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El punto ciego: la voz en la escritura de Valentina Vidal

Gloria Peirano presenta Volátil, la nueva novela de Valentina Vidal publicada por Tusquets. 



Por Gloria Peirano

 

Se supone que la voz narrativa es la que determina que la lectora entienda los acontecimientos como vividos por los personajes. La construcción de esa voz es, como en toda tarea de escritura, un trabajo minucioso y artesanal en el que influye el oído de la que escribe. Oído para su propia voz, oído para la construcción de una voz otra que, como dice Barthes, le pruebe a quien lee que ese texto lo desea. Esto, precisamente, sentí con la última novela de Valentina Vidal, Volátil, a la que hoy le damos la bienvenida.  

No hubo una sola página en la que no sintiera que el texto me deseaba. “Alguien colgó en el aire/ gritos de pájaros como si fueran joyas”, se lee en el epígrafe. Es de Anne Carson. Lucía, la protagonista de esta novela, es maquilladora, usa los materiales y los procedimientos para maquillar: la primera persona en la que está narrada nos permite acercarnos al detalle de su trabajo y de su vida. Así como lo hizo en Fuerza magnética, Valentina Vidal recrea un determinado mundo laboral y un universo vincular con precisión, con arrolladora precisión. Los materiales y los procedimientos del maquillaje podrían leerse como una analogía con la escritura misma, pero esta novela se encarga a cada paso de volatilizar los prejuicios. Desde el inicio crea un efecto tornasolado de lectura. Gira, vuelve a girar, y la lectora gira, vuelve a girar, y los gritos de pájaros como si fueran joyas están colgados en el aire, de modo que lo narrado no se sabe si es grito, si es pájaro, si es joya, si es aire.  

“Observás la mesa, te asegurás de que todos los maquillajes que sacaste del maletín estén a tu alcance siguiendo la escala cromática: en la fila superior las sombras que van de los colores cálidos a los fríos, en la siguiente los tonalizadores y los rubores, en la inferior el polvo compacto mate y el perlado, a la derecha los correctores, a la izquierda, los delineadores”: este es uno de los primeros párrafos de la novela. Además de la primera persona, escuchamos una segunda, que es un hallazgo de tipo narrativo y de aspecto sintáctico. Exactamente igual que con los materiales y los procedimientos del maquillaje, cuya analogía con la escritura se cae pasadas unas páginas, el efecto de esta voz que circunvala a la primera persona (al lado, por delante, por arriba) se corre de una interpretación psicoanalítica. El recurso para obtener este efecto permanece oculto. Oculto en el sentido en que una, mientras lee este texto deseante, no se lo pregunta. La narración por sí misma se hace cargo de obnubilar interpretaciones. Y lo hace sencillamente porque es magnética. Me pregunté varias veces por el magnetismo de ciertas expresiones de esta novela mientras la leía, ya que dan en el blanco con gran filosidad.  

Volátil es además una novela arltiana en sentido múltiple, del modo en que por medio de la simulación y del delito los personajes pretenden portar y llevar hasta las últimas consecuencias una máscara, un disfraz de la realidad. Notable encontrar, entonces, una pluma como la de Vidal, que parte de un mundo específico de trabajo y delinea escenas vívidas, sugerentes, y dolorosas.  

El maquillaje actúa como máscara, es decir, puede ser utilizado para disfrazar una realidad. Lucía se mueve en un mundo laboral que la asfixia, una pareja que la destrata, y un pasado que guarda, entre brillantinas y contracultura, violencia contenida. La voz que le habla va variando. La variación de esa segunda persona está apoyada en una infinidad de recursos sintácticos que protegen el misterio de su origen. ¿Qué sabe? ¿Qué dice realmente? ¿Qué insinúa? Una podría pensar que esa voz que rodea a Lucía sabe más, sabe todo. Pero no desgrana su decir sobre el personaje de Lucía siempre de la misma manera. Me gusta pensar en los riesgos narrativos que corren las novelas, en los modos de restar ahí donde hay que restar, en la disciplina de la narración. Volátil los sortea todos.  

La voz sabe algo que la lectora ansía saber. Algo que Lucía esconde dentro del polvo volátil. Desmarcada de sí, fragmentada, perdida en una galería de espejos que no la reflejan, Lucía escucha el relato de su propia infancia en la dictadura, con un entorno nómade que entendía que las performances artísticas estrafalarias, antisistema, por lo tanto, hondamente provistas de ternura, podían minar, de alguna manera, el régimen, del mismo modo en que Lucia, en medio de una vida adulta de alta complejidad, anota palabras que la atraen en una libreta.   

El punto ciego que habita la voz parece por momentos hermanado con el punto ciego de Lucía, aunque detrás del control que ejerce esa segunda persona no habría solo control, sino algo más. Ese algo más, indefinible, ubicuo, por momentos psicopático, por momentos amigable, es el soplido que arman los labios sobre la superficie del polvo volátil para expandirlo. Así parece construida esta novela: te sopla en la cara, las partículas son malignas, en el sentido en que son magnéticas, indescifrables, los personajes no están delineados dentro de un género determinado, sino que se van armando, dentro de ese punto ciego que acompaña a Lucía, como los materiales que se usan para maquillar.  

Me sorprende el modo en que Vidal conoce sobre lo que escribe. Ya lo percibí así en Fuerza magnética, su novela anterior, y aquí, en Volátil, el procedimiento parece aún más íntegro. El lenguaje es escudo y arma, lleva a otro estado el saber y el no saber, y la misma novela se refiere a su propia lógica en algunos momentos: “En un punto sos débil, Lucía, tan fácil de manipular que para evitarlo necesitás intercalar cada vez más rápido las capas delgadas de tu personalidad”. 

La identidad, (¿es Volátil una novela sobre la identidad?) se revela como algo que hay que inventar en lugar de descubrir, como el blanco de un esfuerzo, como algo que se debería construir desde cero o a partir de fragmentos de memoria de los que no disponemos. El hallazgo central en esta novela es que el punto ciego, doloroso, de Lucía no se devela nunca. Se sugiere, se insinúa, se puede conjeturar a partir de las acciones de este personaje, sobre sus delitos, pero el deseo del texto es más consistente que la mera lógica narrativa. “La puerta la cierro y tiro la llave. Atrévanse si pueden”, le dice a Lucía, nos dice la segunda persona en las últimas páginas.  

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