Elaine Vilar Madruga: “La poesía nos pone frente a los dolores de lo humano”

Viernes 06 de junio de 2025
La autora nacida en La Habana llega a librerías argentinas gracias a La Pollera y Concreto Editorial.
Por Valeria Tentoni.
Nacida en La Habana en 1989, Elaine Vilar Madruga es narradora, dramaturga y poeta. Sus libros aterrizaron en Argentina gracias a la editorial chilena La pollera, que publicó su novela Salomé, y Concreto Editorial, que se encargó de su poesía con Las tarántulas.
Considerada una de las voces literarias más destacadas de Cuba y el Caribe, ha recibido numerosos reconocimientos internacionales. La tiranía de las moscas, por ejemplo, Premio Cálamo al Libro del Año, fue nominada al Premio Finestres de Narrativa en 2021. El cielo de la selva recibió el Premio Nollegiu a la Mejor Novela del Año en Español en 2023.
Tras trabajar la escritura de novelas dentro del registro del realismo, en Salomé te volcaste a la ciencia ficción. ¿Qué podés decirnos del tránsito de un género al otro, y por qué quisiste internarte en ella?
El camino, de hecho, transcurrió al revés: empecé escribiendo novelas con un corte más fantástico y luego mi literatura dio un viraje hacia textos mestizos, que no califico de realistas porque, aunque de alguna manera chocan contra las paredes conflictuales de lo real, siempre aparece un elemento mágico en ellos que rompe con la convención de lo típico. Salomé es una novela que escribí en el 2010 y que se publicó en el 2013 en Cuba, y unos pocos años después en Chile, con La Pollera, así que es un libro que ya tiene su tiempo sobre la piel. La verdad es que me parece fascinante que un texto adquiera nueva vida y sea advertido por nuevas lectoras a lo largo del mundo, porque demuestra que su escritura aún continúa viva y tiene cosas por contar.
Siempre me he sentido muy cómoda en la literatura no mimética. Es mi lenguaje esencial para comunicarme con lo real y para interpretar, por qué no, esa misma realidad que se desenvuelve ante mis ojos. Me permite aprovechar los tejidos de lo simbólico y las metáforas en su máxima eclosión, me deja jugar con los hilos cíclicos de lo histórico y conversar de temas tan urgentes como las violencias patriarcales, el poder, el cuerpo y sus libertades, el cuerpo y sus opresiones, el erotismo, la inutilidad de la guerra o el extractivismo. De hecho, no he abandonado del todo la ciencia ficción, aunque sí creo que en los cinco últimos años me he centrado en la escritura de textos que están más próximos al realismo mágico o al terror (con cuatro novelas que califico como tetralogía: La tiranía de las moscas, Las cavidades, El cielo de la selva y La piel hembra), aunque siempre pensando que los géneros son como un tapiz donde un hilo se une a otro hilo para existir, y que no existe una literatura “purasangre”, sino que todo se encuentra mezclado y unido. Esa mezcla es mi lugar feliz.
¿Cómo fue el proceso de escritura de Salomé y por qué decidiste trabajar de modo coral? ¿Qué te permitió hacerlo así?
Las novelas corales siempre me han llamado la atención, obvio que como creadora, pero también como lectora. Son espacios neutros, no polarizados, donde la verdad de un personaje no es más valiosa que la de otro personaje, sino un punto de vista más que exige contrastación y análisis riguroso, tanto dentro de la propia realidad del texto como en el papel activo de los lectores, que tendrán que interpretar y reaccionar ante esas realidades que el texto muestra para decidir si son verdaderas o no. Esos múltiples puntos de vista siempre me han fascinado, porque exigen a los lectores que sea cocreadores del libro, que entren dentro de él, que toquen sus fibras más íntimas, sus latidos más secretos. No confiar en verdades unívocas y absolutas es una lección importante para la humanidad toda, y en la literatura me gusta tentar a los lectores sobre la posibilidad del debate, de la elección y de la crítica políticos.
Uno de los temas más profundos de Salomé es el de dios, o los dioses; lo sagrado en este sistema de mundos desconocido. ¿Cómo trabajaste este aspecto? ¿Por qué decidiste internarte en esa pregunta?
Es una pregunta que nos acompaña, a los seres humanos, desde nuestros orígenes y se ha convertido, con el paso del tiempo, en parte del debate filosófico sobre los orígenes de nuestra existencia. De hecho, es una pregunta que he intentado responder en cada uno de mis libros, solo que a veces esta se avista de forma más clara o más urgente y en otros casos se manifiesta con cierto grado de sutileza, pero la pregunta sobre nuestros orígenes me preocupa, me espanta a veces, y me busca siempre, de un tejido al otro de mis procesos creativos. Es muy interesante atender cómo, a lo largo de la historia, el concepto dios se ha ido retorciendo hasta el punto de muchas veces ser ya una aberración, y cómo esto ha permitido que grandes crímenes —pasados y presentes, seguramente también en el futuro, aunque ojalá me equivoque— se cometan en nombre de una divinidad, y que los grandes horrores de lo humano se justifiquen bajo la bandera de un dios. Un dios que puede ser simbólico, pero también algo tan físico y mundano como las tecnologías, el petróleo, las tierras, el dinero, las ideologías políticas, o una figura totalitarista, o simplemente un sistema de creencias.
Otra de las cuestiones interesantes de Salomé es la del dinero. “¡Véndemela! ¿Cuál es su precio?”, exclama uno de sus personajes. Diseñaste un futuro en el que la maldición del dinero sigue siendo un factor estable, ¿cómo lo pensaste? También las guerras…
La verdad es que algún día quisiera escribir una utopía o un texto feliz, pero me son esquivos, no me parece justo hablar de un mundo idílico cuando lo que tenemos ante nuestros ojos es una humanidad cuyos límites civilizatorios cada día se difuminan más. En ese compromiso con la realidad, a una como autora le corresponde tocar las miasmas de lo humano, entrar en esa oscuridad, porque solo desde allí se puede contar con verdad y no con fabulación, solo desde allí uno entiende verdaderamente el compromiso de lo literario. En Salomé —a pesar de que habla de una sociedad futura—, los males de la humanidad siguen igual de vivos que ahora. Por ejemplo, si me preguntaras sobre qué trata la novela, te diría que es un libro que habla sobre la trata de mujeres y sobre cómo la indefensión programada que durante generaciones nos han inculcado se convierte de repente en una herramienta de sobrevivencia y de furia silenciosa…
Finalmente, en Salomé también se piensa lo monstruoso. ¿Cómo pensaste a Salomé?
Como una sobreviviente y como un espejo de lo que porta el alma de cada uno de los personajes. Salomé solo les devuelve el reflejo de sus propias monstruosidades. Entonces, sí, es un personaje terrible, porque la humanidad a su alrededor resulta también serlo.
Pasando a los poemas de Las tarántulas, se habla de “la belleza de lo macabro, lo pútrido y lo animal”. ¿Cómo pensás ese tridente y por qué la poesía es buen vehículo para explorarlo?
Cada uno de mis libros de poesía es un cierre de ciclo, una fotografía de un momento de mi vida, un mecanismo en el que puedo contemplarme. La poesía siempre te devuelve una imagen de ti misma y de tu mundo, y por eso es siempre vehículo de lo humano y, diría más, lenguaje esencial de lo humano. A mi poemario Las tarántulas lo defino como un autorretrato de mis miedos, de mis obsesiones y de mis oscuridades, un espacio en libertad, y a veces también es un poco grito, porque hay cosas que una cuenta, pero el contar no es suficiente, así que es preciso alzar la voz y aullar.
“Qué es el mundo”, se pregunta un poema. ¿Creés que la poesía es un remedio o un veneno ante esa pregunta? ¿Escribir poemas serena o intranquiliza una visión del mundo?
Las dos cosas: veneno y antídoto. La poesía nos pone frente a los dolores de lo humano, en sus espacios íntimos y públicos, en lo privado y lo colectivo, y nos obliga a contemplar y a tomar partido ante la realidad. Ese es un acto político valiosísimo, y una lección que solo la poesía enseña. Cuando se viaja por un libro de poesía, una debe ir lista para recibir una mordida de tarántula y luego para ser acariciada por cada una de sus patitas, una debe estar dispuesta a entrar al agujero y a salir de él. No conozco acto poético que no entrañe dolor y, a la vez, júbilo.
Creo que el acto de escribir y leer poesía es diferente para cada uno de nosotros, y que no hay respuesta posible que pretenda una definición inmóvil (pretenderlo, de hecho, ya me parece un exceso) de lo que la poesía provoca en nosotros. En mi experiencia, escribo poesía solo cuando siento que hay algo urgente en el mundo que debo retratar, y cuando ya he agotado otros lenguajes (por ejemplo, la narrativa o la dramaturgia). Si luego de haber pasado por los tejidos narrativos y dramatúrgicos existe un tema, una preocupación, una obsesión que aún me persigue, entonces me doy cuenta de que en verdad este es una columna vertebral de sentido y que vale la pena que intente construir algo desde lo poético. Entonces voy y lo intento como mejor sé, equivocándome muchas veces, seguro, porque la literatura es siempre aprendizaje. En cualquier caso, escribir poemas para mí es la última frontera en la que busco reflejar, detrás de la apariencia de un lenguaje definitivo, lo que realmente me estremece. Dolor y júbilo.

En “Una visión general de las mujeres poetas” se adivina un linaje, pero, ¿podrías contarnos qué poetas han sido referentes o todavía lo son para vos?
En el cuarto sagrado de la memoria sensible me acompañan Anne Carson, Sylvia Plath, Alejandra Pizarnik, Lina de Feria, Gabriela Mistral, Dulce María Loynaz, Ida Vitale, Cristina Peri Rossi, Gabriela Mistral, Margaret Atwood.
Por último, ¿qué podés contarnos del ecosistema literario cubano, de las editoriales y los escritores y escritoras que allí residen? ¿Querrías dejar recomendadas algunas lecturas cubanas contemporáneas?
Es un ecosistema migrante, porque la Cuba viva de la escritura no solo se encuentra radicada en la isla, sino que se ha diseminado a lo largo del mundo en la misma medida en que las múltiples oleadas migratorias en la historia reciente de mi país se han llevado a algunos de nuestros más grandes creadores allende otras tierras. Esto se dice fácil, pero es una sangría cultural tremenda, es una pérdida irreparable para la identidad cultural de una nación. No obstante, esas autoras y esos autores siguen siendo parte de la cultura cubana, de su literatura y de su producción. De las editoriales radicadas en la isla, recomendaría con los ojos cerrados a Ediciones La Luz, que tiene una curaduría editorial increíble en todos los sentidos posibles. Autoras y autores radicados en la isla: Jamila Medina, Martha Acosta, Rafael de Águila, Malena Salazar, Roberto Viña, Yadira Álvarez Betancourt, Martha Hernández Cadenas, Michel Encinosa Fú, Agnieska Hernández, Yerandy Fleites, Leonardo Padura, Enrique Pérez Díaz, Lina de Feria. Autoras y autores en la diáspora: Yosie Crespo, Legna Rodríguez Iglesias, José Kozer, Amir Valle, Eduardo Herrera Baullosa, Evelio Traba, Abel González Melo, Daína Chaviano. Seguro se me pasan muchos nombres, lo cierto es que la Cuba literaria —dentro y fuera de la isla— tiene una vida increíble y muchísima fortaleza.