Columnas

Dos libros de cómics

Para leer en vacaciones

"Hay un viejo debate inútil acerca de si la historieta es o no literatura. Yo creo que sí, pero solo en la medida en que son buenas (lo mismo pasa con los cuentos y novelas, sin ir más lejos)". Sobre los dos primeros títulos de historieta de la editorial Maten al mensajero.

Por Luciano Lamberti.

No soy muy devoto del mundo de los cómics. Quiero decir: no soy uno de esos que pueden nombrar cómics de culto. Mi conocimiento llega hasta Alan Moore, como mucho, que sería el equivalente en la música de, no sé, ¿Pink Floyd? Me gusta Richard Burns, especialmente su Agujero Negro, gran novela gráfica, y tengo el ejemplar número cero de The Walking Dead. Pero eso es todo.

Y sin embargo, si me pongo a pensar, mi relación con el género es casi tan larga como con la literatura. Recuerdo haber encontrado, todavía en la primaria, una Sex Humor en el departamento del inquilino de mi abuela. Recuerdo haber sido descubierto leyéndola: me la sacaron de las manos y mi abuelo (creo) me dijo que la iba a quemar, lo que seguramente era mentira. Recuerdo haber leído Paturuzú e Isidoro Cañones con algo de placer y recuerdo haber leído la completa de Mafalda, en edición pirata, con mucho más placer y recuerdo haber leído con mucha perplejidad las Lupín, unas revistas que venían directamente desde los años 40, la historia de un aviador que luchaba por la justicia (?) y que traía, además, “sencillos” circuitos para hacer en casa. Recuerdo que en las Paturuzú estaban los clásicos anuncios de detective por correspondencia y que mandé una vez una carta y, mágicamente, me respondieron (uno estaba tentado de creer que detrás de esos anuncios estaba la más definitiva y cabal NADA) mandándome unos maravillosos folletos explicativos que me dieron ganas de cambiar de vocación: de la escritura a la investigación privada. Recuerdo las revistas Nippur. Como a gran parte de mi generación, las revistas Nippur fueron mi lectura favorita entre los diez y los trece años. Después me enteré de que estaban casi íntegramente escritas por la misma maravillosa persona, un mito, un héroe: Robin Wood. Nacido en una colonia anarquista paraguaya, Wood escribía sus guiones desde barcos alrededor del mundo. Las mejores historietas de Nippur estaban escritas por él: desde “Gilgamesh” hasta “Mi novia y yo”.

Hay un viejo debate inútil acerca de si la historieta es o no literatura. Yo creo que sí, pero solo en la medida en que son buenas (lo mismo pasa con los cuentos y novelas, sin ir más lejos). Es el caso de estos dos libros que me manda Jose Sainz desde una ya brumosa Córdoba. Dos libros de factura impecable, divertidos de leer y no por eso menos conmovedores, que constituyen los dos primeros títulos de historieta de la editorial “Maten al mensajero”.

El primero se llama Lo salvaje, es de Pablo Vigo y puede leerse como una recopilación de cuentos cortos. En uno de ellos, un joven narrador conoce a una chica por chat, ella va a visitarlo junto a su madre y una vez que están solos en la habitación lo masturba. En “Mi nube” el protagonista es una persona con una increíble mala suerte (se le cae un balcón encima, la novia lo deja, le pegan en un bar, etc.). En “Mateo” una tía piola saca a sus sobrinos de paseo y descubre un par de cosas pesadas sobre ella misma. Algo que diferencia al cómic de la literatura es que el primero no tiene pudor a la hora de representar la vida contemporánea con fidelidad. Las redes sociales y la experiencia de vivir pendientes del teléfono tardan en entrar al mundo de la literatura y es difícil que no suenen artificiales. En el mundo del cómic su inclusión es natural y no genera ninguna suspicacia. Quiero decir que probablemente el mundo contemporáneo esté mejor representado en estos breves relatos que en cualquier colección de la joven literatura argentina, por lo menos en ese aspecto. Vigo no pretende ocupar un lugar semejante, lo suyo puede leerse casi como las notas de un diario livianito, pero es lo que termina haciendo, precisamente por su falta de ambición y su sentido del humor. En la primera página de “Salto”, por ejemplo, se muestra bastante gráficamente la forma en la que experimentamos internet: un montón de ventanas abiertas, las redes, los diarios, las páginas porno, y que, sospecho, ya están cambiando nuestra forma de concebir la realidad.

El otro libro es de Nache Vollenweider y se llama Notas al pie. Es un poco el diario de una cordobesa, con un tío desaparecido, viviendo en Alemania con su novia. Como puede imaginarse el lector, todos los posibles lugares comunes del progresismo están presentes ahí: homosexualidad + desaparecidos + exilio + búsqueda de una identidad personal y familiar. Todo en su correspondiente compartimiento, con su valor adecuado. Ojo: hay momentos lindos. A mí, que soy cordobés, me pareció divertida la odisea por los almacenes y kioscos tratando de cargar la Red Bus, horrible experiencia que yo también experimentaba cuando vivía ahí y que es un síntoma de muchas cosas, no solo de la ineficiencia del transporte público en la ciudad, sino también de la mala onda en general de los kiosqueros cordobeses y de lo difícil que es vivir ahí, algo que no le deseo a nadie. La historia de los enanitos de jardín peronistas o de los ekekos salteños tampoco está nada mal. El problema es cuando el progresismo rebalsa la hoja y nos empieza a mojar los pies. Ahí queremos secarnos y ponernos medias nuevas.

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