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Guía para el lector borracho

Por Francisco Bitar

"Brevedad, concisión, fuerza: a esta altura damos con la gran aspiración del lector borracho: el libro de una sola página. Uno que empiece y termine casi en el lugar, pero cuya intensidad nos deje vaciados y levemente suspendidos". El libro de una sola página: uno de los textos que se produjeron especialmente para el último Filba Nacional en Santiago del Estero.

Por Francisco Bitar.

 

Está visto que se puede escribir borracho: Faulkner y su colega uruguayo, entre muchos otros, lo demuestran. Sin embargo, leer borracho es otra cosa. Porque entre las diez febriles horas diarias que Faulkner dedicaba a escribir y los pocos minutos que tenemos nosotros para, antes de dormirnos, leer algo que valga la pena, hay un abismo. La diferencia está en que, al mismo tiempo que con whisky, Faulkner se embriagó al calor de su historia, mientras que nosotros llegamos ya borrachos a la biblioteca, si es que no manoteamos lo primero que hay arriba de nuestra mesita de luz.

Continuar en la lectura lo que ha pasado afuera, en la noche, buscar una última intensidad, significa dotar a los libros de cualidades que, no por inherentes a ellos, se nos presentan ahora menos necesarias: la de una última presencia en el mundo antes de encomendarnos al sueño o la de un consuelo, si es que la noche no ha soltado todos sus frutos. En todo caso, la lectura demuestra ser una continuación de la borrachera por otros medios. La noche no nos dio lo suficiente o, incluso si lo hizo, todavía hace falta una acción de las que en narrativa llaman declinante, es decir, un capítulo final de calma posterior al climax que nos reintegre cierto equilibrio.

Pero estamos borrachos: nuestra paciencia, por no hablar de nuestra capacidad de concentración, se ha visto drásticamente reducida. Si bien guardamos de él un grato recuerdo, el libro de todas las noches deberá esperar hasta mañana. No resistimos la exigencia de una trama y aun si hiciéramos el esfuerzo y nos involucráramos en ella, deberíamos leer la próxima vez todo lo correspondiente a la sesión de borrachera. Primera lección, entonces: no comenzar ni seguir adelante con largos hilos narrativos de los que quizá entendamos muy poco y recordemos aún menos.

Nada que continúe un planteo anterior ni que se proyecte hacia nuevas formulaciones: nuestra lectura deberá entrar y salir con rapidez pero no por ello dejar en nosotros la sensación de retirarnos con las manos vacías, con gusto a poco. El fragmento, dirán algunos, pero nosotros, aunque borrachos, entendemos de inmediato que solo en su apariencia de islote hay en él autonomía, y el ejercicio de vincularlo a un cuerpo flotante que lo excede se nos vuelve infernal. Esto por no hablar del sustrato en general filosófico del fragmento: en nuestro estado actual, se nos escapan las sutilezas y no porque el alcohol hayas nublado nuestro entendimiento sino porque lo ha dividido. La filosofía nos empuja a un sinfín de derivas y derivados y, como resultado, somos incapaces de ir más allá de la primera oración o de la primera palabra. Segunda lección: nada de filosofía.

Brevedad, consición, fuerza: a esta altura damos con la gran aspiración del lector borracho: el libro de una sola página. Uno que empiece y termine casi en el lugar, pero cuya intensidad nos deje vaciados y levemente suspendidos, como en general ocurre al terminar otros libros, si es que son buenos.

¿Dónde encontrar un libro de este tipo? No en las librerías, seguramente, pero no por un problema de existencia sino por uno de novedad. Reluciente como se nos presenta un libro nuevo, con ese brillo y ese olor que en momentos de sobriedad nos magnetiza, ahora nos preocupa. No estamos preparados para un encuentro semejante porque no queremos dejar en ese libro, que además de nuevo quizá sea bueno, la marca de una primera mala impresión. Tercera lección: la lectura borracha es una relectura.

Tomados los recuados del caso, estamos listos para aventurar el contenido de este libro breve y potente: como decía Girri, no la poesía (que es indefinible) sino el poema (que identificable). Y descartado el poema abstracto o filosófico, nos queda el poema narrativo al que aquí llamaremos episódico. Un episodio, por lo general mínimo, que entraña en sí, en su correlato, un momento de verdad de esos que entusiasman tanto a los borrachos.

Antes de pasar a mi libro preferido de una página, quiero contar que su autor, Juan Manuel Inchauspe, bebía a montones, un hábito solo comparable con su inmensa cultura como lector. En trances de soledad y desesperación, épocas en las que iba de acá para allá entre casas de amigos y pensiones, Inchauspe nunca se separó del baúl de mimbre donde llevaba sus libros, como una babosa metida en su caracol: tenía la idea de que la casa de un poeta, la suya propia, estaba ahí donde estaba su biblioteca.

Una cosa más quiero agregar, que a su vez me contó una amiga en común y que considero la escena mítica de la lectura borracha. Al parecer, Inchauspe, que se levantaba muy temprano para leer y así encontrar un hilo que lo devolviera al mundo, empezaba muchas de sus mañanas leyendo a Dylan Thomas en el original, porque en sus vagabundeos había perdido el volumen de Corregidor con la traducción de Elizabeth Azcona Cranwell. Y, aunque no supiera una palabra de inglés, lloraba en silencio frente a ese libro extraño que sin embargo conocía, prueba de que la lectura toca en nosotros algo nuevo que ya estaba ahí.

Bien, acá va, mi libro preferido de una página. Se titula "Trabajo nocturno" y dice así:

 

Temprano

esta mañana

encontré en el patio de casa

el cuerpo de una enorme rata

inmóvil.

Moscas de alas tornasoladas

zumbaban alrededor del cadáver

y se apretaban en los orificios de unas heridas

que habían sido sin duda mortales.

Con bastante asco

la alcé con la pala y la enterré

en un rincón alejado

del jardín.

Al volverme

desde el matorral de hortensias florecidas

emergió mi gata dócil

desperezándose.

Su brillante pelaje estaba todavía

erizado por la electricidad de la noche.

Me miró

y después comenzó a seguirme

maullando suavemente

pidiéndome -como todas las mañanas-

su tazón de leche fresca

y pura.

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