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Comer carne en Argentina

Por Lisbeth Salas

Por Peter Cameron

"¿Pensar en algo es lo mismo que escribirlo? ¿Cuándo empieza el proceso de escritura?" se pregunta el escritor estadounidense Peter Cameron en esta anticrónica de su visita a una parrilla argentina. Otro de los textos que nos dejó el Filba Internacional.

Por Peter Cameron. Traducción de Lucila Cordone.

Estoy en la Argentina comiendo carne. Quiero escribir algo interesante sobre comer carne en la Argentina, pero es difícil porque estoy en Argentina y a los argentinos se los conoce mundialmente por la pasión y la voracidad con la que comen carne. ¿Qué puedo decir yo sobre cómo comen carne los argentinos? Nada. Lo primero que se me viene a la cabeza mientras como esta carne es que comer carne se parece mucho a escribir. Uno mete la carne en el cuerpo y la experiencia de comer carne se mete en la cabeza, después digiere la carne y procesa la experiencia. La carne y la experiencia de comer carne pasan a ser parte de uno. Y cuando el cuerpo y la cabeza terminan de procesar lo que uno les ha metido, la carne y la experiencia de comer carne se eliminan. La carne se convierte en mierda y la experiencia de comer carne se convierte en una historia. Cagás. Publicás.Si eso es así, entonces escribir es una mierda y los libros son cosas que los autores llevan dentro y que ya no pueden contener, que tienen que eliminar para poder seguir viviendo, así como el tumor tiene que ser extirpado del cuerpo del enfermo. Perdón por escribir algo tan desagradable y morboso. Creo que comer carne en la Argentina me está afectando un poco.Pero en realidad yo no estoy comiendo carne. En realidad, mientras escribo esto, estoy tomando el desayuno en el séptimo piso del hotel. Estoy comiendo fruta. Recién dentro de unas horas voy a ir a comer esa carne. Lo que pasa es que si uno es escritor de ficción y alguien viene y te dice que dentro de poco vas a tener que comer carne para después escribir sobre esa experiencia, te ponés a escribir inmediatamente, como cuando a los perros de Pavolv se les caía la baba en cuanto escuchaban el timbre. ¿Les daría carne Pavlov a sus perros?Se me ocurrió escribir la oración “estoy en la Argentina comiendo carne” hace varios días, cuando me empecé a preocupar y a obsesionar con este encargo. Pero solamente lo pensé; no lo escribí. ¿Pensar en algo es lo mismo que escribirlo? ¿Cuándo empieza el proceso de escritura? ¿La vida empieza con la concepción o con el nacimiento? Me hago todas estas preguntas porque siento que la novela que estoy escribiendo (o mejor dicho, que no estoy escribiendo porque la tengo abandonada) nació sin vida, está muerta. Los personajes están dormidos, o muertos, encerrados en el extraño castillo de mi mente. Se niegan a despertarse, a actuar, a hablar, a vivir. Pero está mal que los culpe a ellos, porque el problema es mío. Al igual que el Príncipe Azul que despierta a la Bella Durmiente con un beso, tengo que estar enamorado de mis personajes para poder resucitarlos, pero yo no los amo, o no los puedo amar; y están todos ahí en coma, languideciendo. Pasaron tres horas. Podría decirles que estoy comiendo carne, pero sería mentira. Sería ficción. En realidad estoy leyendo un libro. Tal vez en lugar de leer el libro debería comérmelo. Y así el libro estaría dentro de mí y me transformaría y yo podría escribir otro libro. Ahora es bastante más tarde. Y ya fui a comer esa carne. Ahora la carne está dentro de mí y la verdad es que estoy un poco revuelto. Pero sucedió algo extraordinario y un tanto misterioso después de comer. Cuando volvía en taxi al hotel, Agustina Muñoz, mi bella y encantadora compañera comecarne, me preguntó de qué signo era. Le dije que era de Sagitario. Agustina cree en la astrología. Cree que la configuración de los planetas y las estrellas en el momento y el lugar en que uno nace influyen sobre lo que uno es y lo que va a ser. Me dijo que si le decía el lugar y la hora exacta de mi nacimiento me podía revelar mi destino astrológico.Mientras comíamos carne hablamos sobre la vida y el arte y el amor, y mientras hablábamos me acordé de que hace quince años escribí una novela que transcurría en Uruguay, un lugar en el que nunca estuve, y de que en la novela hay dos personajes que se juntan a comer en una parrilla, igual que yo ahora, salvo que en ese momento yo no sabía que ese tipo de restaurante se llamaba parrilla. Ayer en una entrevista me preguntaron, ¿por qué escribió una novela que transcurre en Uruguay? Y yo dije que el regalo que me había dado el inconsciente era una novela que transcurría en Uruguay, y uno no tiene que rechazar los regalos, especialmente los regalos del inconsciente. Y ahora me pregunto por qué hace quince años escribí una escena en la cual dos personas almuerzan en una parrilla, antes de que yo supiera qué es una parrilla. ¿Cómo es que uno puede escribir sobre lo que no conoce, o cree que no conoce? Y volviendo en el taxi con Agustina me di cuenta de que mis primeras reflexiones sobre la carne, los libros y la mierda son demasiado simplistas, demasiado reduccionistas. La vida es más misteriosa de lo que creo, y a pesar de que yo no creo en esas cosas, tal vez Agustina tenga razón sobre la astrología. Tal vez la vida no se mueva en una sola dirección. Tal vez cuando escribí sobre el almuerzo en la parrilla hace quince años ya la había conocido a Agustina Muñoz, ya había comido carne con ella en una parrilla de Buenos Aires.Tal vez los libros no son una mierda, son lo opuesto a la mierda. Tal vez tengo todo al revés, de atrás para delante. Tal vez yo no escribo libros, sino que mis libros me escriben a mí. Y tal vez el libro que estoy tratando de escribir no está muerto, no nació muerto, sino que ya existe en algún lugar entre las estrellas y los planetas y mi inconsciente, esperando el momento adecuado para abrirse ante mí. Cuando vuelva a Nueva York, le voy a preguntar a mi madre la hora exacta de mi nacimiento y le voy a escribir a Agustina. Y tal vez ella me diga dónde está mi libro y cuándo lo voy a encontrar, si es que lo encuentro.    

 

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