Escándalo sexual: enterate de lo que pasó en la trastienda de la Feria del Libro
Por Martín Kohan
Lunes 06 de junio de 2022
Una nueva columna del autor de Fuga de materiales.
Por Martín Kohan.
Abundaba, hasta hace un tiempo, en diarios y en revistas, un subgénero del reportaje que se resolvía del siguiente modo: una foto de la entrevistada (pues se trataba casi siempre de una mujer, de una actriz o una modelo) semidesnuda y en pose “sugerente” (la convención propendía a esta variante: de espaldas y alzando el traste), combinada con un título de pretendida profundidad (del tipo: “A veces pienso en la muerte”, “Me interesa la vida interior”). El texto de la nota no importaba, acaso nadie lo leyera; el asunto se jugaba entero en el contraste remarcado entre la imagen que se daba a ver (preferentemente un culo) y la frase con que se titulaba (resonancias de filosofía, de lo que se supone filosofía). El efecto podía ser hilarante o erótico, según los gustos de cada cual (el choque de lo dispar tiende a producir un efecto cómico, pero hay a su vez quienes se excitan con la combinación disonante de intelectualismo y carne).
Esa práctica fue declinando en la prensa, yo creo que para bien.
Entretanto, según parece, ha ido surgiendo otra, que es distinta en lo sustancial pero se asemeja en su dispositivo. Consiste en lo siguiente: reportear a un escritor o una escritora, ilustrar la nota con una foto que los muestra reflexivos, titularla con una frase que acaso dijeron pero que, aislada o retocada, separada de la pregunta a la que daba respuesta o amputada de la secuencia de sentido en la que funcionaba, luce absurda, disparatada, torpe, falsa. En la imagen puede haber un gesto adusto o bien el recurso habitual de la biblioteca haciendo las veces de guardaespaldas; mientras en el título, desgajado y hueco, las palabras se banalizan. De nuevo un efecto de contraste buscado por cierto periodismo, aunque ahora lo “serio” se inscribe en la foto y lo “superfluo” y lo “provocativo” se inscriben en el título. Impera ese truco torpe al que se denomina clickbait, pero lo usual es que la nota como tal quede de lado, lo usual es que no se la lea. Si se la leyera lo más probable es que la frase del título recobrara sentido, lo más probable es que no luciera ridícula. De todos modos, como no leer es una inclinación muy de la época (no leer y más que eso: despacharse categóricamente sobre aquello que no se leyó) y como no son pocos los resentidos que precisan descargar sus rencores con urgencia, el recurso periodístico funciona en última instancia miserablemente bien.
Las modelos corrían con ventaja: más seguras, más prescindentes, sabían salir airosas de esta clase de situación.
Los escritores quedan en cambio más expuestos cuando se les quita lo único que da sentido a su tarea: la lectura.
Cabe agregar por otra parte a César Aira, que se cansó de todo esto y desde hace tiempo ya no da más entrevistas.