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Jesse Ball, ¿qué es esto?

Leonardo Sabbatella lee al escritor estadounidense publicado por Sigilo, quien visitará Argentina como parte del Filba Internacional a fines de septiembre. 



Por Leonardo Sabbatella




 

Nada sorprende y cautiva tanto en Jesse Ball como su apuesta por la experimentación, por encontrarle otras formas a lo que puede ser una narración de largo aliento. Llamar novelas a sus libros parece un poco pobre o reduccionista; son más bien objetos narrativos inclasificables, pero hermanos, familiares, como si su obra fuera una gran reunión de huérfanos -lo que también vale para sus personajes-.  

Con la llegada de las traducciones de Autorretrato y El sueño, hermano de la muerte: una guía para niños que sueñan (ambos editados por Sigilo, que viene no solo publicando su obra sino haciéndole un lugar en el mapa) se actualiza y se expande la pregunta a la que nos ha acostumbrado Ball: ¿qué es esto? 

Tal vez nada tan radical para un artista, y Ball es de los escritores que parecieran llevarse bien con las artes visuales, que el desconcierto de no saber qué es lo que se tiene enfrente. Estamos en presencia de una genialidad, de un chiste, Ball nos toma el pelo, Ball es serio en las entrevistas y se ríe a escondidas de sus lectores, acaso es un bicho raro a tiempo completo y sus libros no son más que la prueba fáctica de su locura. Quizás una de las pocas cosas que sepamos, después de haber leído sus libros, es que el tipo de obsesiones que parece llevar Ball son imposibles de impostar.  

Si Autorretrato es una especie de “cover”, de reescritura, del modelo instaurado por otro artista del desconcierto, el suicida Édouard Levé, El sueño, hermano de la muerte es un libro en el que Ball más que escribir lo que hace es organizar un conocimiento que le pertenece a otros. 

De Levé, Ball copia el método: una biografía hecha de materiales menores, aleatorios y sin ningún hecho por encima de otro. Como advierte en la nota preliminar “deja coexistir los hechos en una masa inútil, como una vida”. La acumulación de situaciones provoca, a las pocas páginas, la imagen de un personaje (quizás no sea justo decir personaje, pero de forma provisoria llamémoslo así) extraño, perturbado, con dificultades sociales, con experiencias traumáticas, que parece carecer de situaciones que suelen ser comunes y, en reemplazo a no tener una vida como la de todos, tiene una vida de excepción. Nunca se subió a un caballo, pero sí a un elefante.  

Tal vez la gran diferencia, definitiva e insalvable, sea que en el caso de Levé su libro es un gran basurero, los datos se acumulan sin brillo, sin maravilla, y generan un misterio a la inversa, el misterio de lo insustancial, de una vida triste o lejana o que el propio Levé parece no sentir propia. En cambio, el autorretrato de Ball es más salvaje, más incómodo, más incorrecto si se quiere. Y también quizás generan el efecto contrario. Mientras la acumulación de datos a Levé lo va borrando, como si la suya fuera una imagen pixelada, a Ball le otorga un retrato expresivo, cáustico, absurdo. 

 

Autorretrato se inscribe en la línea anti-narrativa que viene probando Ball en casi todos sus libros. Es más, en muchos de ellos la narración pareciera ser un daño colateral de su escritura. Sin ir más lejos, Cuando comenzó el silencio es un libro dispuesto casi como una instalación, con un pacto documental y una forma de proceder limpia, casta, musical, falsamente testimonial. ¿Habrá de fondo, como una especie de manifiesto invisible, para Ball una idea de hacer ficción como si hiciera documentales?  

Pero la desconfianza en la narración también está en Cómo provocar un incendio y por qué, un libro que parece avanzar en círculos o en espiral, que abandona cada tema o situación que anuncia, que deja para después las cosas, que mientras tanto se entretiene en juegos de escritura o persecuciones mentales. Y, sin embargo, la niña avanza, cual artista bonzo, a través de las páginas, dispuesta a hacer arder todo.  

Menos aleatorio que Levé y con mayor continuidad entre datos, en Autorretrato se encuentra, imperturbable, la clásica frase Ball. Una frase dinámica, operativa, una frase que simplifica sin renunciar al pensamiento. Musical, discreta. Una frase, quizás, por sobre todo, de comportamiento indicial. Si algo pudo haber interesado a Ball del método de Levé fue quizás la situación de escritura como un gran taller de datos. La producción de cada uno de esos datos (como la información que recopila en Cuando comenzó… o las observaciones de campo de Cómo provocar…) proponen una suspensión narrativa y en su reemplazo la exposición de enormes paneles con datos que el lector, en el mejor de los casos, podrá enlazar, o que le dará algún tipo de idea sobre la exploración que proponen estos objetos de escritura. Ante tanta producción y lectura de corte temático y extractivista, Ball propone un acopio de datos inservibles. Libros que solo sirven para leer y, quizás producto de la magia blanca de la lectura, para provocar un intervalo de la realidad. Sería injusto decir que Ball es una artista conceptual, pero al menos pareciera tener una idea de la literatura como artefacto. Los géneros y procedimientos parecieran ser la debilidad de este autor y los encuentra en todos lados: panfletos, entrevistas, descripciones, diálogos transcritos, manifiestos, guías, instrucciones, listas, epitafios, predicciones. “El procedimiento definitivo sería el que permitiera hacer arte automáticamente, dándole la espalda al talento, la inspiración, las intenciones, los recuerdos; en una palabra, a todo el siniestro bazar psicológico burgués. Es la salida, al fin, de la individualidad. Lo que hace posible que el arte sea hecho por todos, no por uno”, la cita pertenece a César Aira, un escritor lejano al universo Ball, el neoyorkino es de una experimentación más deliberada, más frío, quizás más autoconsciente, pero la idea bien podría provenir de uno de sus libros. 

El caso de El sueño, hermano de la muerte: una guía para niños que sueñan se inscribe en otra de las líneas que atraviesa la obra de Ball: hablarle a alguien. El uso de la segunda persona en Cuándo comenzó… y la chica que nos habla de forma directa en Cómo provocar… se suma ahora esta guía práctica que aporta explicaciones y brinda instrucciones para aprender a usar y manipular el sueño. Ball, de esta manera, logra por un lado interpelar al lector, entablar una conversación, hacerlo parte de forma explícita, pero también consigue un efecto de verosímil. Como si dijera, “estoy contándote algo real”.  

Es un libro brevísimo y directo, amable, estructurado casi como un cuento de hadas (impresión tal vez reforzada por las imágenes oníricas que pueblan el libro), pedagógico, cercano, como si fuera la carta de un amigo. Su abordaje sobre los sueños proviene de tradiciones lejanas y es una posición anti-psicológica. No le interesan los significados de los sueños ni que representan. Por el contrario, busca recuperar esa especie de paraíso perdido que fueron los sueños antes del psicoanálisis. Ya nadie pareciera poder hacerse el tonto con sus sueños. La propuesta de Ball es soñar y controlar a voluntad los sueños como una forma de expandir nuestras vidas. No hay poco de chamán en el tono y sus instrucciones. De cierta manera, parece recuperar la vieja divisa borgeana: “Pero si todo es realidad. Es absurdo suponer que un subsecretario es más real que un sueño”.  

 

Hay un misterio, en sus libros, que parece provenir de la austeridad y el silencio. En Toque de queda, hay una niña muda. En Cuando comenzó…, un personaje decide dejar de hablar; un voto de silencio. En Cómo provocar…, los problemas de comunicación y los malos entendidos son habituales. Tal vez una clave de lectura sea que frente al ruido del mundo, la saturación y la velocidad, Ball opone el silencio, la tartamudez, los datos mudos. Un acercamiento, en cada uno de sus libros, para producir un tiempo en blanco, el paréntesis silencioso de la lectura.  

En Jesse Ball no importa la calidad. Sus libros son buenos, son malos. Parece inconducente ese camino. Más bien, nos obligan a otro tipo de pregunta: ¿qué está haciendo? o, quizás mejor, ¿qué quiere hacer con nosotros? 

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