Escribir es como autoflagelarse
Leer, tipear y todo lo que hay en el medio
Miércoles 05 de setiembre de 2018
"Escribir es bajar a un pozo con una soga alrededor de la cintura y un casco con linterna, mientras que leer es recibir señales telepáticas de otro mundo y tratar de traducirlas al nuestro". Una nueva entrega de las columnas de Luciano Lamberti.
Por Luciano Lamberti.
Escribir es como autoflagelarse, y leer es como coger, piensa el hombre casado mientras compra un kilo de milanesas de pollo en el negocio de su barrio.
Escribir, piensa, mientras la mujer (una señora mayor muy amable) pasa las pechugas por el huevo y las aplasta contra el pan, es bajar a un pozo con una soga alrededor de la cintura y un casco con linterna, mientras que leer es recibir señales telepáticas de otro mundo y tratar de traducirlas al nuestro.
Se lee de acostado, piensa el hombre casado mientras tira un chorro de aceite en una fuente y prende el horno. Se lee como quien flota en el agua, no precisamente del mar, sino más bien de una pileta o de un río no muy torrentoso que te arrastra dulcemente hacia lugares desconocidos donde medran los sauces, piensa el hombre casado mientras prende la sartén y corta unas cebollas y un pimiento rojo en tiras muy finas.
Se escribe de sentado, o más bien en cuclillas, piensa, ahora que tiró la cebolla y el pimiento a un wok, y los está revolviendo para que no se peguen. Se escribe así porque favorece la autoflagelación y la posterior observación del monstruoso bebé que viene engendrando hace meses, y que se arrastra gimiendo por el piso pidiendo que algún alma caritativa le haga el favor de matarlo de una buena vez, porque el dolor es muy grande.
Se lee el niño más o menos atlético a que se ha conseguido mediante infinitas dolorosas cirugías, y que más o menos bien puede articular algunas palabras, piensa el hombre casado mientras da vuelta las milanesas y les tira pedazos de queso y las tiras de cebolla y de pimiento rojo frito. Lo que el escritor talla minuciosamente palabra por palabra, como si de una puta escena en miniatura de madera se tratase, el lector lo recorrerá irresponsablemente, piensa el hombre casado, sin prestarle atención a nada, a la ligera, descifrando las señales telepáticas de otro mundo con morosidad y ensueño.
Escribir es como escuchar una voz más bien sicótica, piensa el hombre casado mientras le da un primer bocado a la milanesa. Una vez que una vez suelta ya no se calla. La voz del lunático en el lado oscuro de la luna. Escribir es tratar de oír, entre las otras voces y los otros ruidos del mundo, la voz de ese lunático que a veces grita y a veces habla tan bajito que es imposible escucharlo, y traducirlo a cualquier idioma de los que se encuentran disponibles.
Me salió impresionante esta milanesa, piensa el hombre casado. Y también: leer es como comer esta milanesa. No necesita análisis, ni mucho pensamiento. Aunque pensándolo bien, la escritura, si el lunático habla lo suficientemente claro, también es como comer esta milanesa: se hace más bien sola. Es decir: una vez que uno junta los ingredientes necesarios, en la medida necesaria. No, escribir no es como comer una milanesa.
Se parece más bien a lavar los platos, los cubiertos, la sartén, la fuente, piensa el hombre casado, mientras hace eso. Escribir es lavar montañas de platos y leer es tirarse en un sillón a hacer la digestión. Leer es la siesta después de almorzar, abandonarse en canoa, mirando más bien hacia el cielo, por la corriente de ese río que invariablemente desemboca en una zona cubierta de sauces, mientras que escribir es estar haciendo surgir de la nada el río, la canoa, el cielo y las ramas flexibles que caen sobre el río, incluso las hojas y las nervaduras de esas hojas, y su olor, por si al lector se le ocurre la peregrina idea de estirar la mano, agarrar una y llevársela a la nariz.