Cynthia Rimsky: “Yo creía que nunca iba a ser escritora”

Viernes 14 de febrero de 2025
Ganadora, junto a Xita Rubert, del Premio Herralde de Novela 2024, la escritora chilena responde sobre Clara y confusa.
Por Valeria Tentoni.
Nacida en Chile, hace varios años que Cynthia Rimsky vive en Argentina, más precisamente en un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires a distancia prudente de la capital, donde enseña en la Licenciatura en Artes de la Escritura de la Universidad Nacional de las Artes.
Rimsky empezó a publicar sus libros con cuarenta años: “Antes escribía cosas pero no me gustaban, nunca las terminaba. Era demasiado mental y todo estaba escrito a partir de la psicología. No me daba cuenta de qué era lo que estaba fallando, entonces creía que nunca iba a ser escritora, que no tenía pasta de escritora”. Fue a partir de la lectura de Cuadros de un pensamiento, de Walter Benjamin, que se destrabó: en sus relatos de viaje identificó el poder de los objetos. “Se me abrió un mundo y empecé a observar, en vez de estar hurgando en mi cabeza. Esa fue mi salvación. Me salvaron los objetos”, dice.
Autora de libros como La vuelta al perro, Ramal, Yomurí o La revolución a dedo, Rimsky fue recientemente galardonada con el Premio Herralde por su nueva novela, Clara y confusa. Este premio lo compartió con la escritora catalana Xita Rubert, quien lo ganó por su novela Los hechos de Key Biscayne.
Alejandro Zambra acaba de recomendar en Club Plutón la lectura de Poste restante, que puede leerse en la familia de La vuelta al perro. Tenés dos líneas de libros, ¿no? En la otra están novelas como Los perplejos, pero ¿en cuál pondrías a Clara y confusa?
Son dos familias de libros, sí. Dos brazos. Me han dicho que Clara y confusa se nutre bastante de La vuelta al perro y de En obra. La línea que es más relato, crónica, ensayo; de ahí saqué material, lo transformé, y le di el salto a la ficción con Clara y confusa.
También es una historia de pueblo, ¿cómo pensás ese escenario?
No puedo desconocer que en Argentina hay toda una tradición de la pampa. Yo no tenía idea lo que era la pampa cuando me vine a vivir al pueblo, me refiero a la pampa húmeda. En alguna medida, ocupo el lugar de la fuerina que llega a esa tradición. He leído muchos libros al respecto. Están Ronsino, César Aira, Mansilla... Es un territorio constitutivo de Argentina, un territorio literario. Yo miro eso desde un lugar más distante, desde otra cultura. Eso es lo primero. Y lo segundo, como yo trabajo tanto a partir de observaciones que no anoto pero me van quedando en la cabeza, se me ha ido creando un universo. Mis observaciones son del lugar en el que vivo, en el que me muevo. Ahora estaba pensando en otra novela y de repente me vi de nuevo en la provincia. Todas estas historias se nutren de las conversaciones, de los olores, de escuchar diálogos, de ver escenas que me disparan para otros lados. Estos pueblos ahora están muy de moda, la gente va los fines de semana a comer a los restaurantes, pero la cultura no llega de la misma manera que llega la gente a comer a los restaurantes. Hay algo que se detiene en el tiempo, se anquilosa. Es increíble cómo la cultura al llegar a la provincia entra en un proceso de burocratización que no tiene mucha explicación.
También a la inversa: cómo los artistas que viven en provincia intentan llegar al escenario nacional o incluso internacional, que es lo que le pasa a Clara, el personaje de tu novela. Es artista visual y está de algún modo oculta en ese pueblo, frustrada.
La novela está hecha como un Frankenstein, con pedazos de observaciones de Chile y pedazos de observaciones de Argentina. Toda esa parte donde la protagonista se declara como una artista a la que le es negado el reconocimiento, por razones que no se entienden, está muy basada en la experiencia chilena. Siempre me hice la pregunta de por qué hay algunos artistas que son reconocidos y otros que no, cuando tampoco hay tanta diferencia entre sus obras. Hay una cuestión de época, de mucho azar, de suerte. Y me interesó mucho meterme en eso, en esa pregunta. No para contestarla, sino para proponerla, para poner en tensión los vericuetos de esa experiencia. También me interesaba la figura de los amantes del arte, esa gente que ama el arte pero sin ningún tipo de conocimiento al respecto, sino como en una actitud romántica de admiración hacia las personas que hacen arte. Y ahí la pregunta de qué pasa cuando se van dando cuenta de que el arte no es lo que pensaban, esa cosa maravillosa, sino que está lleno de intereses.
Ahí aparece el personaje del plomero.
Sí, que está enamorado de la artista, Clara. Es muy interesante esa mirada, desde afuera hacia adentro del mundo del arte, tan inocente que tiene ese personaje, que no entiende las reglas. Al mismo tiempo tiene una sensibilidad, que era lo que más me interesaba de ese personaje. Lo que más me costó escribir fue el personaje del plomero. Me costó mucho encontrarle el tono. Me demoré un año, por lo menos. Después la escritura de la novela fue más rápida. Clara lo rechaza y él se encuentra con esta crítica arte, que es la que rechaza a su vez a Clara en todos los ámbitos y trata de sacarla del mundo del arte. Quería que el plomero se envileciera un poco. O sea, que al entrar en contacto con ese mundo del arte se produjera ese envilecimiento que todos vemos que existe. Cuando publiqué Poste restante, quizá admiraba también así a los artistas, a los escritores, y bueno, se me cayó todo eso. Me interesaba también que él entrara a ese mundo y le creara sentimientos feos. O sentimientos tristes. Como los de Spinoza. Sí, afecciones tristes.
¿Qué es eso de Spinoza?
Tiene un libro que se llama La ética demostrada según el orden geométrico, una maravilla. Una vez yo tenía una pena de amor y no podía entender por qué una relación había fracasado. Entonces estaba tan mal que me puse a leer eso, donde él dice que hay afecciones tristes y afecciones alegres, y que entre las tristes está la envidia, la gula y los celos. No entendí Spinoza, por supuesto, es un gran filósofo, pero lo usé como un libro de autoayuda y me sirvió un montón. Y en alguna parte está eso de las afecciones tristes, los sentimientos tristes.
Son más interesantes para escribir, ¿no? Aunque es más difícil escribir lo alegre, en realidad.
Yo quería que este libro fuera humorístico, fue una cosa que me impuse. Estaba escribiéndolo cuando ganó Milei, entonces me dije: no me voy a pasar cuatro años y ahora no sé si ocho deprimida. No sé si me dure tanto, pero entonces quise contrarrestarlo con el humor y la ironía, que ya venía trabajándola desde Yomurí, desde El futuro es un lugar extraño. En vez de la melancolía, que creo que domina un poco mis primeros libros, quise trabajar más la ironía cariñosa, que le digo yo.
¿Por qué ironía cariñosa?
Porque me río de los personajes y con ellos pero hay cariño, no es una risa despreciativa. No es un Céline que echa mierda en Viaje al fin de la noche. Es que eso es un nihilismo total. Aunque tiene mucho nihilismo el libro.... Pero cariñoso, ¿no?
¿Cómo trabajaste el personaje del plomero? ¿De dónde salió?
Mi idea era revertir esta división entre los intelectuales y los que desempeñan oficios manuales, que habitualmente en las novelas son personajes que no tienen pensamiento, que no tienen filosofía. ¿Y de dónde salió el plomero? Bueno, porque cuando arreglamos la casita en que vivimos me tocó tratar con una variopinta cantidad de personajes así. Uno les exige una gran seguridad técnica, científica, ¿qué le pasa a esta pared? ¿Por qué la filtración? Y estos personajes nunca sabían, porque además cada caso es distinto. Ahí me di cuenta de que no hay un conocimiento, eso es mentira. No hay ninguna solución. Los productos cada vez son más eficientes para tapar la humedad, pero ninguno hace que la humedad desaparezca. Así que los empecé a escuchar tratando de explicarte lo inexplicable, y entonces lo que te decían era puro lenguaje, una pura poesía. De ahí viene el plomero. Tuve termitas en el taller donde escribo, y un señor me dijo que me comprara un estetoscopio para escuchar, porque todavía no sabía si tenía termitas, simplemente había una alta sospecha. Lo más divertido es que me compré el estetoscopio y todavía lo tengo, pero escuché las paredes y lo único que sonaba eran las conversaciones de mis vecinos.
¿Y cómo decidiste lo de meterte en el mundo del gremialismo, del sindicalismo?
Se trata de no bajar línea, de no tomar una posición ideológica, sino más bien de ir desarmando nudos y llevándolo. Tengo la idea de que si uno lograra mirar lo que vive todos los días, incluso políticamente, desde otro lugar, buscando otro recorrido cerebral y otra sensibilidad para ver las cosas, también las cosas cambiarían. Que quizás el cambio no venga por movimientos radicales como las revoluciones, pero sí, quizás, si todos encontramos nuevos caminos para mirar lo mismo. Desde ese lugar me interesaba trabajar el arte, la plomería o el gremialismo; no caer en los viejos estereotipos para trabajar los mismos problemas de siempre. El arte, la corrupción y el amor son problemas universales.
Es una especie de antipostura, algo que quizás podría alejar premios y reconocimientos. Sin embargo, acabás de ganar uno.
Sí, es una cosa muy divertida que reconozcan una novela sobre una artista que no obtiene reconocimiento. Lo encuentro muy chistoso. Y sí, creo que lo que pasa es que me cuesta mucho saber dónde ponerme, porque siempre estoy rehuyéndome, rehuyendo las categorías. O sea, apenas empezaron con la literatura de viajes, dejé de hacer literatura de viajes. Estoy moviéndome todo el tiempo. Estaban acostumbrados a un tipo de relato, crónicas que yo hacía. Y me metí en la ficción. De repente voy dejando caer ciertos libros como La vuelta al perro entremedio, pero me metí en la ficción, esta ficción más loca, de extrañamiento. El otro día conversaba con un joven crítico chileno, porque las críticas en Chile han sido muy buenas pero todos dicen que no saben de qué se trata la novela. Me dijo: efectivamente nos juntamos un grupo, leímos tu novela y no sabemos de qué se trata. Es que cuando uno está leyendo no se está preguntando de qué se trata el libro. Uno lee y está en el placer de la lectura, placer en eso que es leer, meterte en un mundo raro, nuevo. Jamás se hace esa pregunta. Y cuando termina el libro tampoco te preguntas de qué se trata el libro, sino que empiezas a sentir en tu cuerpo qué te pasó con el libro; te late el corazón, o después empiezas a pensar en tu vida. La crítica del mercado ha desplazado el placer de la lectura por ponerle a la literatura mensajes, como si fuera una religión. Una nueva religión. Además, esto pasa no solamente en la literatura: uno ve cine en las plataformas y siempre está tematizado. Y yo digo no, ya no las veo, para qué las voy a ver si ya me contaron de qué se trata la película. Está como todo muy claro, ¿no? Y con mensaje, eso me sorprende. Parece que tienes que tener un mensaje. Se cae en lo políticamente correcto, por ejemplo, en la bondad en la literatura. El tema de la ecología, por ejemplo, sigue estando muy fuerte. En Yomurí, el personaje del padre es un machista tremendo. Me pregunté eso: si tú tienes un padre machista, ¿lo dejarías de amar? ¿Qué pasa?
Todavía no salió en Argentina pero en Chile sí, y es anterior a Clara y confusa: Yomurí se empezó a escribir en Chile en 2010 y la terminaste en Argentina en 2020. ¿Cómo te pensás en la tradición de autores que produjeron obra así también, en ambos países?
Creo que, ocultando el entramado, también lo hicieron María Luisa Bombal, Marta Brunet y Manuel Rojas. Brunet escribía criollismo en Chile y cuando vino acá se juntó con la Ocampo, estuvo con la gente de la Revista Sur, y cambió completamente su escritura. Ella vuelve a Chile muy esperanzada con esta nueva forma de escribir, y al libro se lo destrozan. Bombal también: no sé si hubiera podido escribir algunas cosas en Chile. La amortajada, La última niebla, en buena parte lo escribió acá, en la cocina de Neruda, en la casa de Neruda.
Son tres autores que casi no se leen en Argentina, de hecho sus libros apenas se consiguen o directamente no se consiguen.
Lo que pasa es que hay un problema y es que Chile no valora su tradición. Siempre está como naciendo de nuevo. Ustedes valoran a su Borges, valoran a Gallardo, valoran hacia atrás, a Mansilla, a Sarmiento. Por lo tanto, ese valor se transmite a través de la frontera. Pero en Chile, si nosotros mismos no valoramos, no llega afuera.
¿Te sentís identificada con Brunet y Bombal? Digo, vos también contás que cambió tu escritura cuando te viniste a vivir acá.
Sí, cambió completamente. Me vine el 2012, después de haber publicado Ramal. El primer libro que terminé acá fue El futuro es un lugar extraño. Es un libro sobre lo que pasó con los militantes de izquierda cuando llega la dictadura en Chile, gran parte de la izquierda se acomoda en el gobierno y hay otros quedan como volando, los que habían sido más revolucionarios. Creo que, si me hubiera quedado en Chile, hubiera sido una novela más de denuncia. En cambio, escrita desde Argentina, es una novela muy irónica, mucho más liviana. Y la ironía la hace todavía más fuerte. Además hay un último capítulo medio surreal... creo que eso es Argentina. En Argentina sentí una libertad que no sentía en Chile. Allá me sentía muy presionada. Internamente presionada del mismo modo que, me imagino, Brunet se había sentido: a hacer política, a que la literatura cumpla un lugar que los partidos no están cumpliendo, que es la defensa de ciertos valores, qué sé yo. Acá me sentí libre de escribir lo que me salga, lo que quiero. De inventar, de reírme. Una libertad que antes no sentía. Se me quitaron como cincuenta kilos de encima.
Clara y confusa tiene modismos chilenos y argentinos, toma de los dos mundos, ¿no?
Detrás de las palabras hay una manera de ver, de sentir una cultura. Lo que estoy haciendo es un Frankenstein de culturas, pero también explorando la manera en que la cultura chilena se ve desde la Argentina y viceversa. Me parece interesante como juego de espejos. Hay una parte en Yomurí que me parece grafica o metaforiza esto. Una parte donde la protagonista entra a una cueva y en esa cueva encuentra una florcita blanca argentina y la florcita blanca le dice ya, dale, pasa, pasa. Y se lo dice en argentino. El otro lado, ella empieza a soñar y eso se vuelve su realidad. Yo creo que ahí está. En esa florcita blanca, que además es una que un día apareció en mi casa. Cada vez que salgo de paseo, traigo flores silvestres, pero un día floreció sola esta florcita blanca y es una cosa delicada, una de las cosas más lindas que he visto. Totalmente silvestre. Ahora desapareció del jardín, de repente aparece en otro lado.