Columnas

El vértigo de la miniatura

Smith trabajando en una maqueta
Piglia, Borges
A partir del Elgin Park, esa proeza a escala del estadounidense Michael Paul Smith, Hax aprovecha para pasear por Björk y el Aleph, entre muchas otras cosas: barrios en la maqueta de un infinito que apenas podemos intuir con esa tecnología a prueba de toda obsolescencia que es la imaginación.

Por Andrés Hax.

1.

El paso de la cultura analógica a la digital aun está en pleno curso y nosotros quizás ni siquiera lleguemos a presenciar su culminación, por más que ya veamos claramente un sinfín de sus efectos en la organización de la sociedad y la imaginación humana –algunos maravillosos y otros ruinosos–. Una pérdida que pareciera menor pero no debe serlo (futuras investigaciones psicológicas, sociológicas y demás nos dirán) reside en la transformación de dispositivos cuya función principal es crear una memoria externa del pasaje del tiempo, de la experiencia de estar vivo: las cámaras fotográficas y cinematográficas, las máquinas de escribir, las radios, las grabadoras de audio, las proyectoras de dispositivos y películas, las calculadoras. 

Cada uno de estos objetos, además de cumplir con su tarea específica, funcionaba como un cuarto oculto, un teatro secreto y un misterio escalofriante al ser contemplado por la lógica de una criatura. Dentro de la Pentax K1000 de tu padre había un mundo secreto. En la radio también. Intuías perfectamente las leyes ópticas y el ingenio técnico que hacía funcionar un proyector de película Super-8, pero cuando veías esa máquina inerte, a luz de día, tal vez guardada en una caja en el placard, debajo de las escaleras, sabías también que era un objeto mágico.

Hay un video de Björk, de 1988, explicando cómo funciona su televisor. Björk es una artista. Hay pocos. Entre otras cosas esto significa que retiene, como con un sexto sentido, la mirada de una niña. Puede observar el mundo a través de este sentido atávico, recurriendo en simultáneo a su intelecto e inteligencia adulta.  

Uno de los llamados "teléfonos inteligentes" de hoy (en realidad es un caballo de Troya cuya única función relevante es la del rastreo y vigilancia) ha destruido mundos secretos. Un tecno-optimista nos diría que un dispositivo que entra en tu bolsillo y que funciona como todos los aparatos que ya hemos nombrado y decenas más, solo puede ser visto con asombro y gratitud. Mentira. Es el diablo que está en tu bolsillo. 

El diablo cela por tu imaginación. Te la quiere destruir porque es la única vía posible a la eternidad que –como no existe– la tenemos que imaginar.

 

2.

Hay una anécdota que reaparece en la obra de Ricardo Piglia. En El último lector el capítulo dedicado a ella comienza así: 

Varias veces me hablaron del hombre que en una casa del barrio de Flores esconde la réplica de una ciudad en la que trabaja desde hace años. La ha construido con materiales mínimos y en una escala tan reducida que podemos verla de una sola vez, próxima y múltiple y como distante en la suave claridad del alba

El modelo de Buenos Aires es exacto pero “no es un mapa, ni una maqueta” sino “una máquina sinóptica” en la cual toda la ciudad es “reducida a su esencia.” El creador –un fotógrafo llamado Russell– está loco, porque “cree que la ciudad real depende de su replica” y no al inverso. Solo se puede visitar de a uno y, por eso, el acto de verla se asemeja a la lectura. 

En otra versión, titulada Pequeño proyecto de una ciudad futura, Piglia explica que la ciudad en miniatura es también como una moneda: 

La moneda griega es un modelo en escala de toda una economía y de toda una civilización ya la vez es sólo una pieza de metal que brilla al atardecer en la transparencia del agua.

Este Buenos Aires en miniatura en un cuarto en un barrio de Flores tiene un parentesco con el Aleph que, según Borges, se encontraba debajo de una escalera en el sótano de una vieja casa de la calle Garay. Allí, en un punto fijo giratorio, flotando en el espacio, se puede ver todo lo que existe, existió y existirá en el cosmos, a la vez. 

Así empieza la descripción del fenómeno:

"En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo…"

La maqueta de Buenos Aires en la casa de Flores de Piglia y el punto sinóptico del universo de la casa de la calle Garay de Borges tienen muchas cosas en común. A los fines de esta nota, por ejemplo: el asombro que provoca una miniatura. Es el mismo asombro con cual Björk mira las entrañas de su televisión. 

 

3.

Estos mundos se siguen generando. Piglia podría hoy escribir: "Varias veces me han hablado de un hombre en una vieja casa en el barrio de Winchester en las afueras de Boston…"

Se trata de Michael Paul Smith quien ha creado un mundo imaginario llamado Elgin Park. No vamos a embarrarles el asombro de su creación. Solo diremos que este hombre, injustamente considerado más bien un excéntrico que un artista, continua un linaje de creación de artistas estadounidenses que incluye Emily Dickinson, Marianne Moore, Joseph Cornell, Andrew Wyeth, Edward Hopper, Raymond Carver, los Hermanos Quay y los millares de artistas folk desde la era colonial hasta hoy mismo.

Los dejamos con links a la obra de Michael Paul Smith y videos sobre ella, para  encontrar universos vivos dentro de miniaturas artificiales.

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