Camila Sosa Villada: "Pubis angelical es una inolvidable clase de escritura"
Reeditan el clásico de Manuel Puig
Jueves 19 de mayo de 2022
La autora de Las malas y Soy una tonta por quererte presenta Pubis angelical (Seix Barral), el clásico de "Puig el exiliado, el hombre que venía del futuro, el niño que maduró en salas de cine, Puig el prohibido, el amenazado, Puig el guapísimo, Puig el que escribía con voz de mujer".
Por Camila Sosa Villada.
«Animate a ser tu propio Puig», me aconsejó Juan Forn sobre un cuento que yo le había enviado en busca de orientación, unos meses después de salir Las malas.
Había escrito ese cuento de un tirón, a mano, durante una Navidad. A mí me parecía una preciosidad, de modo que no soy honesta cuando digo que le envié el cuento a Forn para que me orientase. No, señor. Se lo mandé para que me halagara. Yo buscaba elogios, no una brújula. Pero me salió el tiro por la culata porque cuando Juan leyó la historia, luego de marcar cuál era el goyete del asunto, me dijo que se olía cierto déjà vu con Las malas y a mí se me hizo completamente obvia y sangrona su observación. Por supuesto, me ofendí, y así de bruta como soy, le envié un mail no sólo contestando a su vaina sobre el déjà vu, también defendiéndome y defendiendo el cuento que había escrito a mano ¡de un tirón en una fecha espantosa como la Navidad! «Ahora todo lo que escriba va a ser relacionado con Las malas. ¡Incluso su editor! ¡Qué castigo!» Él, que me conocía retobada, siempre elegante, dejó bajar la espuma y me respondió que el cuento debía girar en torno al acontecimiento (o goyete) y no al personaje, y concluía animándome a ser mi propio Puig.
«Animate a ser tu propio Puig». ¿Qué me estaba diciendo? Misterio, misterio, misterio…
A veces, los editores, cuando están cansados de lidiar con este animal malcriado que somos los escritores, se ponen crípticos en sus devoluciones. Les gusta el sabor de mandarnos a trabajar. No volví a hablar con él del tema. Seguimos intercambiando lecturas, que era algo que nos salía mejor. Pero por dentro el enojo había acaparado el terreno y confinado la curiosidad a una torre sin ventanas. Cómo iba a decirme lo del déjà vu, cómo iba a citar al autor de Boquitas pintadas para hacerme una devolución, era injusto.
Meses después releí mi cuento y relacioné a mis protagonistas con las mujeres «a la Puig». De modo que por ahí venía la mano. Si existen las chicas Almodóvar, sin duda alguna que existen las chicas Puig. Volví al ataque y le pregunté a Forn por qué me había dicho que me anime a ser mi propio Puig como si fuera un asunto de coraje y no de ganas o de perspicacia, y él, con ese encanto que tenía el desgraciado, me explicó que me vendría bien, al menos para entender el color del cuento, releer Pubis angelical. Para que soltara la mano en los diálogos y en el amor por México.
Él amaba a Manuel Puig y lo dejaba bien clarito en cualquier conversación sobre escritura. No sé si ahora exagero azuzada por el melodrama, pero me parece haberlo oído decir que Puig era uno de los mejores escritores argentinos.
Mi propio Puig…
Y aquí estoy, demorando a los lectores con mi narcisismo mamón, a noventa años del nacimiento del gran Puig, aterrada por esa posibilidad que existe en todo prólogo de incurrir en no hacerle justicia al escritor, de no estar a la altura de la circunstancia. De fallarles a los lectores y al grandísimo guionista, dramaturgo y novelista que hoy me convoca. ¡Pero si a mí el autor de Pubis angelical me queda grande! No soy digna ni siquiera de abrirle la puerta a sus chongos en las medianoches de Cuernavaca. Puig, el maricón capaz de bautizar sus libros con títulos demoledores: La traición de Rita Hayworth, Sangre de amor correspondido, El beso de la mujer araña, The Buenos Aires Affair…, Puig el exiliado, el hombre que venía del futuro, el niño que maduró en salas de cine, Puig el prohibido, el amenazado, Puig el guapísimo, Puig el que escribía con voz de mujer.
La culpa me cayó como un baldazo de sangre cuando leí esas líneas en la devolución de Juan Forn y me enfrenté a mi ignorancia. Culpa por ingratitud, por desconocimiento. ¿Cómo podía costarme tanto entender qué era eso de hacer mi propio Puig? Había leído Pubis angelical una sola vez en mi vida, como si fuera un libro que se lee una vez y ya. Sentí que era una completa bruta, que no lo había leído lo suficiente, me sentí una snob que sólo conocía sus obras más renombradas, las que se habían adaptado al cine. Imagínense que hasta bien entrados mis veinte años creía que Pubis angelical era la canción más linda de Charly García. Imagínense que durante muchos años lo primero que se me vino a la cabeza cuando alguien mencionaba la novela fue el rostro sagrado de Graciela Borges en la película y no su autor. Pero los prólogos no se escriben con excusas, querida. Los prólogos, afortunadamente, todavía se escriben con afecto.
Ahora que lo pienso, Juan Forn (o mi imaginación) tenía razón en decir que Manuel Puig es uno de los mejores escritores argentinos. Para muestra basta leer Pubis angelical. Sólo un escritor como él puede hacer una novela aprovechando todos los recursos posibles sin que sea un pastiche insoportable de leer. Un libro imposible de precisar en un género, un libro en el que se da con todos los gustos, resbalando por la pendiente de lo barroco, dando cuenta de la historia de un país, con una habilidad asombrosa para contar la vida política en Latinoamérica y los tenebrosos golpes de Estado con los que lidiamos hasta hoy. ¡Y qué talento para dialogar y monologar! ¡Qué acto de travestismo más hermoso el suyo! Y aquí viene, salta de lo histórico a lo fantástico, de lo más absurdo de un carácter a los más genuino y profundo de un espíritu. Pubis angelical parece escrita por diez pares de manos, cuando en realidad fue escrita solo por las manos de Puig. Pero Puig sabía que un vicio era demasiado poco. Las tres protagonistas de Pubis angelical están enroscadas en su propia historia, el cuerpo delimita sus existencias, no pueden escapar de esa siempre hermosa cárcel en la que están presas. Y no porque no sepan cuál es la salida, es que la salida es siempre más obvia que recorrer un laberinto. Y la obviedad es una grosería para las mujeres de Pubis angelical. Como en el sexo, no importa el final, lo sustancioso es lo que se experimenta en el camino.
Estas mujeres amenazan constantemente con convertirse en animales. A veces parecen salir manotazos de las páginas o incluso oírse alaridos. Tienen garras, escamas, cascabeles. El cuchillo con el que se desollan a sí mismas no es otro que la pregunta. Constantemente están preguntándose algo sobre el mundo que las rodea, porque no saben si lo que ven existe realmente o ha sido creado para engañarlas. El amor, la casa, la profesión, las madres, los padres, los maridos, los amantes. Muchos de nosotros pasamos vidas enteras sin hacernos la menor pregunta sobre qué tanto pertenecemos a este orden inhumano e incordioso.
Las tres mujeres que conducen esta novela existen gracias a esa pregunta: «¿Es esto la vida?». Van por el mundo raspándose con el filo del amor, las espinas de la familia, las esquinas puntiagudas de la pasión que dejan la piel llena de moretones.
¿Y qué papel tienen los hombres? Qué decir. Deberían sentirse halagados por la trama que desatan con sus miserables traiciones. Demasiado es que existan en un mismo libro con semejantes partenaires.
Conocemos a la primera de estas mujeres como si viéramos una película. Una tercera persona que da gusto leer, una omnisciencia de la que no se jacta por mucho que sepa. Es la Europa entre una guerra mundial y otra. Es la mujer más hermosa del mundo que aún no ha cumplido los treinta años y se sueña a sí misma con un mecanismo de relojería en lugar de corazón. Luego partirá a Hollywood a ser una estrella de cine, la única estrella que no se preocupa por su apariencia. En el medio habrá cometido crímenes, habrá querido hasta perder la cordura y sembrado en los lectores la sustancia extranjera de la magia.
La segunda mujer de esta historia es argentina, pero vive exiliada en México, recuperándose de una cirugía que le han hecho para extirparle un tumor. Su convalecencia oculta un gran poder de manipulación y un examante quiere usarlo a favor de una causa para liberar presos políticos, lo que nos recuerda la potencia de los débiles en un mundo donde sólo se aconseja la fuerza. Corre la aciaga década de los setenta para su patria. Es un personaje que nos llega a través de diálogos y de un diario íntimo en el que, entre otras reflexiones dignas de una filósofa, responde a una pregunta universal: «¿Para qué escribo este diario entonces? Para decir la verdad, creo». ¿Es la protagonista convaleciente en una clínica o es Puig quien responde? Esta pregunta me emociona y me repugna al mismo tiempo. La tercera mujer viene de la mano de la ciencia ficción, en un futuro tan posible que resulta perturbador. Un futuro en el que nos aconsejan algoritmos y no queda un solo árbol en el planeta. Esta mujer del futuro posee una «celebrada belleza» y un poder al que los machos temen. La pasión, como a las que la anteceden, es la puerta por donde se cuela la voracidad de los hombres y también su servidumbre.
Pubis angelical profetiza y advierte. Incomoda al hablar sobre el peronismo. Nos marca la sutil diferencia que existe entre ganar una discusión y derrotar a alguien. Habla de Supremos Gobiernos y de una Nueva York que puede conocerse buceando, porque está sepultada bajo el agua.
Decir que es una exploración de lo femenino es insultar a Puig. Pubis angelicales una ficción enorme para reducirla a semejante cero. Mi teoría es que Manuel no hacía más que hablar de su propio espíritu multiplicado al infinito, en cada una de sus obras. Tal vez las tres protagonistas de la novela no sean más que reflejos de su autor, y por eso lo quiero un poco más que ayer.
La incógnita sobre cómo hacer mi propio Puig sigue sin resolverse. Lo único que pude extraer de esa sugerencia fue dejar que los diálogos tomen su protagonismo en las historias y no temerle al melodrama. Estarán Forn y la Puig a las carcajadas riéndose de mi prólogo y de mis intentos por echar luz sobre el asunto. Igual, tan bruta no soy, entiendo que además de ser una excelente historia, Pubis angelical es una inolvidable clase de escritura, aunque una sea mal aprendida. Y escribo: «Sobre un sillón de terciopelo azul, acuchillado de nubes, Manuel le robó un beso a Juan, un beso que supo igual a todos los besos robados del mundo, pero con la particularidad de su mano enredada en la crespa melena del recién llegado. Un largo beso que se quedó para él ante la mirada alcoholizada de su prologuista invitada».
Ya saben, en palabras del propio Puig: «Lo infinito no puede ser simple».