Columnas

Apuntes sobre el frío

Random temático

¿Quién puede enhebrar a Paul Auster con Beethoven con Los Tres Chiflados con Leonardo Di Caprio con Jack Nicholson y Blancanieves? Ni más ni menos que el autor de Bellas Artes, que se despacha en esta, otra de sus entregas de randoms temáticos, alrededor del invierno.

Por Luis Sagasti.

El largometraje más caro de Los Tres Chiflados resultó al mismo tiempo un sonoro fracaso de taquilla ya que los chiflados en cuestión poco es lo que aparecen. La película es un musical de 1959 y se llama Blancanieves y los tres vagabundos. Lentísima carroza para un domingo por la tarde en tevé y para cualquier otro día y formato; encima quien acompaña a Larry y Moe es el nunca gracioso Curly Joe. La protagonista es Carol Heiss una de las más grandes patinadoras sobre hielo (allí están sus medallas en campeonatos mundiales y juegos olímpicos y su belleza casi inocente para convencer a los productores de que ella es perfecta para el papel).

Por un acto de magia, los Tres Chiflados y Blancanieves terminan ateridos de frio en la cima de una montaña. La gélida escenografía de colores pastel y cartón indisimulable hoy puede ser vista como un involuntario homenaje a Melies, hay algo de cajita de Joseph Cornell en el asunto. Un frio de telgopor.

Secuencia memorable de los stooges es la que sucede en el capítulo Ache in every stake, de 1941 donde los Tres Chiflados resultan ser vendedores de hielo. En la primea escena el caballo que tira del carromato donde transportan el hielo se detiene bruscamente. La cabeza de Curly termina ensartada en un bloque muy real del que es rescatado a los hachazos. De inmediato un cliente los llama desde una casa a la que se alcanza subiendo una larguísima escalera. Allá va Curly con el pedido, pero cuando llega arriba, el hielo que sujetaba con una pinza ya se ha derretido. Y cómo siempre ocurre, ninguna de las estrategias ideadas para que el bloque llegue entero funciona. Esta escena puede ser vista también como una metonimia del arte de los Tres Chiflados. Y acá el frio devine metáfora: en ellos el tiempo se ha congelado. Son incapaces tanto de lograr objetivo alguno como de aprender algo. Fijos en el eterno presente de lo que no se desplaza ni queriendo, jamás acumulan experiencia. De cualquier situación salen corriendo, sin hacerse cargo de nada, solo para arribar a otra escena donde ocurrirá lo mismo.

En La muerte y la brújula antes de que Scharlat abra fuego, Lonrot siente “un poco de frío y una tristeza impersonal, casi anónima”.

Jack Nicholson muere de frio en El resplandor.

Di Caprio muere de frio en Titanic.

Antes de ponerse a componer Beethoven sumergía su cabeza en agua fría.

Paul Auster escribe en Smoke la historia del hombre al que una avalancha lo sorprende esquiando y del que nunca más encuentran el cuerpo. El hombre tenía un hijo muy pequeño. Muchos años después, su hijo ya grande esquía por la misma montaña donde desapareciera su padre. Hace un descanso para comer. Al bajar la vista, encuentra a un hombre congelado casi bajo sus pies, como si el hielo fuera un vidrio. El cuerpo se ha conservado; el rostro es idéntico al suyo. Un espejo. Se trata de su padre, unos años más joven. De modo que en ese momento, el hijo es mayor que el padre.

Fríos de la infancia. Levantarse con el aliento congelado, dormir con gorro, calentarse la cola contra la estufa y sentarse de golpe en un sillón. Salir de la bañadera muerto de frio. La bolsa de agua caliente que se encuentra helada al otro día a los pies de la cama: Las manos coloradas. Pegarle en la oreja fría al compañero formado delante. Mirar con nostalgia momentos nunca vividos: hacer muñecos de nieve, guerra de bolas de nieve, creer que luego la nieve desaparece sin dejar rastros. Chocolate caliente en las fiestas patrias.

En un maravilloso gesto de buena voluntad la nadadora Lynne Cox demoró casi dos horas exactas en ir nadando de los Estados Unidos a Rusia al unir las islas Diomedes, situadas en el estrecho de Bering. Eso sucedió el verano de 1987. Había comenzado el deshielo. El límite que separa a las islas pasa por el centro de un canal de unos tres kilómetros que coincide además con el meridiano que cambia la fecha en el mundo. Es lunes en la isla mayor, que los rusos llaman Ratmanov y los inuits Imaqliq; es domingo en Krusenstern o Inaliq. Una suerte de muro de Berlín de las antípodas. Y como confraternizar con el enemigo no es propio de un patriota, los escasos habitantes de la parte soviética fueron trasladados quien sabe dónde y reemplazados por un contingente militar que observaba cómo en la isla del día de ayer los 150 pobladores, que nunca se enteraron que fueron norteamericanos, extrañaban a sus amigos de enfrente.

La temperatura dentro de la heladera va de un rango de dos a cinco grados.

El hielo común se forma a partir de los cero grados.

 

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