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Entrevistas

Federico Falco: “El cuento te pide una entrega total”

Foto: Ruth Guzmán

El escritor cordobés participará del Laboratorio Filba con el taller “Anatomía de un cuento”, cuyas inscripciones ya están abiertas.




Por Valeria Tentoni


  

Nacido en General Cabrera, Córdoba, en 1977, Federico Falco ha publicado los libros de cuentos 222 patitos, La hora de los monos y Un cementerio perfecto. También el libro de poemas Made in China y las novelas Cielos de Córdoba y Los llanos, finalista del Premio Herralde de Novela y ganadora del Premio Fundación Medifé-Filba. Sus libros se han traducido al inglés, francés, portugués, holandés, sueco e italiano, y en esta temporada fría el Laboratorio Filba tendrá el honor de contar con su presencia como docente. 

El taller “Anatomía de un cuento” se realizará por zoom y la idea es "desarmar" un cuento y remontar su proceso de escritura para ver cómo funciona y cómo se llegó a su versión final, qué mecanismos narrativos se pusieron en juego, cómo se eligió la voz narradora, que accidentes, errores o derivas colaboraron para encontrar la forma definitiva, qué ideas o intenciones había antes de sentarse de escribir y cuáles finalmente lograron concretarse en papel. En esta ocasión analizaremos el proceso de escritura del cuento "Las liebres", de Un cementerio perfecto (Eterna Cadencia Editora). 


 

En el taller que se aproxima se trabajará sobre tu cuento "Las liebres". ¿Qué podés decirnos de la aparición de la idea para ese relato, cómo se te ocurrió? ¿A partir de qué elementos suelen aparecer las historias en tu caso? 

Como suele pasarme, "Las liebres" surgió de un desvío, una tangente. Estaba escribiendo un cuento largo, con cierto aliento de nouvelle, sobre tres ancianas, muy amigas entre sí y, al mismo tiempo, con una de esas amistades llena de rencores y cosas no dichas y críticas veladas. En algún momento, una de ellas se obsesionaba con unas luces que veía o creía ver algunas noches en las montañas frente a su pueblo, y empezaba a tener una especie de teoría o sospecha un tanto delirante: hay alguien viviendo ahí, en la montaña. Las otras dos, por supuesto, creían que había perdido la cabeza. Trabajé mucho tiempo sobre esa historia, sin terminar de encontrarle la vuelta. En algún momento, un tanto bloqueado y sin saber por dónde seguir, decidí intentar cambiar el punto de vista. ¿Y qué pasa si de verdad hay alguien viviendo en la montaña? ¿Cómo sería narrar desde ese punto de vista? Y ahí apareció el ermitaño. A partir de ese momento, todo fue muy rápido. Las tres ancianas me dejaron de interesar por completo y la historia pasó a ser otra, la del rey de las liebres.  

En mi proceso de escritura, es algo bastante usual: creer que estoy escribiendo una historia y, en algún momento, darme cuenta de que toda esa escritura no fue más que una manera de llegar, o de por fin encontrar, esa otra historia -que, de alguna manera misteriosa, es la historia que realmente quería contar- pero que nunca se me hubiera ocurrido en primera instancia.  

No siempre sucede de esta manera, a veces es el encuentro con una persona, o una anécdota que alguien te cuenta, una imagen, lo que dispara la escritura, pero con el tiempo aprendí a no aferrarme demasiado a esos puntapiés iniciales: a veces llegan a buen puerto y a veces no son más que transportadores hacia otra historia en principio para mí imposible de imaginar.  

El cuento es un género en el que has invertido mucho de tu escritura, ¿qué te atrae de él? ¿Por qué te convoca y qué diferencias te propone con respecto a la novela? 

Me gusta leer cuentos, eso es lo primero que diría. Hay algo en mí que es bastante afín a esa extensión breve o semibreve, tanto desde la lectura como desde la escritura. Un cuento te propone todo un universo en treinta páginas, es una inmersión intensa en otro mundo, con sus propios conflictos, sus propias reglas. Me gusta esa intensidad y esa concentración. Cuando leo libros de cuentos, voy despacio. Si no son demasiado breves, trato de no leer más de uno por día, dejar cierto espacio temporal y vital entre uno y otro. Como lector, siento que el cuento requiere de mí una entrega total, pero por un período corto, y después te suelta, y deja que sigas con tu vida y de tanto en tanto, si el cuento es bueno, te vuelve en forma de imágenes, de frases, de sensaciones de esa lectura intensa, que se te va entremezclando con tu vida.  

Es un lugar común, pero un cuento es más una relación de fin de semana que una convivencia diaria. Y a la hora de escribirlo siento algo parecido: el cuento te pide entrega total, pero por tres, cuatro, cinco semanas. Después, ya está. La novela, en cambio, requiere otro tipo de compromiso: un compromiso más largo y al mismo tiempo, con otro tipo de entrega. En general, cuando escribo cuentos, siento que más o menos retengo cierto control sobre las formas, hay una estructura que puedo ver, un cierto mapa a seguir. Con la novela, en cambio, es más estar en la niebla y seguir, seguir, seguir, y por momentos se hace un claro, pero después vuelve la niebla. En algún momento se ordena, se hace un clic, cae la ficha, entendés qué estuviste haciendo, pero siento que es algo que sucede más a pesar de uno que gracias a uno.  

¿Qué cuentistas fueron referentes para vos cuando comenzabas a escribir, y qué cuentistas has descubierto últimamente? 

Carver y el Richard Ford de "Rock Spring", Salinger, Hemingway, Chejov, son todos cuentistas que leí mucho en la época que empecé a escribir mis primeros libros. También Antonio Di Benedetto (en una antología llamada El juicio de dios, de Ediciones Oriol), Felisberto Hernández. Un poco después, Flannery O'Connor y John Cheever, los Cuentos del país del humo, de Sara Gallardo, Daniel Moyano, Fogwill, Hebe Uhart, Julio Ramón Ribeyro, Bolaño. Antes, en la adolescencia, mucho Cortázar y Borges, Quiroga, Edgar Allan Poe.  

Todo el tiempo leo cuentistas más o menos nuevos, un poco porque lo disfruto y otro poco por mi trabajo en la colección de libros de cuentos de Chai Editora. Con un poco de suerte, a los que más me gustan podemos publicarlos ahí. Deborah Eisenberg, por ejemplo, que fue un descubrimiento de ya hace un montón de años, o Ann Beattie, Donald Antrim. Un descubrimiento más reciente son los cuentos de Caroline Blackwood, que me encantan. Ahora estoy leyendo unos cuentos de Amina Cain que publicó Fiordo que son muy buenos. Los cuentos de Kij Johnson que publicó China el año pasado también, son buenísimos.  

¿Qué dirías que tiene que tener un cuento para lograr su cometido? 

Un cuento puede ser muchas cosas, tener mil formas, hibridarse, ser un poco cuento-poema, un poco cuento-ensayo, un poco cuento-novela, o todo eso junto. Ahora, ¿un cuento tiene cometido? ¿Todos los cuentos tienen que tenerlo? En todo caso, yo, como lector, busco que me atrapen, me deslumbren, (ya sea por su profundidad emocional, por su osadía formal, o por su simpleza, o por su belleza, o por la capacidad de poner ciertas cosas en palabras, o por la capacidad de decir en las entrelíneas). Que me extraigan un poco de mi propio mundo y me trasladen a otro, eso le pediría. En resumen, que me entretengan. 

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