El Quijote personal
Por Silvia Hopenhayn
Lunes 20 de febrero de 2017
Silvia Hopenhayn inaugura una nueva sección del blog, en la que invitamos a compartir la historia del libro más querido de la biblioteca de cada quien. Arranca con El Quijote, un pasaje directo a la memoria de su padre.
Por Silvia Hopenhayn.
Guardo El Quijote en mi memoria como un pasaje de vida. Pasaje en varios sentidos… Un momento de vida, un pasaje de la vida, y un verdadero pasaje, de los que se adquieren para viajar a tierras desconocidas, un ticket to ride.
El primer pasaje es el de la infancia. Mi padre contándome un capítulo del Quijote para que me durmiera casi todas las noches (a veces leyendo, otras a lo Pierre Menard). Me divertían las aventuras, pero sobre todo las palabras que usaba, un torbellino de palabras nuevas que parecían tener forma y consistencia: gorditas o blandas, quisquillosas, plácidas o desmesuradas. En aquel tiempo no sabía nada de Cervantes, tampoco que su historia había cambiado por completo la noción de literatura, que era la puerta de entrada a la novela moderna, que era una delicia de la lengua, y la posibilidad de inventar la vida (y recién ahora imagino una parábola que comienza con El Quijote y culmina con la novela de Macedonio Fernández, Museo de la Novela de la Eterna).
Fui conociendo Quijotes (algunos reales, otros personajes reasumidos, como Cándido de Voltaire); también recibiendo ediciones preciosas. Las más cercanas: la de mi padre, en 5 tomos, de 1965, editorial Codex, bajo la dirección de José Aguilar, y de la que se desprendió Federico Jeanmaire, peleando contra su afán coleccionista, de 1831, en diminutos tomos que huelen a tiempos remotos (un regalo del tamaño de mis manos que siempre le agradeceré). Y en mis varios –nada vanos- intentos de contagiar la vitalidad de esta novela en mis talleres de lectura, tengo muy cerca y subrayada la edición conmemorativa de la Real Academia Española.
Ya el comienzo del Quijote es un llamado de atención sobre este mundo. Simplemente porque Cervantes se dirige al “desocupado lector”. La vida es invención de palabras, y hay que tener espacio para crearla.
La historia de mi padre también es un recorrido audaz y de palabras. No la referiré aquí, pero sí su desenlace, su propio ticket tu ride. Así como Alonso Quijano, el “verdadero” personaje de la novela de Cervantes, cuando está al borde de su muerte, se inventa la vida como “Don Quijote de la Mancha”, imagino que mi padre se inventó su muerte. Habiéndome contado de niña esa historia, los últimos días de su vida siguió releyéndolo, y así lo encontramos, con El Quijote en su regazo, despidiéndose con una sonrisa eterna.
Guardo El Quijote en mi biblioteca como uno de los más hermosos paisajes de vida.