Juan Mattio: "La escritura es un misterio"
Discurso del ganador del Premio de Novela Fundación Medifé - Filba
Miércoles 07 de diciembre de 2022
Anoche, en la terraza de la librería, y de la mano de María Teresa Andruetto, el escritor Juan Mattio recibió el primer premio del Concurso de Novela Fundación Medifé - Filba en su tercera edición por Materiales para una pesadilla (Negro Absoluto).
Por Juan Mattio. Foto de Alejandro Guyot.
Me gustaría decir algunas palabras sobre lo que este premio significa para mí. Y para eso, necesito contar algunos detalles sobre el proceso de escritura de Materiales. Les pido disculpas por el gesto autorreferencial pero para pensar sobre ese misterio que solemos llamar escritura solo cuento con mi experiencia.
Esta novela tuvo una primera versión completa y muy diferente a finales del 2016. Una versión que Ricardo Romero leyó y quiso publicar en la colección Negro Absoluto. Era la historia de Miguel Jemand, un escritor que en los años 70s colabora con el Servicio de Inteligencia de la dictadura. Lo convocan para ayudar en el funcionamiento de una máquina lingüística que está montada en los teléfonos públicos de la ciudad de Buenos Aires y con la que la dictadura intenta capturar disidentes políticos.
Cuando Jemand llega a este proyecto el problema que enfrenta es que los militantes políticos están encriptando su lenguaje, usando palabras claves, tratando de eludir el control sobre las conversaciones. En ese punto, el conocimiento sobre el funcionamiento del lenguaje que tiene Jemand como escritor sirve para intentar perseguir el lenguaje incluso en eso que Ricardo Piglia llamaba su “alegorización”. Es decir, su uso no directamente referencial sino más bien elusivo.
La novela estaba contada con procedimientos más o menos tradicionales: usaba un narrador omnisciente y una cronología lineal. No estaba mal, pero la verdad es que no me sentía cómodo con ese modo narrativo. Estaba seguro de que la historia de Jemand podía contarse mejor, con una forma que todavía no tenía en mi cabeza pero que imaginaba tan claustrofóbica como la historia que quería contar.
Entonces le escribí a Ricardo un correo que decía: “Te escribo después de darle muchas vueltas al asunto. La publicación de Materiales, así como está, no me convence y creo que el trabajo que necesita no puedo hacerlo ahora. (…) La idea de entrar en la variante autor-quisquilloso me aterra, pero la intuición y el trabajo es todo lo que tenemos ¿no es cierto?. Por lo pronto, si tu planificación no se compromete demasiado, te pido que no cuentes con ella en el plan editorial del año que viene”.
A lo que Ricardo me respondió: “Cómo no se lo va a entender, chamigo. Veremos de reordenarnos y ver para más adelante. Lo que sí, no esperes que no te hostigue de vez en cuando. Y sí, la intuición y el trabajo”.
Creo que todos los que alguna vez trabajamos con un editor o una editora sabemos lo que significa esa respuesta. Es muy difícil encontrar personas en nuestro campo literario que puedan priorizar un proyecto de escritura a sus propios tiempos o a los intereses comerciales. Pero Ricardo es, antes que nada, un escritor, y yo creo que nuestra conversación siempre estuvo mediada por su propia intuición y por su enorme capacidad de lectura.
Así pasaron cuatro años más hasta que dimos (y lo digo en plural porque así fue), dimos por terminada la novela. En el medio hubo periodos de escritura, de desesperación, de breves confianzas y de mucha incertidumbre al punto en que llegué a pensar, en varias oportunidades, que lo mejor era abandonar el proyecto. Hace unos días leí el comentario de una autora argentina, Ariana Harwicz, que decía que corregir una novela no es reemplazar una palabra por otra, reformular una frase o trabajar el ritmo, corregir una novela es obligarla a decir su verdad.
Creo que tiene razón y creo, además, que ese tiempo que va entre la primera versión y la última de Materiales es el tiempo que me llevó a mi hacer que la novela diga su verdad. Pienso, además, que su verdad tiene tanto que ver con la historia de Jemand (y la de Katy, y la de Haruka) como con la manera en que esa historia intentó ser contada. Porque, al fin y al cabo, mi intuición en 2016 decía que la anécdota sola no alcanzaba, que necesitaba encontrar una estructura narrativa que permitiera a la historia desplegarse.
No quisiera construir nada parecido a un manual de instrucciones porque creo, de manera genuina, que la escritura es un misterio, una forma particular que adquiere nuestro pensamiento cuando estamos en ese modo particular que llamamos escritura. Hay enormes novelas escritas en tres semanas –si le creemos a Faulkner sobre Santuario- y grandes textos que llevaron años. En general, me parece que la cantidad de tiempo de escritura no indica mucho, ni bueno ni malo, sobre el valor literario de un texto.
Lo que sí me gustaría reivindicar es esto: creo que la literatura es una investigación personal con el lenguaje. Y en esa investigación conviene ser lo más honesto que uno pueda. Saber que antes hubo otros que lo intentaron y que ahora mismo hay otros que lo intentan. Porque es una investigación que no sucede en soledad, que está en contacto con otras, que construye constelaciones con el pasado, en eso que llamamos tradición, y que construye constelaciones con el presente, en eso que llamamos poéticas.
De modo que este reconocimiento que el jurado dio a Materiales no sólo me dice algo sobre el resultado final del proceso de escritura, también me hace pensar que teníamos razón con Ricardo cuando en 2016 nos dijimos: lo único que tenemos a la hora de escribir es intuición y trabajo.