La cobra rubia
Miércoles 27 de enero de 2016
Selección y notas de Juan Laxagueborde.
El sinfín entre vidas regladas y libertad es una polea de fuerza en los poemas de La Cobra Rubia (Determinado Rumor, 2012), el precioso libro de Francisco Garamona de donde extraemos estos cantos. Mucha de la obra de Garamona se escribe esperando siempre más provisiones de libertad para sobrecargar su estilo, que es un concierto de tonos menores: esa superposición es letal. Elegimos retratos de artistas imaginarios que habitan territorios imperiales y a los que la creación de formas estéticas les inflama el alma para bien. Son personajes en busca de dislocar la parte natural del orden y la parte fastidiosa del caos. Quizá sean también estampitas laicas.
Lin Yu Wang
Fue uno de los primeros poetas en escribir
sobre los astros, las constelaciones y planetas,
temas que antes estaban reservados
sólo para los textos de estudio.
Toda su poesía tendía a la abstracción.
Fue un gran erudito y un suave músico.
El grupo de jóvenes discípulos que lo seguía
se juntaba en una fonda llamada La Rana Crujiente,
donde Lin Yu Wang presidía las reuniones
que se extendían hasta el alba.
Pequeño y con una importante joroba,
eso no le impidió cortejar a las más hermosas
mujeres de su época que nunca lo correspondieron.
Tal vez la impronta astronómica de sus versos
era una forma de ocultar sus sentimientos,
ya que tendía a la inseguridad y el autoengaño.
Pero la deformidad de su cuerpo no alcanzaba
para opacar la distinción de su rostro
de unas facciones extremadamente hermosas.
A veces los pintores lo hacían posar para sus cuadros,
a los que les ponían títulos como “La distinción del monstruo”
o “La embajada del terror mundano” pero eso no lo entristecía,
más bien le daba ánimos, ya que quería figurar
a toda costa. Sufría una tendencia muy común en China:
La de querer vivir en el remoto pasado de una edad
de oro.
Chi Po
El lugar y la fecha en que nació se desconocen.
Era pintor, poeta y músico.
Los poemas venían por sí mismos,
los cuadros se pintaban solos y las melodías
que le sacaba a su flauta también.
La materia misma estaba ya fijada
aunque él nunca sabía cuál sería
el resultado de todo eso.
Después de 40 años de trabajo sostenido
sólo buscaba la creación de ciertas “atmósferas”,
ya que lo único que tardaba en alcanzarlo
era la muerte a la que esperaba ansioso
porque sabía que su espíritu se consumía
en el torbellino de su inquieta imaginación.
¿Y para qué pintar un paisaje o poner
en palabras o notas las secuencias de un ritmo?
¿Por qué había que imitar la música
del arroyo desbordado o en calma?
Una noche hizo una fogata en la que destruyó
toda su obra, y tomando a su flauta por los extremos
la quebró secamente golpeándola contra una roca.
Al otro día abandonó su aldea
y durante diez inviernos se convirtió en vagabundo.
Cuando ya era un anciano, el gobierno del Emperador
le consiguió un ínfimo cargo en un Teatro Imperial
donde se representaban dramas y comedias
al gusto de la época. Ahí experimentó la frustración
ya que sus años de vagabundeo lo habían alejado para siempre
de la vida mundana. Murió al caer de un caballo
en la entrada de unas termas a donde los actores
iban a tomar sus baños medicinales.