Cómo fluir según David Lynch
Fuente: www.rtbf.be
Atrapa al pez dorado
Martes 06 de setiembre de 2016
¿El cine nos puede enseñar cómo vivir? Sobre la experiencia de ver El camino de los sueños, la versión cinematográfica de Atrapa al pez dorado, "un manual de instrucciones para pensar de una manera diferente", algunos extractos de autoayuda.
Por Andrés Hax.
1.
Como ustedes, seguramente, yo le pido demasiado a las ficciones. A las películas y a las novelas, en particular. Las veo, las leo, la releo y las reveo por algo que va más allá de la curiosidad, el alivio del aburrimiento y el placer estético. Busco –como seguramente lo hacen ustedes también- alguna dirección para mi vida. Dirección en varios sentidos de la palabra: hacia dónde ir y cómo, pero también instrucciones. Quiero que me expliquen cómo vivir. La mayoría de las veces me quedo corto, en el umbral. Pero hay que persistir. Hay que seguir pensando, observando, deseando y pidiéndole demasiado al arte, porque en ocasiones se da el pequeño milagro de iluminación y al fin entendéis algo esencial que no hubieras entendido de ninguna otra manera. Despertás del sueño de la vida.
Eso me acaba de pasar con El camino de los sueños (Mulholland Drive) de David Lynch. Estrenada en 2001, acaba de ser elegida por un cónclave de críticos reunidos por la BBC como la mejor película del Siglo XXI. No pienso explicarles El camino de los sueños. De hecho, uno de los puntos fundamentales de la película es que no se puede explicar. Es decir, no se puede reducir su naturaleza -básicamente onírica- a una exégesis comprensible para el mundo de la vigilia. Sí se puede traducir para el mundo de los despiertos y, si quieren, abundan artículos en la web que lo intentan.
Pero acá no pienso en hacer esa traducción, sino en compartir el click personal que recibí viéndola a principios de este agosto pasado. No es una clave secreta que descubrí que esclarezca los enigmas de la película. Lo que aprendí, de golpe, viendo El camino de los sueños, es que uno puede elegir fluir por la vida.
2.
Hay una forma de vivir –de estar presente en la vida de uno mismo– que es rigurosa. Uno le impone severidad al fenómeno de la vida –fundamentalmente aleatoria y absurda– atravesándola con rutinas, obligaciones, metas y tareas concretas; uno cera las innumerables posibilidades de la existencia insistiendo en creer en algo e continuamente defendiendo esa creencia contra los que afirman otras creencias (y también, por supuesto, contra las dudas de uno mismo).
Los hábitos son inevitables y muchas veces proveen de un consuelo ante el caos y la entropía. Pero, si uno no se resguarda contra el automatismo, los hábitos te consumen y te convierten en un mero algoritmo en loop. Lo contrario a esta forma de vivir es fluir, ¿pero cómo? David Lynch te puede enseñar cómo.
A las dos protagonistas de El camino de los sueños les ocurren cosas fuera de su control y totalmente inesperadas. Las aceptan y siguen adelante. Y adelante siguen pasando cosas impredecibles.
No estoy diciendo que cambies tu vida radicalmente ni que descartes o renuncias a nada: tu trabajo, tu país, tu familia, tus creencias. No. Uno puede fluir dentro de lo que ya está armado. Hacer lo mismo que hace pero con una parte de su conciencia levitando por encima y observando sin pasión, sin juzgar, sin imponer nada. Si están intrigados, hagan lo siguiente por favor. Vean El camino de los sueños. Obsérvenla como lo harían ante la receta de un médico de su respeto.
a. Relájense lo más posible antemano por los medios que tengan a su disposición. Hagan el amor. Tómense un largo baño de inmersión (hundan la cabeza en el agua y escuchen cómo sube y baja el ascensor por las entrañas del edificio, cómo hablan los vecinos de abajo). Háganse un té o fúmense un cigarrillo. Cómprense flores lindas y aromáticas.
b. Vean la película en un lugar y/o en un horario inusual. Por ejemplo, podrían poner la alarma para despertarse a las cuatro de la mañana un domingo y verla entonces, en esas horas entre la última oscuridad de la noche y la primera luz de la mañana. O mejor aun, tómense un viaje corto –a un pueblo que no han visitado, elegido aleatoriamente- y vean la película allí, rodeados por personas desconocidas y en una cama desconocida.
c. Asegúrense de que no habrá interrupciones. ¡Vean la película sin interrupciones! No toquen pausa. No rebobinen para rever escenas desopilantes. No se levanten para ir al baño. David Lynch, hace unos años, se indignó con la idea que hay gente que ve películas en un teléfono. Su punto, claro e irrefutable, era que en una pantalla tan pequeña lo que uno ve no es –por definición- cine. Es otra cosa.
d. Después de ver la película de principio a fin (¡no se salten los títulos!) quédense quietos un buen rato sin hablar y sin esforzar los pensamientos.
e. Si me siguieron hasta ahora, guarden este artículo y lean la conclusión después. Contiene los próximos pasos a seguir.
3.
Tu vida no es, claramente, tan bizarra y oscuramente romántica como una película de David Lynch. O sí. Tal vez sea solamente un tema de perspectiva y edición. Para algún ciudadano común y corriente de las afueras de Duluth, Minnesota –solo por elegir un lugar improbable- tu vida es extremadamente exótica y fascinante, desde el saché de leche del cual servís la que usas para cortar tu café de la mañana, hasta el paisaje de tu ventana, por más que sea solamente la pared de otro edificio (¡o especialmente si es la pared de otro edificio!).
Si siguieron los pasos recetados arriba estoy seguro de que algo no trivial les ha pasado; alguna alteración sobre cómo ven el mundo y cómo se comportan en su cotidianidad ha ocurrido. Lo que hay que hacer ahora es cultivar esta sensación e instalarla como un nuevo hábito. ¡Un anti-hábito! Para lograr ver la vida con asombro y también dejar que ocurran cosas inesperadas. Hay varias maneras de reforzar esta práctica. Acá les sugiero dos para comenzar. Comprar, leer y releer Atrapa el pez dorado de Lynch mismo. Es un manual de instrucciones para pensar de una manera diferente.
Y también leer Crónica del pájaro que da cuerda al mundo de Haruki Murakami. El protagonista de esta novela fluye. Le pasan cosas inesperadas y las acepta y su vida va cambiando de maneras sutiles y profundas en consecuencia. Uno puede vivir así. Es un ajuste en perspectiva nomás. Si lo lográs, o si comenzás el camino aunque sea, tu vida será otra.
4.
Y, para concluir, un mantra: No hay banda, No hay banda, No hay banda…