parir los invitados a la salamanca, la mujer se pone en cuclillas y puja, de sus entrañas salen víboras, sapos, escuerzos, arañas. La vida, hermosa y salvaje salta, fluye, se arrastra y corre.
Utiliza la sangre del hombre que se come como ablución divina.
Lo deja en un rincón para que se siga nutriendo de su propio cuerpo.
Los niños se quejan, están por despertar. La hembra, uno a uno, los alza y los deposita en el corredor, a la salida del departamento maldito.
Mira de reojo al sujeto A que lame sus propias falanges.
Se va hacia la bañera cubierta de tierra y se recuesta a descansar, un enano está sentado sobre un escuerzo y fabrica un instrumento. Sonríe satisfecha. Hay escenas que de tan hermosas deberían ser santas.
El departamento 104 del séptimo piso permanece aun sin habitar, la gente no se anima a comprarlo, alquilarlo, mirarlo, rozarlo y eso que durante las noches, a partir de las 3 de la madrugada, los violines y los tambores suenan produciendo acordes que hipnotizan, enamoran, enloquecen.