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Derumbe

Una lectura de la última obra de Berti

Sobre la novela de Eduardo Berti, Un padre extranjero (Tusquets), escribe el crítico español, leyéndola en sistema con sus libros anteriores: "Una novela rara, que se mueve entre varias aguas, o argumentos".

Por Antonio Jiménez Morato.

Siento una mezcla de derrumbe y nuevo rumbo.
Eduardo Berti

Un padre extranjero

A veces hay que dejarse aconsejar por los amigos. Aunque su recomendación pueda parecer en cierto punto sospechosa, porque compartan editorial. Berti es el autor de dos novelas que me interesan mucho, La mujer de Wakefield y Todos los Funes, y de un libro de relatos, quizás microcuentos, depende de como cada uno quiera nombrarlos, lleno de pequeñas joyas: La vida imposible. Pero, por otro lado, sus dos novelas anteriores a esta última me habían decepcionado un tanto respecto a las expectativas que me generaban, y esta, siendo sincero, me había espantado un poco por la imagen de cubierta, que parece sacada de una revista femenina berreta. (Son manías, lo sé, pero el lector en que uno se ha convertido está fatalmente construido de manías.) Así que, algo suspicazmente, me lancé a la lectura de Un padre extranjero, una novela rara, que se mueve entre varias aguas, o argumentos, y que a la postre puede ser leída como el fracaso de dos novelas que se redime mediante la novela que emerge, exitosa, y que es la que ha firmado Berti. La novela podría sintetizarse, de algún modo, como la bitácora del fracaso de dos libros.
El primero es El derumbe, la novela que el padre del autor se lanza a escribir tras la muerte de su esposa. Una novela de la que conocemos algunos pequeños fragmentos, insertados en la novela por su hijo, que entre otras cosas nos cuenta el proceso de lectura de esa novela paterna desde que adquiere noticia de su existencia, cuando su padre le notifica que va a lanzarse a su escritura y le pide consejo sobre los materiales, cuadernos, rituales, que debe usar. Eso provoca una competencia y celos algo absurdos en el hijo, él es el escritor de la familia hasta ese momento, y lo seguirá siendo de modo único tras ella, pero sobre todo dispara los paralelismos que poco a poco comenzará a descubrir entre la biografía de su padre y la propia. Unas vidas paralelas y, al mismo tiempo, enfrentadas, ya que la diáspora particular de cada uno está provocada por motivos totalmente diferentes. La narración que el padre traza, y que solo al final del libro el autor termina de leer, es torpe y está mal redactada, jamás pudo ser una novela, es el libro de una vida, construido por un hombre que debe conquistar un idioma del mismo modo que tuvo que ganarse una vida.
El segundo libro que fracasa es la novela sobre Conrad que el autor pretende escribir. Una novela sobre un hecho marginal de la biografía del novelista polaco devenido británico que, al contrario que su padre, supo dominar la escritura de un idioma en el que encontraba problemas para expresarse verbalmente. En realidad, más allá del conocimiento profuso que demuestra de la biografía de Conrad, lo más loable de Berti es que no cae en el engaño habitual, tan frecuente, de pensar que, por trabajar sobre la huella de un autor, uno se convierte instantáneamente en su heredero. (¡Hay tantos escritores que piensan que por hablar de Conrad en una novela y usar una pluma para dedicar sus libros se convierten en Conrad!, pareciera dar a entender, y lo peor es que a todos se nos vienen nombres a la cabeza de autores que encajan en ese paródico, y dolorosamente cierto, modelo.) Aún así, los dislates que llega a realizar el narrador para documentarse primero, para corregir más tarde, esa novela sobre Conrad son sin duda algunos de los momentos más simpáticos de Un padre extranjero. Los representantes de las asociaciones a las que debe recurrir, sus caprichos y los costos de dichos caprichos –la noche pasada en la que fuera el domicilio de Conrad, donde no hace más que pasar frío y emborracharse, donde no llega a conocer nada que más tarde incluya en los fragmentos de la novela dedicados a Conrad, es uno de los más amenos, así como el delirante pedido del jardinero para franquearle el paso a la mansión, que cualquier bebedor más o menos asiduo habría rechazado de inmediato–. Detalles argumentales que terminan por dibujar muy bien las inseguridades y, por extensión, la personalidad del autor. Por otro lado, siendo sincero, quizás sea la historia relacionada con Conrad y ese lector vengativo lo que menos me ha llegado de la novela, lo que más tiene en común con los desaciertos de La sombra del púgil o El país imaginado. Algo que, a trazo muy grueso, llamaría exceso de literatura. Exceso en la mirada y en el vehículo, algo que en La mujer de Wakefield o en Todos los Funes estaba mejor metabolizado, más tramado con lo que era la narración en sí, acaso más preñada de literatura, pero más concretada en torno a ese diálogo metaliterario.
Y es ahí, de ese doble fracaso, donde surge la novela triunfadora, o, mejor dicho, el triunfo, la existencia, de otra novela, que es la que ata esas dos novelas fallidas y podría resumirse en la novela del padre. Hay, en el libro, una serie de detalles, mínimos, casi marginales, que relacionan este texto con uno de los cuentos de La vida imposible, en concreto con “Doble vida”. Es un relato que conozco bien, he debido leerlo mil veces, porque lo incluí como una de las lecturas que sirven de ejemplo en los talleres que llevo más de una década impartiendo, y donde se representa de un modo verdaderamente intenso las relaciones entre padre e hijo, reflexionando sobre la herencia y las semejanzas, la venganza que exige la muerte del padre y, al mismo tiempo, la imposibilidad de negar que no somos sino nuevas versiones de nuestros ancestros. Ni qué decir tiene que recomiendo su lectura a todo el mundo, corran a por La vida imposible. Lo curioso es que ha sido leyendo Un padre extranjero cuando han aparecido ecos, mínimos, que arrojan nueva luz sobre ese texto, del mismo modo que aquel texto proyecta su sombra sobre la novela. Lo que en el microcuento aparecía de modo más genérico se torna más anclado en la realidad de lo que podría suponerse, y la novela obtiene un mayor vuelo simbólico. Pero, sobre todo, es en el modo en que el derrumbe del padre impone un nuevo rumbo en la vida y la escritura del hijo, ese delauziano derumbe que no se explica al lector en la novela pero que va emergiendo poco a poco durante su lectura, y ahí donde convierte esta novela en una lectura que deja huella. No sabemos qué habría sido de la novela de Berti padre o de ese proyecto conradiano del hijo que han quedado en el camino, pero lo que finalmente entrega es un texto donde dialoga con esas novelas primeras, más densas y subyugadoras, más llenas de vida. Un padre extranjero nos devuelve al mejor Berti. Hay motivos para la fiesta.   

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