_{Por Jean Echenoz.}

El hombre sentado a la izquierda está en un sillón idéntico a uno que yo tengo. En esa butaca que uso para leer, seguro algún día me habré sentado completamente desnudo, como él. Además, ese sillón está apoyado en un piso muy parecido al de mi departamento. El hombre calza un par de mocasines que se asemejan tanto a unos míos que casi se confunden. Como él, ya pasé la edad de la jubilación. Por otro lado, la puerta vidriada por donde entra parte de la luz del día es más o menos del mismo modelo que la de la cabaña a la que suelo ir.

Esos indicios abrumadores me incitarían a pensar que ese hombre no es otro que yo mismo, si no fuera porque ciertos detalles invalidan esa hipótesis.

Las dos fuentes de luz eléctrica, por ejemplo, la del tipo farol, así como la lámpara cuya pantalla tiene forma de tulipa o de campana, no estoy seguro de que quisiera tenerlas en casa. Dudaría en poner en la pared a la playmate enmarcada por encima del sillón. No me veo pisando esa alfombra. Sobre mi televisor, que es más moderno, no colocaría el mismo tipo de reloj. Y, sobre todo, no recuerdo que me hayan presentado a la mujer sentada a la derecha.

 _{Hombre jubilado y su esposa, en casa, una mañana en un campo nudista / Diane Arbus, 1963}