Adorno, Benjamin y una imagen del futuro
Por Beatriz Sarlo
Lunes 19 de abril de 2021
"Dos amigos, dos destinos, que las cartas permiten seguir". Compartimos el epílogo que Beatriz Sarlo escribió para la edición de Eterna Cadencia Editora de las cartas entre Walter Benjamin y Theodor W. Adorno.
Por Beatriz Sarlo. Foto de Alejandra López.
Viena se volverá más oscura después de la muerte de Alban Berg, le escribió Adorno a Walter Benjamin, y también más oscura después de la muerte de Karl Kraus, un apocalíptico melancólico. La carta de noviembre de 1936 no era una predicción sino una imagen del futuro. Berg había muerto en 1935 y Kraus, el año siguiente. Se ha cerrado el ciclo de la Viena de fin de siglo. Esas muertes anticipaban una tragedia. La había previsto Adorno en las líneas iniciales de su libro Alban Berg. El maestro de la transición ínfima, cuando escribió que toda su música proponía una metáfora de la desaparición, con notas y temas que se esfuman, se desvanecen y dicen su adiós a la vida.
Adorno leyó Deutsche Menschen en una sola noche, y descubrió en esas páginas reunidas por Benjamin otro itinerario descendente. En ese mismo día de noviembre de 1936 escribe: “La decadencia de la burguesía está representada en la decadencia de la escritura epistolar”. Los textos recogidos por Benjamin en Deutsche Menschen subrayan y al mismo tiempo desafían ese vacío. La afirmación de Adorno es exacta si se mira el presente desde la perspectiva de un pesimismo filosófico que prevé el futuro. Pero la historia sigue también otros caminos, no solo el de la decadencia de una clase social. El espacio centroeuropeo se ha desordenado por las persecuciones y amenazas, los viajes y los exilios. Berg murió, Karl Kraus murió, el mundo se vacía, puesto que “mundo” es el paisaje cultural donde solo tres décadas antes se debatía sobre nuevas formas y nuevas ideas.
Sin embargo, los viajes y las cartas son un lugar resistente para la conversación intelectual que ya no es posible sino por escrito o durante fugaces encuentros. Karl Kraus lo habría dicho de modo diferente, pero dirigido por un impulso similar para captar la originalidad del presente como copia: “Es imposible imitar o plagiar a un escritor cuyo arte sea el de la palabra. Es preciso enfrentar la tarea de copiar toda su obra”.1 La frase parece escrita por Borges, pero décadas antes, cuando no era un juego sutil de repeticiones sino una condena a la repetición. El mundo de la originalidad y de la copia se ofrece como dimensión no solo retórica ni solo estética sino metafísica. Benjamin retoma esa idea sin mencionar su origen en Kraus, el gran pesimista.
Vuelve a abrirse, como se había abierto en el romanticismo, el mundo de los sueños. Kraus también lo había escrito en Die Fackel: “Las cosas que me repugnan en la vida, las llevo a mis sueños”. Estas confesiones tienen, a menudo, la brevedad percutiva del aforismo. Prueban, en todo caso, la continuidad cultural de una región europea que se extendió de Viena a Frankfurt y Berlín; y la continuidad estética y filosófica de una lengua en la que se había escrito el gran pensamiento del siglo XVIII. Estos hombres fueron los últimos de un período donde se mezclaron filosofía, literatura y estética, sin controles disciplinarios emitidos por alguna academia.
Durante la década de 1930, Europa fue atravesada por ejércitos y por masas movilizadas ante el llamado de los autoritarismos. Antes de esa presencia físicamente amenazante, el antisemitismo ya suscitaba adhesiones e ironías críticas, como las que se leen en las notas de Kurt Tucholsky, gran ensayista periodístico berlinés.2 Ese espacio, que pronto iba a desaparecer como unidad cultural y política por la acción del nazismo que impuso la unidad de la invasión y la subordinación, Adorno y Benjamin lo recorrieron en cortos viajes. Fueron de sur a norte, del Mediterráneo a Escandinavia, como ensayo general no del turismo sino del exilio, que no preveían sino como imagen de una pesadilla.
En abril de 1933, como premonición casi al pasar, en una carta enviada a Gretel Karplus desde Ibiza, Benjamin describe un paisaje frío y duro. El otrora sonriente Mediterráneo desmiente los adjetivos que le han dedicado siglos de literatura. Benjamin no puede convocarlos y confiesa: “Me puse el abrigo sobre los pies, pero aún tengo frío”.3 De todos modos, la vida parece continuar como recuerdo o como ilusión. Estos protagonistas atentos no han medido del todo la fuerza de la que deberán huir. Justamente el 30 de enero de 1933, Hitler había sido designado canciller o, como se nombra en otros sistemas políticos, primer ministro. Se dio comienzo a la construcción de los Lager para comunistas, judíos, anarquistas y todos los elementos antisociales, tal como los caracterizaba la tipología autoritaria del régimen.
Y el 14 de julio de 1933, las tropas de choque de camisas pardas se apoderaron de la casa de Horkheimer. Llegó la Gestapo con una orden clara en términos ideológicos y represivos: “Al Institut für Sozialforschung en Frankfurt. Con base a los artículos 1 y 3, del 26 de mayo de 1933 de la ley sobre incautación del patrimonio comunista queda embargado el Institut für Sozialforschung localizado en Frankfurt del Meno, y se confisca a favor del estado libre de Prusia, dado que el mencionado instituto ha apoyado los esfuerzos hostiles al Estado”.4 Permanecer en Europa era para esos comunistas y judíos, desafiar la suerte.
Hasta entonces, creyeron vivir protegidos por una relativa tolerancia que durará muy poco y no fue más que la continuidad ilusoria del pasado imperio multicultural de Austria Hungría, forma política que los alemanes nunca buscaron como solución de conflictos ni síntesis política de diferencias. Quienes, en otros lugares, han vivido bajo dictaduras conocen la fantasía de que algo de la vida anterior se conserva en el lugar más peligroso y no se quiere perderlo, después de que se ha perdido casi todo. Es una ayuda para entender los exilios tardíos, como el de Benjamin, que partió de Francia cuando ya casi era imposible moverse entre controles y puestos de vigilancia.
En abril de 1937, Gretel Karplus le anuncia a Benjamin su casamiento con Adorno, que sucederá en agosto. Benjamin, que nunca es el primero en dar buenas noticias ni en recibirlas, consigue al fin un departamento en París, que le permitiría trabajar tranquilo en la Biblioteca Nacional. A principios de 1939, Gretel le escribe feliz desde Nueva York y lo consuela, con una frase sentimental: “Solo una cosa me sigue faltando: tú”.5 Benjamin es el faltante y el que padece las faltas. No necesita nada más un melancólico: un cielo perfecto para las nubes de la ausencia y la nostalgia.
Como se ve por la carta citada de Gretel, Adorno ya ha recorrido el camino de salvación, estableciéndose en Estados Unidos. Los trámites comenzados por Benjamin o en su nombre son todavía un amasijo de peticiones burocráticas para obtener una visa que le permita abandonar Francia. Ponerse a salvo es una carrera de obstáculos que siempre pierde. Llega tarde o demasiado temprano, le faltan unas hojas de documentos, unas firmas o unos sellos. Dos amigos, dos destinos, que las cartas permiten seguir. Todo el tiempo los lectores sentimos el cansancio de la repetición, sometidos a las mismas dilaciones que detuvieron a quien las ha contado a sus amigos, que ya están a salvo.
Esas diferencias entre Adorno y Benjamin fueron experimentadas desde el comienzo de la amistad. Como lo prueba su correspondencia y su frustrada relación con Gretel Karplus, está siempre fuera de lugar y las acciones que Benjamin proyecta o encara para repararlo son inútiles, como lo son, en su relato, casi todos sus movimientos y sus necesidades: se pone un abrigo, pero sigue sintiendo frío, extraña más a un interlocutor que un libro, pero tampoco tiene los libros de su biblioteca, que dejó en Berlín. Le encargan una reseña pero luego no se publica, porque es demasiado larga o no ha tomado en cuenta el tipo de publicación de donde le llegó el pedido. Es un hombre fuera de lugar y fuera de medida. Es demasiado extenso lo que escribe o demasiado fragmentario. En el tomo de la correspondencia de Benjamin con Gretel Adorno, ya citado, se comprueba esta insistencia benjaminiana en el fuera de lugar y en el extrañamiento de no reconocer ni siquiera las sensaciones físicas ni los paisajes más familiares. Los espacios se desvanecen como se desvanecen las oportunidades cuando, por excepción, se cree que alguna le ha tocado.
El mismo “destiempo” y los nexos que unían a uno y otro con Adorno hicieron imposible la relación de Benjamin con Gretel Karplus Adorno, de la que quedan, en la distancia, las cartas: “Me siento orgullosa de tus cartas, las estoy guardando muy bien a todas; representan para mí un pequeño sustituto de nuestras veladas. Como ves, hoy parece que me paso de la raya, pero siento nostalgia por ti y entonces desaparecen hasta las inhibiciones frente a la censura”.6
1. “Es ist unmöglich, einen Schriftsteller, dessen Kunst das Wort ist, zu imitieren oder zu plagiieren. Man musste sich schon die Mühe nehmen, sein ganzes Werk abzuschreiben” (K. Kraus, Die leuchtende Fackel, Colonia, Anaconda, 2007, p. 33).
2. Kurt Tucholsky, Ausgewählte Werke, 2 vol., Hamburgo, Rowohlt, 1965.
3. Gretel Adorno y Walter Benjamin, Correspondencia 1930-1940, trad. de Mariana Dimópulos, Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2011, p. 53.
4. Citado por Rolf Wiggershaus, La escuela de Fráncfort, Buenos Aires, fce, 2010, p. 166.
5. Carta del 2 de marzo de 1939 (Gretel Adorno y Walter Benjamin, Correspondencia 1930-1940, ob. cit., p. 386).
6. Carta del 17 de junio de 1933, enviada por Gretel a Benjamin (Gretel Adorno y Walter Benjamin, Correspondencia 1930-1940, ob. cit., p. 79).