Columnas

Cambio de nombre

El hotel Miami estaba en la calle Gascón, entre Humahuaca y Guardia Vieja, más o menos a mitad de cuadra. Se llamaba así, y reforzaba esa tan resuelta evocación con un gran perfil de palmera adosado al cartel que lo anunciaba.

Por Martín Kohan.

El hotel Miami estaba en la calle Gascón, entre Humahuaca y Guardia Vieja, más o menos a mitad de cuadra. Se llamaba así, y reforzaba esa tan resuelta evocación con un gran perfil de palmera adosado al cartel que lo anunciaba. El poder nominativo y el poder icónico se conjugaban en una ambiciosa voluntad de contrastar y contrarrestar, porque pocos lugares debe haber en el mundo, pocos paisajes debe haber en el mundo, tan ajenos a Miami como esa cuadra de la calle Gascón, con su kiosco y su laverrap y la parada del 168 y el 109. El hotel Miami apostaba así a la figuración de una distopía, si es que no a la heterotopía extrema. O bien, tal vez, en el mismo sentido y de la misma manera en que “Todo por dos pesos” se transmitía supuestamente desde Miami, no hacía sino lanzar una humorada al barrio, proponerse como parodia de esa clase de gente que presume que Miami es sinónimo de jerarquía o de sofisticación.

Ahora el hotel cambió de nombre: se llama Gascón. Gascón, sencillamente, igual que la calle. La palmera por lo visto fue talada del cartel. Sobrio y grato, es tan amable y sin pretensión como el propio barrio de Almagro. Podría decirse que cambió de género: pasó de la parodia al realismo, pasó de la disonancia a la consonancia, pasó del drástico nominalismo a la cordial referencialidad. Ahora nombra lo que es, y ya no lo que no es; se llama igual que su realidad, y ya no como su imposible.

Supongo que en la actualidad los huéspedes del hotel Gascón han de ser esos turistas que vienen a Buenos Aires y quieren estar cerca del centro, pero no quedar sumergidos en el centro, o quieren estar cerca de Palermo, pero mantenerse en una zona preservada de esnobismo ¿Y antes, en el hotel Miami, quiénes se alojarían? ¿Cuáles serían sus huéspedes? Doy en pensar que pueden haber sido los propios vecinos de Almagro, los mismos que vivían por ahí. Y que lo harían cuando deseaban, por alguna razón, sentirse en otra parte, imaginarse lejos, fugarse o concebirse en fuga, sin tener que moverse del lugar, sin tener que salir de Almagro.

Yo mismo me vi tentado de hacerlo, años atrás, cuando vivía en Salguero y Lavalle, en días de tristeza, en noches de hartazgo. Al final no lo hice nunca, claro. A las mejores de mis fantasías prefiero preservarlas así: perfectas, es decir, irrealizadas.

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