Dixon: "El éxito mata al escritor"
Entrevista a Stephen Dixon
Viernes 10 de junio de 2016
"Tendrán que despegar los dedos del teclado de la máquina de escribir para deshacerse de mí", dice el autor de Interestatal, su muy contundente novela, que llega a Argentina después de los relatos de Calles y Ventanas.
Por Andrés Hax.
Un padre va viajando por la autopista con sus dos hijas preadolescentes en el asiento de atrás. De golpe, aparece un auto al costado con dos personas haciendo señas. Parecen locos. ¿Son criminales? ¿Le están indicando un problema con su auto? En lo que el padre se demora en interpretar la situación disparan un tiro, matan a una de las nenas y se fugan. No es un spoiler de Interestatal, de Stephen Dixon, que acaba de editar Eterna Cadencia, porque todo eso sucede en las primeras páginas. Lo que hace el escritor en esta novela, publicada originalmente en 1995 y finalista del National Book Award, es relatar una fuga de desesperación emocional.
Podríamos pensar a Interestatal como un clásico dentro del género de viajes en las autopistas estadounidenses. El génesis de esta categoría es En el camino de Jack Kerouac, una de las biblias beat en la cual la autopista se convierte en un mecanismo de libertad y autodescubrimiento. El cierre del género sería La carretera de Cormac McCarthy, en la cual un padre e un hijo caminan sobre autopistas destruidas en un mundo post-apocalíptico, buscando una improbable salvación y rodeado por una sociedad anárquica reducida al canibalismo. Justo en la mitad se encuentra Interestatal. Entre la felicidad y el caos, entre la juventud burguesa rebelde y el deterioro moral absoluto de la humanidad, entre la novedad de un asombrosa red de vías y el derrumbamiento total del sistema capitalista.
Dixon es una rara avis. Por un lado, es enormemente prolífico y muy respetado por otros escritores. Ha publicado más de treinta libros –entre novelas y colecciones de cuentos– y fue profesor de escritura creativa durante veintiséis años en la universidad de John Hopkins en Baltimore. Pero, por otro lado, es desconocido por el gran público. Nacido en Manhattan en 1936, uno de siete hijos, tomó trabajos de toda índole antes de acomodarse en la vida universitaria. Escribe lo que quiere, cuando quiere y como quiere. Sin concesiones. Su obra se distribuye en más de catorce casas editoriales diferentes, algunas grandes y comerciales como Henry Holt, y muchas pequeñas e independientes como Melville House y Fantagraphics Books.
Tuvimos la oportunidad de hablar con el autor vía telefónica: su voz es dulce y gentil, melódica, con acento neoyorquino, pero también algo quebrada, como corresponde a un octogenario.
–Esta novela se publicó en 1995. ¿En qué cosas estaba pensando en ese momento? ¿Cuál era el contexto de su vida?
–Básicamente, lo mismo que ahora. Tengo dos hijas y siempre estoy muy preocupado, tal vez demasiado preocupado por su bienestar. En ese momento eran mucho más chicas. Ahora tienen 30 y 33. Creo que simplemente estaba conduciendo por la autopista con mis hijas y tuve esta imagen en mi mente; algo horrible les podía pasar. Eso es lo que precipitó la novela, salió de la angustia que sentía por ellas. Es una novela muy, muy triste. Pero necesitaba escribirla.
–Leerla fue muy difícil. ¿Fue difícil también escribirla?
–Sí, fue muy difícil. Muy. En su momento, hubo muchos incidentes de matanzas aleatorias en las autopistas. Lo que llamamos drive-by shootings. Eso también tuvo que ver con el origen del libro. Tenía que sacarme de encima mis angustias, tenía que sacar de mí mismo estas sensaciones de miedo que tenía acerca de mis hijas. Me angustiaba mucho mientras escribía los capítulos. Y después, para el final de la novela, sentí que el lector –y el escritor también–necesitaban tener algo en qué respaldarse. El final se puede interpretar de dos formas.
–Si el orden de los capítulos fuera distinto la novela podría, con el mismo contenido, llevar a una lectura completamente diferente. ¿Se escribieron en el orden en que aparecen publicados?
–Los capítulos representan el viaje a Baltimore desde Nueva York. Se escribieron en ese orden. Pero lo que también quería era que el libro comenzara con una nouvelle. Allí se cuenta casi el relato entero, aunque se revisa al final.
–¿Tiene algún tipo de expectativa sobre la edición del libro en Argentina? ¿Le parece que podría llegar a tener una influencia sobre escritores y escritoras jóvenes, por ejemplo?
–No. No la tengo. También se editó en Francia y no tuve ninguna expectativa sobre si podía o no llegar a influir a algún escritor. Yo simplemente escribo los libros y se editan. Y, si a alguna editorial extranjera les interesan, me agrada. Pero no me veo teniendo una influencia sobre la escritura de otro.
–Sin embargo, sí ha sido influyente en su país. Hasta carga con el apodo, desafortunado o afortunado, de ser un “escritor de escritores”, lo que lo pone en compañía de alguien como Cormac McCarthy, por ejemplo.
–Bueno, pero él es un escritor de escritores exitoso, y yo no lo soy. A mí me han puesto esa etiqueta desde hace treinta años… Lo que pasa también es que cada vez que sale un libro mío nunca consigue muchas reseñas, para ser sincero. Y, cuando sí aparecen, el reseñista dice algo como: “Con este libro Dixon por fin se va a hacer conocido”, pero tengo que esperar al próximo, porque no sucede. (1) Siempre me sorprende cuando alguien me dice que me ha leído y que ha sido influido por ello. Siempre me sorprende enterarme de que tengo lectores.
–Hay un libro para padres que están sufriendo el duelo de la muerte de un hijo –es una antología, en realidad– y contiene un fragmento de Interestatal…
–¿En serio? Eso es una sorpresa para mí. No me pagaron para eso, pero está bien. Pareciera ser una causa importante.
–Lo mencionaba para preguntar si algunos padres que perdieron a sus hijos llegaron a comunicarse después de leer la novela.
–No, nunca me pasó. Tengo algunos amigos que han perdido a sus hijos; uno en un accidente de tren y otro en un accidente automovilístico. Pero nunca hablamos de eso, porque su tragedia es real y la mía es solamente escrita. Es ficción.
–¿Cuando la estaba escribiendo sufría algo parecido a lo que uno imaginaría se sufriría si se tratase de eventos en la vida real?
–Sí. Tiene que ocurrir, si no al leerlo no se experimentaría como algo real. Cuando escribí Interestatal viví esa tragedia día tras día por los dos o tres años que me llevó terminar el libro. Fue un momento muy triste de mi vida. Solo se detuvo cuando por fin pude dejar la escritura atrás, sobre mi escritorio, para seguir adelante con la vida normal. Siempre pensaba en que estaba haciendo algo terrible hacia mis hijas al someterlas a ser personajes, personajes fatales, en mi propio trabajo. Ellas nunca la han leído. Saben de la novela pero les pedí que no la leyeran.
–Alguien supersticioso podría imaginarse dos cosas sobre un libro como éste: por un lado, se conjura el mal para que no ocurra. Por otro, se invoca el mal. ¿Se asustaba al escribirlo?
–Sí, frecuentemente pensaba: ¿qué si esto llegara a pasar? Sabía lo que pasaría en ese caso. Actuaría de la misma manera en que actúa el hombre en el libro.
–Como lector, ¿hay libros que lo hayan afectado emocionalmente como le afectó escribir esta novela?
–No puedo pensar en uno. Leo siempre, pero ahora mismo no se me ocurre uno. Bueno, en realidad, 2666 de Roberto Bolaño. Ese largo final en el que ves a las jóvenes mexicanas siendo violadas y asesinadas; eso me afectó. Porque era implacable. Eran como ochenta asesinatos diferentes. Lo quería dejar pero seguía leyendo, fue escrito con tanta destreza.
–Los libros de Primo Levi, por ejemplo.
–Es cierto, Primo Levi. Me olvidé de su obra pero él y cualquier libro sobre el holocausto tienen un gran efecto sobre mí. Cualquier libro que trate una experiencia similar al holocausto. Cualquier horror.
–Un giro de tema abrupto: ¿cuál es su impresión sobre las declaraciones de Philip Roth hace unos años, diciendo que abandonaba la escritura y que eso era un enorme alivio?
–Yo nunca podría dejar de escribir. Escribir –sin dudas más aun desde que murió mi esposa hace siete años– ha sido mi alegría principal, además de ver a mis hijas. No tendría nada para hacer durante el día si no escribiese. Amo escribir, amo crear nuevos cuentos, nuevos personajes y nuevas formas de contar un cuento. Nunca podría dejarlo. No sé lo que hace él en su tiempo libre, Philip Roth. No me podría ir a dormir por la noche sabiendo que no tengo algo en lo cual trabajar la próxima mañana. Lo necesito.
–¿Por qué no escribe no-ficción?
–Todo lo que tengo para decir esta en mi ficción. Además, no me interesa nada lo suficiente como para escribirlo.
–Trabaja en máquina de escribir, ¿cómo va editando su obra? ¿Cuánto reescribe y cuándo?
–Si es una novela, escribo el capítulo de un tirón sin levantarme del escritorio; después, el proceso de revisar, de editar, podría llevarme un día o dos por página. Reescribo una página entre diez y treinta veces. Una y otra vez hasta que lo siento bien.
–¿Lee en voz alta lo que ha escrito?
–No.
–En un momento, el personaje del padre en Interestatal habla de la frustración de la gente de no poder expresar lo que siente. ¿Eso le pasa como escritor?
–No. Yo tengo mi escritura bajo control. Trato decir las cosas de la forma más simple posible. No tengo problemas con el lenguaje. No lo tengo porque no intento escribir de una forma linda, intento escribir la prosa más simple posible para que la persona más simple la puede entender.
–Última pregunta, ¿cómo se siente con respecto al éxito?
–No haber sido tan exitoso ha sido de gran ayuda en mi escritura, porque no siento que alguien esté esperando algo de mí. Estoy a solas. Y creo que el éxito mata al escritor, tarde o temprano. A mí no me ha matado porque no he tenido éxito. Sí siento que mi escritura es digna de éxito, pero no quiero que sentimientos como esos me impidan escribir. Si no, estaría sentado todo el día quejándome, pensando ¡¿por qué no soy tan exitoso como Philip Roth?! ¿Por qué no gano el dinero que él gana? Para poder ayudar a mis hijas en sus vidas con dinero que gano de mi escritura, por ejemplo. No. Por eso es que me puse a enseñar. Empecé a enseñar por que me daba un ingreso fijo con el que mantener a mi esposa y a mis hijos, cobertura médica. Y así fue como no tuve que escribir basura. Podía escribir lo que quisiera. Y si a los editores no les interesaba, ningún problema. De hecho, toda mi escritura se ha demorado. Algunos libros demoraron hasta nueve años en ser editados después de escritos. A mi mejor colección de cuentos, Love and Will, le llevó ocho hasta que un editor se interesó por ella. No trato con agentes y los agentes no quieren tratar conmigo, porque mis libros no generan ganancias. Los editores me dicen: “No sabríamos cómo venderte”. Eso está bien. No quisiera que nada distraiga o destruya el placer más grande que tengo en la vida, que viene de escribir. Sé que en los años que me quedan estaré escribiendo. Hasta el día en que me muera. Tendrán que despegar los dedos del teclado de la máquina de escribir para deshacerse de mí.
(1) Nota del periodista: en realidad, Dixon hace un lindo juego de palabras, intraducible, en esta frase. Dice: “The reviewer will say This is Dixon’s breakthrough book and I’ll just have to wait for the next one because I haven’t ever broken through”.