Columnas

Apuntes sobre el espejo

"Espejo y escalera" Chema Madoz
La literatura está llena de espejos
Una columna muy personal de Virginia Cosin en la que aborda la relación entre escritores y espejos, siempre problemática: Desde la mirada huidiza de Virginia Wolff hasta la obsesión de Alejandra Pizarnik.

Por Virginia Cosin.

A la memoria de Romeo

1. En el vestíbulo de la casa de infancia de Virginia Woolf, en Talland House, había un espejo. Tenía una repisa con un cepillo. Virginia llegaba a verse si se paraba frente a él en puntas de pie, pero rara vez lo hacía, porque le daba vergüenza. Más tarde, cuando intenta escribir sus memorias, a sus casi sesenta años (precisamente en la época que el nudo de lo que ella llamaba su “enfermedad” empezaba a apretar con demasiada fuerza) atribuye este pudor al código entablado con su adorada hermana mayor, Vanessa, según el cual las dos se consideraban a sí mismas “marimachos” que preferían los juegos de varones a los de las niñas. Aunque, admite después, la vergüenza del espejo continuó —a pesar de que la belleza de las mujeres de su familia, y la suya propia, era motivo de admiración y exclamaciones— una vez abandonados los hábitos infantiles, y adquiridos los modales que suelen adjudicarse al carácter femenino. La cadena de asociaciones la conduce a creer que quizá no fuera su imagen reflejada, sino su propio cuerpo, lo que le produjera ese pudor. Y refiere otro recuerdo, esta vez, traumático. En él un conocido de la familia la lleva a ese mismo vestíbulo, la alza sobre una repisa para poner platos y empieza a tocarla, a recorrerle el cuerpo con las manos, incluso sus “partes íntimas”. “Esto me desagradó —¿qué palabras hay para explicar un sentimiento tan íntimo y complejo?— Seguramente fue un sentimiento fuerte, puesto que todavía lo recuerdo”. A Virginia le resulta curioso, sorprendente, que aún cuando nadie le hubiera explicado los motivos, sabía, instintivamente, que estaba siendo víctima de un abuso. “Demuestra que Virginia Adeline Stephen no nació el 25 de enero de 1882, sino que nació miles años antes y que, desde un principio debió enfrentarse con instintos adquiridos por millares de antecesores en el pasado”, escribe.

2. ¿Qué vemos cuando miramos un espejo? Una cosa que pregunta. ¿Cuántas/cuántos soy? ¿Qué encontraría detrás, si pudiera atravesar este reflejo?

3. En La materia de este mundo, el libro de poemas reunidos de Sharon Olds, editado hace poco por Gog y Magog, hay un poema que me conmueve especialmente, quizá por el nivel monstruoso de identificación que sentí al leerlo. El poema se llama “35/10” y alude a las edades de la madre y de la hija del poema. Leerlo es como mirarme en un espejo.

Mientras cepillo frente al espejo el pelo
Sedoso y oscuro de nuestra hija
Veo los destellos grises del mío
La sirvienta canosa detrás de ella ¿Por qué será
Que justo cuando empezamos a irnos
Ellas empiezan a llegar, que el pliegue en mi cuello
Se hace más visible cuando los bellos huesos de sus
Caderas se afila? Cuando mi piel muestra
Sus cicatrices secas, ella se abre como una flor
Húmeda y precisa en la punta de un cactus;
Cuando mis últimas oportunidades de concebir un hijo
Se sueltan de mi cuerpo, entre ellas la fallida,
Su pequeña cartera llena de huevos, redondos
Y firmes como yemas, está a punto de
Desabrocharse con un chasquido. A la hora de dormir,
Cepillo su pelo enredado y fragante. Es una vieja
Historia —la más vieja del mundo—
La historia de la sustitución.

4. Estoy justo en el medio, entre mi madre, cuyo ideal quisiera cumplir, y mi hija, para la que seré siempre fallida, imperfecta y a quien le exigiré, a pesar mío y de lo que creo, que sea lo que yo quiero (ser). Soy madre y soy hija. Me veo multiplicada en los reflejos infinitos de dos espejos enfrentados. Soy tironeada hacia el fondo de ese túnel que se angosta. Ahí solo puedo ser una: Yo.

5. La literatura está llena de espejos. Empezando por el famoso mito de Narciso, que se ahoga enamorado de su propio reflejo, hasta el espejo parlante y brutalmente honesto de Blancanieves, que admite ante la reina malvada que no, ya no es la más linda del reino, que su hijastra (aunque bien podría ser su propia hija) es mucho, pero mucho, más linda que ella. En medio están los doppelganger, los Dr. Jekyll y Mr. Hyde, los Frankenstein, los Dorian Grey y todos los espejos de nuestro gran Jorge Luis Borges.

6. En “Arte poética”, Borges escribe (con esa maldita perfección que lo hace tan él):

A veces en las tardes una cara
Nos mira desde el fondo de un espejo;
El arte debe ser como ese espejo
Que nos revela nuestra propia cara.

7. El psicoanálisis también está lleno de espejos. Pero sobre eso no sé mucho. Sé que cuando me recuesto en el diván de mi analista, él me dice, haciendo gala de dotes bastante histriónicas, lo que se supone que yo estoy diciendo sin saber que lo sé. El psicoanálisis, cuando actúa, es un poco como el espejo de la verdad para la bruja malvada de Blancanieves.

8. Algunas obras, llamadas clásicas, sobreviven a todas las épocas, porque, a pesar de haber sido escritas hace cientos de años, nos siguen reflejando y haciendo reflexionar. En “Hamlet”, el príncipe del duelo constante contrata a una compañía de actores para que representen frente a Claudio el asesinato del Rey, su padre, tal como sucedió. Claudio se ve a sí mismo cometiendo el crimen, entonces se descompone. No lo soporta. Y se auto incrimina.

9. A Alejandra Pizarnik la obsesionaban los espejos. Estaba convencida de que había otro rostro que se ocultaba detrás del rostro que se reflejaba en el espejo. Es que mirarse es mirar y ser mirado. «Yo, nada más que yo quiero escribir libros, ensayos, novelas, y etc etc, yo que no sé decir más que yo», escribe en su diario. No hay mirada más inclemente y dañina, más letal, que la del yo que no alcanza su ideal.

10. Tengo guardadas todas las cartas que me escribió, cuando éramos jóvenes, muy jóvenes, un amigo al que amé y ya no está. En una de esas cartas me escribe algo que solía decir: «mis amigos son como espejos». Sé que los espejos eran un tema recurrente en él. Sé también que era, quizás, el mayor narciso que haya conocido. Sé que me gustaba que me viera como uno de sus posibles reflejos, porque era lindo, inteligente y malévolamente magnético. Es cierto: queremos a aquellos que se nos parecen. Y queremos que nos quieran aquellos a los que queremos parecernos. A veces nos esforzamos demasiado para llegar, aunque sea en puntas de pie, a reflejarnos en ese espejo.

***

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