Prólogos

El caso de la pobre Jenny

El cuerpo: un ensayo

"Boully empuja al lector a ser receptivo, empático, entrar en una corriente de atención, como si fuera un detective analizando pistas". Este es el primero de dos libros con traducción en Zindo & Gafuri (en 2018 traerá one love affair) de la escritora nacida en Tailandia que vive actualmente en Chicago y enseña Escritura Creativa.

Por Mercedes Mac Donnell.

Así como se delinea con tiza blanca el exacto lugar que ocupa un cadáver en la escena del crimen, las páginas invadidas por el vacío de este libro de poemas cuyo subtítulo se enuncia como ensayo, son contundentes: existe un texto, un cuerpo, un poema. O existió, tal como lo evidencian la multitud de notas al pie de página que lo comentan con sumo detalle como si el libro realmente tuviese un cuerpo de texto concreto, visible, real, y no uno invisible, escondido, esfumado. Como el cuadrado blanco de Malevich o el 4'33" de Cage, el primer libro de poemas de Jenny Boully (nacida en Tailandia en 1976), sorprende primero y luego -si uno es el lector que estas páginas esperan, como decía Borges- establece una suerte de conexión nueva y única con cada lector. El Cuerpo (un ensayo) es un libro caótico, descentrado, inesperadamente erudito, ferozmente introspectivo, que desplaza al lector al espacio más subterráneo de la página y lo mantiene ahí, en los bordes y los márgenes, casi como si se tratara de una broma. La correlatividad y la disparidad de las notas, junto a la lectura inevitablemente subjetiva de cada lector, impiden que la obra se defina como algo cerrado. Pero se trata de una expectativa irreal. El Cuerpo (un ensayo) es un libro que no existe, que nunca podría conocerse del todo. Lo único que queda de él son apuntes, pistas, señales, huellas, indicios, referencias de ese cuerpo de texto. Todo minuciosamente exhibido bajo la mirada del lector: como si la poeta hubiera dado vuelta su cartera encima de la mesa, para mostrarnos todo lo que tiene, todo lo que queda del libro: pensamientos dispersos, citas eruditas, fragmentos de diarios íntimos, numerosas cartas, instrucciones, listas, relatos de sueños, anécdotas infantiles, memorias traumáticas, trozos de conversaciones, postales, textos literarios y filosóficos. Todo está a la vista, todo significa, todo remite: desde Gilgamesh y El ladrón de bicicletas hasta Hamlet, Barthes y Heráclito. La misma voz que va, viene, rememora, explica, esclarece, desnuda, exhibe, que deconstruye una historia posible, parece decir: "Esta es toda la evidencia, todas las pruebas: saquen sus propias conclusiones". Quién sabe, tal vez algœn lector, alguna vez, resuelva el crimen (lo cual sería un caso de "ironía dramática").
Es imposible no leer este libro sin un mínimo de curiosidad, sin poner todo el tiempo en cuestionamiento su naturaleza, su intención, su sentido, su significado. Leer ya de por sí despierta interrogantes, dudas, deseos de saber. ¿Qué es lo que se está buscando? ¿Se trata de una historia de amor fallida? ¿Quiénes son Tristram, X, G, Andy, la gran poeta? ¿Hubo un crimen? ¿Es un sueño o una obra de teatro? Boully empuja al lector a ser receptivo, empático, entrar en una corriente de atención, como si fuera un detective analizando pistas, estados de ánimo, documentos, testimonios, confesiones. A medida que se avanza en su lectura, leer comienza a parecerse a atar cabos, inventar hipótesis, descubrir detalles: al leer nos imaginamos y nos hacemos una representación (si no clara, al menos pormenorizada) del texto desaparecido; de hecho, podría decirse que cada vez que alguien lee El Cuerpo (un ensayo), lo materializa, lo hace evidente, lo define. El efecto literario que se genera es raro, extravagante, mágico. Aunque más no sea brevemente, el libro de Boully provoca atracción. Uno intenta entender, comprender, saber qué fue lo que pasó; al igual que si el poema fuese un caso policial que requiere investigación ("oh, el caso de la pobre Jenny", tal como escribió Pound). Se sabe: toda poesía es por definición experimental. Pero también es cierto que algunos poemas y algunos poetas lo son más que otros y, entre ellos, sólo unos pocos lo son en un sentido propio, único, distinto a todos. Con este libro, Jenny Boully sin dudas merece un lugar en esa reducida lista.

 

 

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